MARROQUÍES EN EL ABISMO ENTRE LAS DOS ESPAÑAS

 

Combatientes marroquíes en la guerra de España, muchos de los cuales vivieron auténticas peripecias dignas de una novela al pasar de unas filas a otras. La fotografía ha sido iluminada ex profeso para este texto por el magistral @Eugenio_R_, a quien agradezco su generosidad

Moro frito, siete reales ración, con pan y vino. Para soldados y milicianos, gratis.

Anuncio de menú en una taberna del frente republicano de Usera (1) 

 Varias semanas después de concluir su lectura, aún sigo paladeando pasajes y figuras de la novela “Línea de fuego”, de Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara). Entre ellos despuntan Ginés Gorguel, el carpintero de Albacete, y el cabo marroquí Selimán, que a lo largo del relato van convirtiéndose en una pareja literaria sorprendente, cautivadora y muchas veces desternillante. La figura del cabo Selimán me evocaba de continuo las peripecias de muchos de los combatientes marroquíes en la Guerra Civil, entre las cuales destacan, por razón de su singularidad, la de los desertores, aunque fueron irrelevantes en número.

Quizá por el hecho mismo de que fueron muy escasas, se acostumbra a no detenerse en estas deserciones y a desdeñar la casi nula documentación que existe acerca de ellas. Sin duda, el combatiente marroquí fue leal al bando que le trajo a combatir en España, aunque quizá no se ha reparado en que la lealtad, para un soldado de las colonias que combatía en la metrópoli, solía convertirse en una de las contadas opciones para salvar el pellejo. A ellos les dediqué varios capítulos en mi libro “Desertores. La Guerra Civil que nadie quiere contar” (Debate), hoy agotado y descatalogado, pero reeditado por Almuzara, “Desertores. Los españoles que no quisieron la Guerra Civil”, en una edición más reducida, sin los capítulos de los desertores extranjeros: brigadistas internacionales, italianos y marroquíes. Por eso hoy quiero recuperar en este blog lo que escribí entonces sobre estos últimos, dignos algunos de ellos de merecer una novela por sí solos.

Los «moros» que trajo Franco sumaron cien mil combatientes y jugaron un papel determinante en todas las batallas y campañas. Su fama de tropa aguerrida y cruel, de degolladores y violadores, su legendario desprecio tanto por su propia vida como por la ajena, constituyeron un arma propagandística letal contra la moral de los combatientes republicanos, primero como milicianos y después como soldados del Ejército Popular.

Hasta tal punto fue consciente el bando franquista del temor que despertaban sus tropas marroquíes que, según relataría en sus memorias Enrique Líster, en la batalla de Brunete llegaron a ser capturados medio centenar de soldados gallegos del ejército nacional a los que sus mandos habían ordenado disfrazarse de «moros» de Regulares para impresionar a los combatientes republicanos.(2)

Entre los marroquíes que lucharon en las filas franquistas, los desaparecidos y desertores sumaron cerca de 1.700.(3) Se trata del único dato en el que los estudiosos de estas fuerzas parecen estar de acuerdo, pues ocurre lo contrario a la hora de cuantificar las bajas mortales sufridas por las tropas marroquíes, de las que se ofrecen cifras que oscilan entre los 11.000 y 21.000 muertos. La incidencia mínima de las deserciones entre las tropas marroquíes resalta también a la vista de las especiales condiciones de su reclutamiento en la zona española del protectorado en el norte de África. Esta recluta fue en ocasiones forzosa, pues los caídes o jefes de las cabilas obligaban a las familias a entregar a alguno de sus hijos para la guerra de España, a cambio de garantizarse buenas relaciones con las autoridades franquistas o incluso salvar su propia vida.(4) Existen también testimonios de jóvenes marroquíes detenidos arbitrariamente en las calles de las poblaciones norteafricanas y enviados en cuestión de horas a España en avión.

Aunque la recluta fuera forzosa excepcionalmente, sí que resultó forzada en la gran mayoría de los alistados por el deseo de escapar de la miseria en que vivían en su tierra de origen. A consecuencia de las malas cosechas de los años anteriores y de la grave sequía que padecía el protectorado en 1936, miles de marroquíes vieron en el alistamiento para la guerra de España una fuente de ingresos para sus familias. A finales de agosto de 1936 ya se habían alistado cerca de diez mil, algunos incluso muchachos de catorce a dieciséis años.

Los nuevos reclutas eran encuadrados con ninguna o escasa instrucción en unidades como los Regulares, las Mehal-las, las Harcas o la Legión. Los Regulares eran unidades indígenas encuadradas en el ejército español en África desde 1911; las Mehal-las eran fuerzas del jalifa Muley Hassan, representante del sultán de Marruecos en la zona española del protectorado, y las Harcas eran unidades irregulares de milicias. Existió también una Bandera de Falange de Marruecos, mandada por el comandante Nemesio Fernández-Cuesta Merelo y encuadrada en la 18.ª División, que permaneció toda la guerra en el frente sudeste de Madrid.(5)

A los miles de marroquíes que acudían a los primeros reclutamientos se les entregaba el uniforme, una lata de cinco litros de aceite, dos pilones de azúcar y un cuarto de kilo de té verde. Las primas de enganche solían alcanzar los dos meses de sueldo, que se fijó en cinco pesetas diarias, aunque con esta soldada el combatiente tenía que costearse la comida, al igual que ocurría en la Legión.(6)

Los mandos se cuidaron mucho de provocar protestas e insubordinaciones entre los «moros», aunque las hubo. Pero, en general, el soldado marroquí fue extremadamente sacrificado. Algunos de ellos demostraban una puntería que impresionaba a sus mandos, sobre todo con las ametralladoras. Decían los oficiales franquistas que los «moros» eran mejores en el ataque que en la defensa, aunque en los asaltos solían escurrir el bulto con pretextos humanitarios: si caía herido un compañero, lo auxiliaban entre diez o doce, y entre diez o doce se lo llevaban a retaguardia.

Las tropas marroquíes atacaban con mucho más ímpetu una población que una colina. La razón no era otra que la ansiedad ante el botín. Los mandos solían concederles dos horas de saqueo al entrar en una ciudad o un pueblo.(7) Algunos marroquíes cargaron durante toda la guerra con el fruto de sus rapiñas, sin importarles ni el peso ni el volumen, ya fueran baúles o relojes de pared, con los que iban decorando sus estancias en los distintos frentes.

A los «moros» se les pagaba puntualmente, aunque al principio de la guerra muchas de sus familias se quejaron a las autoridades franquistas en Marruecos de que no recibían el dinero que sus maridos, hijos o hermanos les enviaban desde España por medio de giro postal o telegráfico. Así se lo hizo saber a Franco el Alto Comisariado de España en Marruecos, a finales de mayo de 1937, mediante un informe en que se aseguraba que había grandes cantidades de dinero en las oficinas de correos del protectorado que no podían ser entregadas a las familias por falta de datos, nombres incompletos o errores en la dirección de los destinatarios. El problema se solucionó disponiendo que los envíos de dinero de los combatientes marroquíes a sus familias se tramitaran a través de los interventores generales de los cuerpos de ejército.(8)

Pero no todas las reclamaciones de los familiares de los soldados marroquíes fueron atendidas. Ante las numerosas peticiones de padres de combatientes indígenas, el general Eliseo Álvarez Arenas, jefe de las Fuerzas Militares de Marruecos, planteó a Franco en agosto de 1938 la posibilidad de ampliar a las tropas «moras» el licenciamiento del tercer hijo en filas, establecida para los españoles en febrero de 1937. A pesar de que el alistamiento de los marroquíes era «voluntario» y se habían comprometido a servir en filas hasta el final de la campaña, en el cuartel general de Burgos se vio con buenos ojos esta medida, como un gesto con la población del protectorado.

Así, se pensó en dar luz verde a la petición de Álvarez Arenas a condición de que los inspectores de las cabilas acreditaran «la necesidad ineludible de la presencia del individuo cuyo licenciamiento se interesa para el sostenimiento de la hacienda o el cuidado de la familia». Cuando todo parecía resuelto, Franco dijo la última palabra, según se informó al jefe de las Fuerzas Militares de Marruecos: «Dice S.E. que no, porque son voluntarios».(9)

Al contrario de lo que sucedió con la excepción para el tercer hijo en filas, los mandos franquistas procuraron atender siempre las quejas y peticiones de los soldados «moros» referentes a la comida o los permisos.(10) Asimismo, se les respetaban escrupulosamente sus costumbres religiosas, como el ayuno del Ramadán o la celebración de la Pascua Grande, el Aid el Kebir. Para esta última fiesta se suministraba un cordero para cada seis o siete soldados, si bien las autoridades franquistas solían organizar colectas en el protectorado para financiar los animales que se suministraban a los combatientes en estas ocasiones.(11) Con motivo de esta celebración, en febrero de 1937, el cuartel general de Franco decretó que fueran puestos en libertad todos los «moros» arrestados en sus unidades, salvo los que estuvieran sujetos a procedimiento judicial.(12)

También se les consintieron otro tipo de costumbres. Un veterano del ejército franquista que tuvo mando sobre tropas de regulares, me aseguraba que al llegar a su unidad fue advertido de que hiciera la vista gorda con los usos sexuales de algunos de sus subordinados. «Me dije- ron que no me sorprendiera si veía a un soldado sodomizando a otro, y que lo pasara por alto», relataba este veterano. En otras unidades extranjeras al servicio de Franco, como las italianas, no existía la misma tolerancia: las penas por estos actos entre sus combatientes podían alcanzar de uno a tres años de prisión.(13)

La tolerancia de la oficialidad española con los soldados marroquíes se extendió también a los casos de automutilación, los cuales desmienten la leyenda de los «moros» como tropa insensible a los estragos de la guerra moderna. Al igual que hacían los españoles, los «regulares» se tumbaban en las trincheras para asomar las piernas por encima del parapeto y ser alcanzados por un tiro «afortunado» que les diese el pasaporte a la retaguardia.(14)

En la batalla del Ebro, dos «regulares» recién incorporados a un tabor de la 84.ª División, se presentaron en el puesto de socorro con un disparo en la mano, producido a muy corta distancia. El parte los identifica como los indígenas números 27.927 y 27.934, que es como suelen aparecer registrados los combatientes marroquíes en buena parte de los documentos franquistas de la Guerra Civil. Su unidad había sido lanzada aquel día al asalto de la cota 666 de la sierra de Pàndols, defendida con uñas y dientes por la 11.ª División de Líster, que rechazaron la acometida causando numerosas bajas a los atacantes.

Al presentarse en el puesto de socorro, los dos dijeron que fueron alcanzados en las alambradas republicanas. Ante la ausencia de posibles testimonios, y a la vista de la buena conducta demostrada por estos soldados en el escaso tiempo que llevaban en el frente, el jefe de su unidad dio carpetazo a la denuncia por automutilación y aseguró que las heridas habían sido producidas por el fuego enemigo. Los dos marroquíes fueron evacuados a retaguardia. Cuando estuvieron ya sanados, la batalla del Ebro había terminado.(15)

Muchos desertores marroquíes se convirtieron en vivanderos que suministraban provisiones a las tropas. Esta práctica contó con cierta permisividad de los franquistas, hasta que se alertó de que las familias de los marroquíes les pedían que desertaran para dedicarse al comercio.

 Los prósperos negocios de los desertores marroquíes

 La mayor parte de los marroquíes que desertaron de las unidades franquistas lo hicieron a retaguardia y por razones personales más que ideológicas. La más importante de las causas, a tenor de la documentación nacional, fue la del deseo de prosperar estableciéndose en España como comerciantes. Muchos de los soldados marroquíes aprovecharon el alistamiento en las filas de Franco para pasar el Estrecho, desertar y convertirse en vivanderos que seguían a las columnas militares para venderles tabaco, coñac, cerillas, café, chocolate, sobres, papel o preservativos.(16)

Los soldados franquistas llamaban «el zoco» a estos mercados improvisados que los marroquíes establecían en la plaza de cualquier ciudad o pueblo, la mayoría de las veces mostrando su mercancía en un saco abierto sobre el suelo, que luego cerraban y se cargaban a la espalda en pos de las unidades en marcha. Aunque todos sospechaban que eran desertores, se les dejaba hacer, sobre todo porque aliviaban la escasez de las tropas.

Fue precisamente el éxito económico de estos desertores lo que alertó a los mandos nacionales sobre el peligro que entrañaban las fugas entre las tropas marroquíes. El 15 de marzo de 1938, las autoridades franquistas hicieron circular en todas las grandes unidades con tropas indígenas una nota del general Eliseo Álvarez Arenas, en la que se alertaba de la grave amenaza que representaban las nuevas dedicaciones comerciales de los desertores marroquíes.

El documento que se cita a continuación llegó a la 74.ª División, situada en el frente de Madrid, a través del Estado Mayor del Ejército del Centro, que la recibió a su vez del Servicio de Inteligencia y Policía Militar (SIMP), lo que demuestra la importancia que se dio a la denuncia de Álvarez Arenas:

 Según informes que se reciben en aquella oficina, algunos soldados indígenas desertan de sus Unidades en la Península y se dedican a negociantes, lo que además de proporcionarles pingües ganancias, esta actividad les aleja de los peligros de la guerra. Igualmente manifiestan que estos individuos envían a sus familiares fuertes cantidades de dinero, dando con ello lugar a que las familias de los que se encuentran en las Unidades, al no hacer esos envíos de dinero, los exciten a que deserten y se dediquen al negocio.(17)

  Las deserciones no eran la principal preocupación de las autoridades franquistas, sino el elevado número de bajas que sufrían las unidades marroquíes, que podía desalentar el alistamiento. El excesivo número de muertos y heridos entre las tropas «moras» obligó a abrir nuevos reclutamientos, incluso en la zona del protectorado bajo control francés.(18)

Para que las bajas entre las tropas indígenas no desalentaran el alistamiento, las autoridades franquistas llegaron a imponer la censura sobre la correspondencia de los combatientes marroquíes para que no hablaran de los muertos y heridos a sus familias. Al severo control del correo, se unió en un momento dado la prohibición de permisos a los marroquíes heridos, sobre todo si habían quedado mutilados. Incluso se optó por no informar a las familias sobre la muerte en combate de sus maridos, hijos o hermanos. Los soldados marroquíes utilizaban entonces algunos trucos para informar a los padres, mujeres o hermanos de los fallecidos, como el de comunicar que los caídos se encontraban junto a algún familiar ya muerto.(19)

La necesidad de reponer rápidamente las bajas sufridas en los tabores y mehal-las perjudicó el ya escaso nivel de instrucción que presentaban los combatientes marroquíes, extremando su condición de “carne de cañón”, en contra del tópico de su profesionalidad militar. A principios de 1937, el general Queipo de Llano escribió a Franco denunciando la falta de preparación de los «moros» recién llegados a la Península como causa directa de las bajas entre los oficiales que los mandaban en el combate:

 Se queja la oficialidad de las tropas regulares que el personal indígena que viene de Marruecos con objeto de cubrir bajas, se presenta en las unidades que están en los frentes combatiendo, sin instrucción. Razón a la que achacan las numerosas bajas de oficiales que están ocurriendo y al poco rendimiento de las tropas de choque. En cambio, parece que hay bastantes veteranos en África que desearían venir, entre otras razones, porque dicen que a los nuevos reclutas en la campaña les están ascendiendo y pasando a sus escalafones.(20)

 El cuartel general de Franco respondió a Queipo reconociendo el problema, pero le dijo que no había forma de solucionarlo y que se debía proporcionar la instrucción a los nuevos reclutas una vez llegados a la Península:

 La cantidad de indígenas que todos los Tabores piden para cubrir bajas, impide que puedan venir instruidos pues hay que sacarlos de Tabores que están en instrucción, por lo cual es preciso, antes de incorporarlos al Tabor para el que vienen, hacer que practiquen algo de instrucción.

En África no hay más veteranos que algunos de los que van con permiso después de ser heridos. He dispuesto que queden allí para encuadrar y dar más consistencia a nuevos Tabores que constantemente se organizan.(21)  

 Los marroquíes desertan porque se lo piden en sueños los santones musulmanes

 El bando republicano apostó al principio de la contienda por hacer frente a los «moros» de Franco con una intensa propaganda para incitarles a la deserción, incluso prometiéndoles un sueldo de diez pesetas, el doble de lo que recibían con los nacionales. Pero aunque esta labor se convertiría en una prédica en el desierto, si vale la expresión, decenas de marroquíes abandonaron las filas de Franco para combatir en las del Ejército Popular.

Al comienzo de la guerra, la labor propagandística republicana sobre las tropas marroquíes fue encomendada en el frente de Madrid al comunista palestino Nayati Sidqi, enviado con este fin a España por la Komintern en agosto de 1936. Sidqi, que contaba con treinta y un años cuando llegó a nuestro país, firmó colaboraciones en algunos diarios madrileños como Mundo Obrero o Claridad, bajo el seudónimo de Mustafá Ibnu-Jala, a quien el corresponsal ruso Mijaíl Koltsov dedicó una de sus crónicas en Pravda.(22)

Sidqi realizó también, ocasionalmente, labores como corresponsal para algunos periódicos árabes. Pero la mayor parte de su trabajo en España se centró en realizar intervenciones radiofónicas, redactar panfletos en árabe que luego eran lanzados entre las filas marroquíes e incluso efectuar arengas en las trincheras por medio de altavoces.

Al comienzo de la guerra, la labor propagandística republicana sobre las tropas marroquíes fue encomendada en el frente de Madrid al comunista palestino Nayati Sidqi, enviado con este fin a España por la Komintern en agosto de 1936. (Foto del blog http://florentinoareneros.blogspot.com)

Las noticias sobre desertores marroquíes aparecieron de forma recurrente en la prensa madrileña durante el otoño de 1936. Sin duda alguna, se suponía que estas informaciones podrían ser un estímulo a la moral de los combatientes que se aprestaban a defender la capital. Aunque ningún miliciano se tragara la idea de que los «moros» de Franco pudieran entregarse en avalancha a las fuerzas leales, tampoco pasaba nada por paladearla.

En sus recuerdos de la guerra de España, Nayati Sidqi alude a una visita de «confraternización» que realizó en Madrid, en diciembre de 1936, a cuatro desertores marroquíes, retenidos en un cuartel junto a la plaza de España, seguramente el de la Montaña. Tal visita debió de ser en realidad un interrogatorio para sacar información a los marroquíes, al que Sidqi se habría prestado ante la solicitud del mando republicano. Los cuatro «moros» acababan de pasarse por el frente de Peguerinos, en la vertiente abulense de la sierra de Guadarrama, por cuyos pinares anduvieron perdidos y alimentándose de hierbas durante cuatro días, hasta llegar a las líneas republicanas.

Uno de los desertores, Abd al-Qader ibn Abd Al Salam, de treinta años, natural de Larache, relató a Sidqi que había sido detenido en una calle de su ciudad por un policía, sin justificación alguna. El policía le condujo a una comisaría en la que se encontraban retenidos varios de sus paisanos. A los pocos minutos los trasladaron al aeropuerto, donde les hicieron vestirse con ropa militar, aunque no les dieron armas. Un momento después los llevaron a la pista y les embarcaron en unos aviones. Los que se resistieron a subir a aquellos «pájaros locos», por miedo a volar, fueron golpeados y detenidos. El resto de la expedición aterrizó en Jerez y fue conducida en tren a Salamanca y Cáceres. En esta última ciudad recibieron instrucción durante tres días. Después les mandaron a Segovia y les incorporaron al frente de Peguerinos. Al día siguiente, Abd al-Qader ibn Abd Al Salam desertó a las filas republicanas con tres compañeros.

Nayati Sidqi recogió en sus memorias la insólita explicación de Abd al-Qader ibn Abd Al Salam sobre la razón que le llevó a desertar, un relato lleno de «natural simpleza y fe elemental», como lo definió el propio periodista palestino:

La noche que huí, había visto en sueños al sheij Sidi Yellul(23) que me dijo: «Abd al-Qader, hijo mío, tienes que levantarte ahora mismo e ir a las posiciones del gobierno de los Ayat Larbain.(24) Escoge a algunos de los compañeros en los que confíes y partid todos». Yo me levanté aterrorizado, obedecí a Sidi Yellul y desperté a estos tres que ves aquí. Entramos en el bosque y nos pusimos a caminar, en paralelo a los postes de teléfono, hacia la zona republicana. Nos perdimos y estuvimos cuatro días sin comer más que hierbas silvestres. A la tarde del cuarto día, nos salió al paso un grupo de milicianos republicanos, tiramos las armas y levantamos las manos en señal de rendición.

 Nayati Sidqi abandonó España en diciembre de 1936, no sólo decepcionado por los magros resultados de su actividad propagandística, sino por las fuertes resistencias de los partidos de izquierda, sobre todo el PCE, a sus iniciativas proárabes. Como señala la estudiosa Nieves Paradela, los camaradas españoles de Sidqi eran «poco o nada partidarios de colaborar con “el moro” fuera éste el que fuera».(25)

Es posible que el propio Sidqi, antes de dejar España, hubiera querido dirigirse por última vez a los marroquíes de las trincheras franquistas. El 15 de diciembre de 1936, según consta en un parte de operaciones de la 40.ª Brigada Mixta, desde las posiciones del madrileño parque del Oeste se habló por medio de un intérprete árabe a los soldados marroquíes para incitarles a pasarse. La charla de este desconocido intérprete dio buenos resultados, según el parte: «Se han pasado cinco soldados moros quienes anuncian la venida de muchos más». Si la alocución fue obra del comunista palestino, seguro que se llevó un último y grato recuerdo de su labor.(26)


La «morisma salvaje» de la que hablaba Dolores Ibárruri, "la Pasionaria", tenía razones para desconfiar de la acogida que se les brindaría en las filas frentepopulistas en caso de desertar. De hecho, el trato de los republicanos hacia los prisioneros marroquíes (en la imagen, un grupo numeroso de ellos) se redujo en muchos casos, sobre todo al comienzo de la contienda, a un disparo mortal a quemarropa. (Foto del blog http://florentinoareneros.blogspot.com)

En la frustración de Nayati Sidqi pesaron también los recelos del combatiente marroquí llegado a España con las tropas franquistas. Al temor por las represalias que pudieran sufrir sus familiares en el Marruecos español en el caso de desertar, los marroquíes que luchaban con Franco no debían de ignorar la fama de asesinos, violadores y saqueadores que se había propagado acerca de ellos en el bando republicano.

La «morisma salvaje» de la que hablaba Dolores Ibárruri, la Pasionaria, tenía razones para desconfiar de la acogida que se les brindaría en las filas frentepopulistas en caso de desertar. De hecho, el trato de los republicanos hacia los prisioneros marroquíes se redujo en muchos casos, sobre todo al comienzo de la contienda, a un disparo mortal a quemarropa. Por el mismo motivo, pasarse de las filas republicanas a las franquistas por un sector guarnecido por «regulares» comportaba mayores riesgos que hacerlo por otro que estuviera vigilado por soldados europeos.

A mediados de 1937, las autoridades republicanas se mostraban confiadas en el éxito de un plan de insurrección contra Franco por parte de algunas cabilas en la zona española del protectorado marroquí. La idea de esta insurrección había partido de Carlos de Baráibar, subsecretario del Ministerio de la Guerra en el gobierno de Largo Caballero. Baráibar, que se encargó también de los preparativos de la sublevación desde Tánger, llegó a asegurar que el plan contaba con el visto bueno de las autoridades de la zona francesa. En una entrevista que mantuvo con Azaña el 4 de junio de 1937, Baráibar afirmó que la insurrección en el Marruecos español era «cuestión de horas, más que de días».(27)

El presidente de la República no albergaba ningún optimismo acerca del plan, y temía que los cabecillas «moros» supuestamente adictos contactados por Baráibar, a los que se había entregado algunas sumas de dinero, estuvieran haciendo un doble juego. Los hechos terminarían por darle la razón, y todo el plan se esfumó, al igual que el dinero entregado a los presuntos jefes de la inexistente insurrección.

Azaña despachó la entrevista con Baráibar en sus diarios con la afilada ironía que acostumbraba, sobre todo al referirse a la parte del plan que contemplaba la deserción de los «moros» que luchaban con Franco en España:

 Lo más chusco de tantos desvaríos (a mí, al menos, me lo parecen) es el capítulo de las mujeres moras viniendo a la Península para que [sus esposos] arrojen las armas y se pasen a nuestras filas. ¡Tendría que ver! La influencia de las moras en los moritos... Acaso lleguen a imponerse, y hagamos una adaptación marroquí de Lisístrata.(28)

Protestas de los «moros» pasados al Ejército Popular

 Algunos de los marroquíes reclutados por Franco y evadidos a las líneas republicanas no terminaron la guerra en las filas del Ejército Popular, ya que volvieron a pasarse a las trincheras franquistas. Así sucedió con dos marroquíes encuadrados, junto con otros desertores del mismo origen, en la 39.ª Brigada Mixta, que defendía en Madrid el sector de El Pardo y Puerta de Hierro. El 11 de septiembre de 1937, estos dos «moros» regresaron a las filas nacionales, defraudados porque los republicanos no habían atendido sus demandas de ascenso y mejora salarial. Lo confirma el siguiente informe del comisario de la citada brigada, en el que se cita a un periodista que posiblemente fuera el mismísimo Nayati Sidqi:

 Estos moros habían desertado del campo enemigo, haciendo que llevaban en nuestras filas, ocho o nueve meses aproximadamente.  El motivo por el cual parece haberles inducido a desertar de nuestras filas es el siguiente:

Estos soldados habían hecho manifestaciones varias de que ellos eran buenos guerreros y que merecían ser clases y no simples soldados y además estaban convencidos de que serían ascendidos; uno a Teniente y el otro a Sargento, cosa que se les había prometido, o por lo menos que se les había hecho creer.

También es necesario hacer constar, que hace unos cuantos días, es- tuvo en la Compañía a la cual ellos pertenecían un Periodista, este les estuvo interrogando y ellos le manifestaron el deseo que tenían de ascender, a lo cual el Periodista les contestó, que ellos no tenían la suficiente capacidad, para que fuesen clases, habiéndose también cambiado palabras de un tono más violento llegando casi a la discusión. A partir de este momento, notábase cierto descontento en ambos, habiéndose también observado que se reunían frecuentemente con otros soldados, también moros y que también han sido evadidos del campo rebelde, pertenecientes a la misma Compañía y Batallón citados.

En estos desertores, no se ha tenido la más leve desconfianza, puesto que cuando se pasaron a nuestras filas lo hicieron con armamento y además han observado buena conducta durante su permanencia, hasta que surgió esa idea egoísta de querer ascender.(29)

 Entre la documentación del ejército franquista hay otro curioso relato de un evadido republicano sobre los problemas que provocaba en las filas del Ejército Popular un desertor marroquí, frustrado por la pérdida de valor de la soldada que recibía, debido a la inflación de la zona frentepopulista. El documento, fechado el 11 de octubre de 1938, se refiere a uno de los cinco «moros» que debieron de desertar por el sector de Seseña (Toledo) desde las filas del 6.º Tabor de Regulares de Tetúan n.º 1, encuadrado en la 17.ª División franquista:

 En la 1.ª Compañía del 160 Bon. «Comuneros», existe un moro que según ha oído se había pasado de nuestras filas a los rojos, por Seseña, hace un mes aproximadamente; lo habían destinado a la Caja de Reclutas de Ramón y Cajal de Madrid y desde allí lo destinaron nuevamente a la Compañía y Bon. en que está. Este individuo que en la Compañía le llaman «el moro» se pasó en unión de otros cuatro moros también que componían su escuadra, de la que él era Cabo. Hace aproximadamente diez días, quiso arrojar una bomba donde estaba haciendo puesto en compañía de varios más, impidiéndolo dos de los que allí había. Los soldados lo quisieron matar en el acto, pero se interpuso el Capitán de la Compañía y dijo que no se le mataba, que en todo caso le mandarían a un Bon. disciplinario, pero no salió de la Compañía. Ese moro hace guardia siempre con tres o cuatro elementos de los de más confianza de la Compañía.

Parece ser que se halla descontento en aquella zona e incluso hace manifestaciones a favor de la Causa Nacional. El día 8 de septiembre pasado, al ir a cobrar, dijo que él no quería billetes porque dichos papeles no tenían valor ninguno, que él lo que necesitaba era plata. Manifiesta el evadido que el encargado de darle la comida al moro era el cabo furriel de la Compañía, individuo de confianza por sus ideas extremistas.(30)

 En las unidades marroquíes de Franco se produjeron también deserciones entre los españoles que eran destinados a ellas como castigo por no haber acudido al llamamiento a filas en la zona franquista. La elevada mortandad en estas unidades, por ser las primeras que asaltaban las posiciones enemigas, las convirtió de hecho en auténticos batallones disciplinarios de combate, y por tanto especialmente aptos, a juicio del mando franquista, para que los prófugos pagaran su delito por no acudir a la llamada de las armas.

La documentación arroja casos como el de Manuel Santín, de Cartageira (León), y Pedro Pérez Cancela, de Carballo (La Coruña), ambos labradores y de veinticinco años de edad. Al no haber respondido al llamamiento de su reemplazo en zona nacional, fueron perseguidos, detenidos y condenados a servir cuatro años en el 3.º Tabor de Regulares de Tetuán n.º 1, de la 12.ª División, desplegada en el frente de Madrid. En la madrugada del 23 de abril de 1938, después de un día de intenso cañoneo de la artillería franquista contra la capital, los dos ex prófugos se pasaron al enemigo por las líneas de la 41.ª Brigada Mixta republicana, en el sector Vallecas-Villaverde. Ninguno de ellos pertenecía a ningún partido o sindicato, por lo que parece evidente que su fuga se debió al deseo de no estar ni un día más en aquella unidad marroquí.

Las declaraciones de ambos desertores, recogidas en el informe del comisario de la 41.ª Brigada Mixta que les interrogó, resultan muy explícitas a la hora de apuntar la resistencia a desertar de los marroquíes que luchaban con Franco:

 El elemento moro no se pasa a nuestras líneas por temor a que se le fusile; a este particular se cuentan horribles torturas que hacemos con ellos.(31)

El trágico final de los «moros» que defendieron Madrid

Además de las tropas marroquíes que combatieron a las órdenes de Franco, también hubo soldados árabes y musulmanes de muy diferentes países en el bando republicano. Los cálculos oscilan entre los 700 y los 1.000 voluntarios. También entre ellos hubo desertores, y algunos lo pagaron con su vida.

La única formación específicamente árabe en filas republicanas fue el Batallón de Milicias Marroquíes, formado en octubre de 1936 en el seno del Quinto Regimiento, con un número nunca confirmado de trabajadores del protectorado afincados en Madrid, de los cuales una buena parte fueron reclutados a la fuerza. Además, contaba con algunos prisioneros y desertores marroquíes.

Desertores de las fuerzas marroquíes de Franco enrolados en el Quinto Regimiento de milicias comunistas. Fotografía publicada por "Mundo Obrero" el 5 de octubre de 1936

El diario comunista Mundo Obrero informó el 5 de octubre de 1936 de la existencia de marroquíes en el Quinto Regimiento, al confirmar la incorporación de tres desertores de Regulares, uno de los cuales afirmaba haber sido reclutado a la fuerza y trasladado en un avión alemán Junkers a la Península. Una de las principales quejas referidas por este desertor respecto al trato recibido por los franquistas eran las «náuseas» que le provocaban las latas de sardinas, base del rancho diario de las tropas de África.

El rotativo del Partido Comunista adjuntaba a esta información una fotografía, posiblemente única, en la que se podía ver a un grupo de marroquíes encuadrados en las filas de esta unidad de milicias comunistas. En la imagen, por sus rasgos, se puede identificar al menos a tres combatientes «moros». Llevan calada boina, van pertrechados de correajes y cartucheras, y sostienen el fusil con la bayoneta en ristre. Alguno aparenta una edad avanzada. La fotografía no lleva pie, aunque la noticia que la acompaña no deja lugar a dudas sobre el origen de aquellos combatientes.(32)

El 7 de octubre, el diario El Sol revelaría la identidad del desertor que había venido a España a punta de pistola: se trataba de Hallude Men Yamed Hamen, de veintiún años, natural de Alcazarquivir (Larache), que fue apresado el 1 de agosto por soldados marroquíes en el estanco de su padre y enviado a Ceuta y después a Tetuán, desde donde fue embarcado en un Junkers hasta Jerez con otros infortunados.(33)

Ese mismo día 7, El Sol y La Voz anunciaban la fundación del Batallón de Milicias Marroquíes en una nota firmada bajo seudónimo por el ya citado Nayati Sidqi. De hecho, en un artículo aparecido en Pravda dos semanas antes, su corresponsal, Mijaíl Koltsov, ya había señalado a Sidqi como el responsable de la creación de una columna formada por los marroquíes desertores del ejército de Franco.

Sidqi sumaba la noticia de la creación de este batallón obrero marroquí a la información sobre un manifiesto redactado por «los marroquíes que se encuentran en Madrid» en contra de «los generales fascistas enemigos del pueblo marroquí» y a favor del gobierno del Frente Popular, al que consideraban garante de «las libertades democráticas del pueblo marroquí en la zona española de Marruecos». El manifiesto denunciaba que la mayoría de los soldados marroquíes que luchaban en las filas del enemigo lo hacían «unos, por estar engañados; los otros, por la fuerza, por cuyo motivo, y en su propio interés, se pasan de las filas fascistas a las republicanas». La nota concluía con el anuncio de la organización del batallón de combatientes marroquíes, «adherido al Quinto Regimiento».(34)

El comunista palestino Nayati Sidqi firmó en la prensa madrileña, con el seudónimo de Mustafá Ibnu-Jala, este manifiesto en nombre de los marroquíes residentes en Madrid en el que se anunciaba la fundación del Batallón de Milicias Marroquíes, que fue prácticamente aniquilado en la defensa de la ciudad. Un piloto de la escuadrilla de André Malraux, Paul Nothomb, confirmó el fusilamiento de sus supervivientes por los republicanos al intentar desertar (El Sol, 7 de octubre de 1936, Biblioteca Nacional de España) 

No parece probable que la nota aparecida en El Sol y La Voz tuviera un gran efecto propagandístico. Sobre todo porque pasa casi desapercibida entre otras muchas noticias y gacetillas. Esto debió de contribuir al desaliento de Sidqi respecto a su labor en la España republicana, pero quizá no tanto como el terrible final de esta unidad, que le llevó a cancelar este episodio de sus recuerdos de la guerra. Enviados en noviembre a primera línea para frenar las embestidas franquistas en la Ciudad Universitaria, los combatientes del Batallón de Milicias Marroquíes fueron aniquilados por el enemigo, salvo una decena de hombres que fueron fusilados por los propios republicanos al intentar desertar.(35)

Existe un testimonio fidedigno del despiadado final de este batallón marroquí. Se trata del relato de Paul Nothomb, comunista belga que se alistó como aviador en la escuadrilla España que organizó el escritor André Malraux al comienzo de la contienda. En su libro Malraux en España y a propósito de la muerte en combate aéreo sobre la sierra de Teruel, el 27 de diciembre de 1937, de Mohammed Belaïdi, un socialista argelino que servía de ametrallador en los bombarderos Potez-51 de la escuadrilla de Malraux, Nothomb escribe:

 Sabíamos que los numerosos árabes (sobre todo argelinos, marroquíes y tunecinos) que se habían enrolado en las Brigadas Internacionales eran tratados por los oficiales republicanos con una condescendencia claramente teñida de desprecio. Nos enteramos en particular, aunque se hablaba poco de ello, de que durante la batalla de noviembre la Junta Militar de Madrid [sic] había situado a los obreros marroquíes de la ciudad, a menudo a la fuerza, en las posiciones más expuestas del frente, donde los habían matado a casi todos; en cuanto a los supervivientes que habían tenido la suerte de poder regresar a retaguardia, no era raro, entonces, que se les fusilara ¡por abandono de su puesto! Tales hechos no contribuían en nada a la gloria de nuestra causa, pero a Malraux no le gustaba esconderse de la verdad por muy desgraciada que ésta fuera, y no perdía ocasión de invitarme a hacer lo mismo.(36)

 Aunque había voluntarios árabes que luchaban individualmente en brigadas mixtas españolas, la mayor parte de ellos fueron concentrados en el Batallón Six Février, creado en enero de 1937 y que formó parte de la XV y XIV Brigadas Internacionales. En sus filas lucharon, junto a franceses y belgas, voluntarios argelinos, tunecinos, marroquíes, palestinos y sirios, muchos de los cuales recibieron su bautismo de fuego en los sangrientos combates de la batalla del Jarama.(37)

El Six Février se disolvió en abril de 1938, aunque algunos de sus combatientes árabes siguieron luchando en el lado republicano, incluso después de la retirada de los brigadistas en octubre del mismo año. Cuando se produjo esta retirada, las autoridades republicanas contabilizaron apenas 35 marroquíes, 14 tangerinos, 8 albaneses y 7 palestinos entre los supervivientes de los «internacionales» árabes. El resto habían muerto, habían caído prisioneros o habían logrado salir de España.(38)

Entre los marroquíes que siguieron peleando por la República después de la retirada de los «internacionales» no faltaron quienes debieron de convencerse de que su lealtad no tenía ya ninguna salida. Entre las muchas sorpresas que guardan aún hoy los documentos de la Guerra Civil figuran las deserciones, nada menos que en enero de 1939, dos meses antes del final de la guerra, de algunos soldados marroquíes de las filas republicanas. Como ya he dicho, la peripecia de cualquiera de estos desertores marroquíes en la guerra de España merecería por sí sola todo un libro.

Uno de ellos fue Ahmed Ben Adbi Nabi, del 107.º Batallón de la 27.ª Brigada Mixta, desplegada a lo largo de toda la guerra en el frente madrileño de Somosierra. Ahmed se fugó el 3 de enero de 1939, a las diez de la mañana, desde las trincheras que ocupaba su unidad en la posición de Loma Quemada. Se llevó el armamento, presto quizá a hacer uso de él en aquella tierra extraña para huir quién sabe adónde.(39)

El mismo destino incierto se abrió dos días después ante Mohamed Ben Abjabib, de veintiocho años, perteneciente a la sección de transmisiones del 166.º Batallón de la 42.ª Brigada, que desertó el 5 de enero de 1939, sin armamento, en el sector de la Casa de Campo. Como una metáfora del desenlace de la guerra, Ben Abjabib tomó a la inversa el camino emprendido en los primeros combates en torno a Madrid por los desertores marroquíes de las filas de Franco, estimulados bajo la propaganda del palestino Nayati Sidqi.

Natural de Wad-ras y maestro de escuela, Ben Abjabib había sido incorporado a la 42.ª Brigada el 31 de julio de 1938, procedente de la 23.ª Brigada. Por la fecha de su incorporación a su nueva unidad y el lugar que ocupaba entonces la 23.ª Brigada, en la sierra de La Fatarella, en el frente del Ebro, cabe suponer que había sido desertor del ejército franquista o había caído prisionero de los republicanos al comienzo de aquella batalla. Refuerza esta hipótesis su presencia en la sección de transmisiones de la 42.ª Brigada, que por ser un cometido de segunda línea teóricamente facilitaba su vigilancia para evitar que se evadiera.

El comisario político de su batallón, al informar de su fuga, aseguraba que Ben Abjabib había observado siempre buena conducta, aunque «políticamente está deficiente dadas sus características especiales y su falta de conocimiento de nuestro idioma»; comentario que no dejaría lugar a dudas: las «características especiales» pueden referirse a su condición de prisionero o desertor. Además, un marroquí destinado en una sección de transmisiones sin saber hablar español, sólo podía ser un individuo sometido a cierta vigilancia.(40)

Concluyo con un recuerdo personal. Hace muchos años, en la plaza de una aldea marroquí al norte de Xauen, un veterano de Regulares no dudó en mostrarme, en amena y a la vez escalofriante charla, todas sus cicatrices de la Guerra Civil. Conté hasta cinco, en las piernas, los brazos y en el abdomen, producidas por balas y metralla. Me impresionó su testimonio acerca de cómo los marroquíes se lanzaban al asalto de las trincheras enemigas sin apenas bombardeos previos de artillería. Por el contrario, antes del ataque de los legionarios, las baterías franquistas no ahorraban en munición para ablandar la resistencia enemiga.

La denuncia de este veterano no le había impedido pertenecer, después de la guerra, a la Guardia Mora de Franco. De aquella experiencia conservaba aún, como un tesoro, un gesto que el dictador tuvo con él. Fue el día en que, convaleciente en el hospital de la caída del caballo en un acto oficial, accidente que estuvo a punto de dejarle paralítico, le vinieron a entregar de parte del Caudillo un regalo de valor para él incalculable, al que se refería aún con gran emoción: un par de calcetines.

No me es nada difícil imaginar ahora las tardes en que este veterano compartiría sus recuerdos de la contienda con sus compañeros de armas en España, alrededor de un ardiente té con menta. Quién sabe si alguno rescataría de su memoria, a la caída del sol, las aventuras del cabo Selimán y de aquel infortunado carpintero de Albacete, Ginés Gorguel, en la batalla del Ebro.

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NOTAS

 

1. Mustapha El Merroun, Las tropas marroquíes en la Guerra Civil española, Almena, Madrid, 2003, p. 203.

2. Líster, op. cit., p. 149.

3. Es la cifra ofrecida por el historiador marroquí Mamad Ibn Azzuz Ha- quím, recogidas por su compatriota M. El Merroun en op. cit., p. 193.

4. El Merroun, op. cit., p. 42.

5. Carlos Engel, Historia de las divisiones del Ejército Nacional, Almena, Madrid, 2000, p. 55.

6. Francisco Sánchez Ruano, Islam y Guerra Civil española, La Esfera de los Libros, Madrid, 2004, p. 97.

7. Ibidem, p. 166.

8. AGMA, ZN, 13.ª División, L. 1, C. 32, D. 1.

 9. AGMA, ZN, CGG, L. 282, C. 25, D. 14.

10. Seidman, op. cit., p. 159.

11. El Merroun, op. cit., p. 197.

12. AGMA, CGG, L. 145, C. 63.

13. ACSR, Sentencias del Tribunal Militar del CTV, 4 vols.

14. García Serrano, op. cit., p. 676.

15. AGMA, ZN, Cuerpo de Ejército del Maestrazgo, L. 5, C. 23, D. 1.

16. El Merroun, op. cit., p. 199.

17. AGMA, ZN, 74.ª División, L. 2, C. 10, D. 2.

18. Sánchez Ruano, op. cit., pp. 157 y 221.

19. El Merroun, op. cit., p. 192.

20. AGMA, ZN, CGG, L. 144, C. 60, D. 3.

21. Ibidem.

22. Nayati Sidqi, «Recuerdos de un comunista palestino en la guerra de España», Nación Árabe, n.º 51 (verano de 2004). Introducción, notas y traducción de Nieves Paradela.

23. Santón marroquí, cuyo morabito se encuentra cerca de Larache. Nota de N. Paradela en ibidem.

24. Literalmente, «Los signos de los cuarenta». Se trata de un expresión popular marroquí para designar a la República española, por creer que estaba dirigida por cuarenta hombres. Nota de N. Paradela en ibidem.

25. Ibidem.

26. AGMA, ZR, 40.ª Brigada Mixta, L. 1.185, C. 1, D. 2.

27. Azaña, op. cit., p. 91.

28. Ibidem, p. 92. Azaña se refiere a la comedia de Aristófanes, en la que la ateniense Lisístrata subleva a las mujeres de Atenas y Esparta contra la guerra, negándose a tener sexo con los hombres hasta que alcanzaran un acuerdo de paz.

29. AGMA, ZR, 5.ª División, L. 1.045, C. 17, D. 1.

30. AGMA, ZN, 17.ª División, L. 1, C 17, D 1.

31. AGMA, ZR, 41.ª Brigada Mixta, L. 1.187, C. 7, D. 1.

32. FPI, Mundo Obrero, Madrid, 5 de octubre de 1936.

33. IHCM, El Sol, Madrid, 7 de octubre de 1936.

34. Ibidem.

35. El Merroun, op. cit., p. 185.

36. Paul Nothomb, Malraux en España, Edhasa, Barcelona, 2001, p. 132.

37. Vidal, op. cit., p. 108.

38. Sánchez Ruano, op. cit., p. 279.

39. AGMA, ZR, 27.ª Brigada Mixta, L. 1.158, C. 10.

40. AGGC, TMP, Caja 82, Causa s/n.


 


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