MARROQUÍES EN EL ABISMO ENTRE LAS DOS ESPAÑAS
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Varias semanas después de concluir su lectura, aún sigo paladeando pasajes y figuras de la novela “Línea de fuego”, de Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara). Entre ellos despuntan Ginés Gorguel, el carpintero de Albacete, y el cabo marroquí Selimán, que a lo largo del relato van convirtiéndose en una pareja literaria sorprendente, cautivadora y muchas veces desternillante. La figura del cabo Selimán me evocaba de continuo las peripecias de muchos de los combatientes marroquíes en la Guerra Civil, entre las cuales destacan, por razón de su singularidad, la de los desertores, aunque fueron irrelevantes en número.
Quizá por el hecho mismo de que fueron muy escasas, se acostumbra a no detenerse en estas deserciones y a desdeñar la casi nula documentación que existe acerca de ellas. Sin duda, el combatiente marroquí fue leal al bando que le trajo a combatir en España, aunque quizá no se ha reparado en que la lealtad, para un soldado de las colonias que combatía en la metrópoli, solía convertirse en una de las contadas opciones para salvar el pellejo. A ellos les dediqué varios capítulos en mi libro “Desertores. La Guerra Civil que nadie quiere contar” (Debate), hoy agotado y descatalogado, pero reeditado por Almuzara, “Desertores. Los españoles que no quisieron la Guerra Civil”, en una edición más reducida, sin los capítulos de los desertores extranjeros: brigadistas internacionales, italianos y marroquíes. Por eso hoy quiero recuperar en este blog lo que escribí entonces sobre estos últimos, dignos algunos de ellos de merecer una novela por sí solos.
Los
«moros» que trajo Franco sumaron cien
mil combatientes y jugaron un papel determinante en todas las batallas y campañas. Su fama de tropa aguerrida
y cruel, de degolladores y violadores, su legendario desprecio tanto por su propia vida como por
la ajena, constituyeron un arma propagandística letal contra la moral de los combatientes republicanos, primero como milicianos y después como soldados del Ejército Popular.
Hasta
tal punto fue consciente el bando franquista del temor que despertaban sus
tropas marroquíes que, según relataría en sus memorias Enrique Líster, en la batalla
de Brunete llegaron a ser capturados medio centenar de soldados gallegos del ejército
nacional a los que sus mandos habían ordenado disfrazarse de «moros» de Regulares
para impresionar a los combatientes republicanos.(2)
Entre
los marroquíes que lucharon en las filas franquistas, los desaparecidos y desertores
sumaron cerca de 1.700.(3) Se trata del
único dato en el que los estudiosos de estas fuerzas parecen estar de acuerdo, pues
ocurre lo contrario a la hora de cuantificar las bajas mortales sufridas por las
tropas marroquíes, de las que se ofrecen cifras que oscilan entre los 11.000 y 21.000
muertos. La incidencia mínima de las deserciones entre las tropas marroquíes resalta
también a la vista de las especiales condiciones de su reclutamiento en la zona
española del protectorado en el norte de África. Esta recluta fue en ocasiones forzosa,
pues los caídes o jefes de las cabilas obligaban a las familias a entregar a alguno
de sus hijos para la guerra de España, a cambio de garantizarse buenas relaciones
con las autoridades franquistas o incluso salvar su propia vida.(4) Existen también testimonios de jóvenes marroquíes
detenidos arbitrariamente en las calles de las poblaciones norteafricanas y enviados
en cuestión de horas a España en avión.
Aunque
la recluta fuera forzosa excepcionalmente, sí que resultó forzada en la gran mayoría
de los alistados por el deseo de escapar de la miseria en que vivían en su tierra
de origen. A consecuencia de las malas cosechas de los años anteriores y de la grave
sequía que padecía el protectorado en 1936, miles de marroquíes vieron en el
alistamiento para la guerra de España una fuente de ingresos para sus familias.
A finales de agosto de 1936 ya se habían alistado cerca de diez mil, algunos incluso
muchachos de catorce a dieciséis años.
Los
nuevos reclutas eran encuadrados con ninguna o escasa instrucción en unidades
como los Regulares, las Mehal-las, las Harcas o la Legión. Los Regulares eran
unidades indígenas encuadradas en el ejército español en África desde 1911; las
Mehal-las eran fuerzas del jalifa Muley Hassan, representante del sultán de
Marruecos en la zona española del protectorado, y las Harcas eran unidades
irregulares de milicias. Existió también una Bandera de Falange de Marruecos,
mandada por el comandante Nemesio Fernández-Cuesta Merelo y encuadrada en la 18.ª
División, que permaneció toda la guerra en el frente sudeste de Madrid.(5)
A los
miles de marroquíes que acudían a los primeros reclutamientos se les entregaba el
uniforme, una lata de cinco litros de aceite, dos pilones de azúcar y un cuarto
de kilo de té verde. Las primas de enganche solían alcanzar los dos meses de
sueldo, que se fijó en cinco pesetas diarias, aunque con esta soldada el combatiente
tenía que costearse la comida, al igual que ocurría en la Legión.(6)
Los mandos
se cuidaron mucho de provocar protestas e insubordinaciones entre los «moros»,
aunque las hubo. Pero, en general, el soldado marroquí fue extremadamente sacrificado.
Algunos de ellos demostraban una puntería que impresionaba a sus mandos, sobre todo
con las ametralladoras. Decían los oficiales franquistas que los «moros» eran mejores
en el ataque que en la defensa, aunque en los asaltos solían escurrir el bulto con
pretextos humanitarios: si caía herido un compañero, lo auxiliaban entre diez o
doce, y entre diez o doce se lo llevaban a retaguardia.
Las tropas
marroquíes atacaban con mucho más ímpetu una población que una colina. La razón
no era otra que la ansiedad ante el botín. Los mandos solían concederles dos horas
de saqueo al entrar en una ciudad o un pueblo.(7)
Algunos marroquíes cargaron durante toda la guerra con el fruto de sus rapiñas,
sin importarles ni el peso ni el volumen, ya fueran baúles o relojes de pared, con
los que iban decorando sus estancias en los distintos frentes.
A los
«moros» se les pagaba puntualmente, aunque al principio de la guerra muchas de sus
familias se quejaron a las autoridades franquistas en Marruecos de que no recibían
el dinero que sus maridos, hijos o hermanos les enviaban desde España por medio
de giro postal o telegráfico. Así se lo hizo saber a Franco el Alto Comisariado
de España en Marruecos, a finales de mayo de 1937, mediante un informe en que
se aseguraba que había grandes cantidades de dinero en las oficinas de correos del
protectorado que no podían ser entregadas a las familias por falta de datos, nombres
incompletos o errores en la dirección de los destinatarios. El problema se solucionó
disponiendo que los envíos de dinero de los combatientes marroquíes a sus familias
se tramitaran a través de los interventores generales de los cuerpos de
ejército.(8)
Pero
no todas las reclamaciones de los familiares de los soldados marroquíes fueron atendidas.
Ante las numerosas peticiones de padres de combatientes indígenas, el general Eliseo
Álvarez Arenas, jefe de las Fuerzas Militares de Marruecos, planteó a Franco en
agosto de 1938 la posibilidad de ampliar a las tropas «moras» el licenciamiento
del tercer hijo en filas, establecida para los españoles en febrero de 1937. A
pesar de que el alistamiento de los marroquíes era «voluntario» y se habían comprometido
a servir en filas hasta el final de la campaña, en el cuartel general de Burgos
se vio con buenos ojos esta medida, como un gesto con la población del
protectorado.
Así, se
pensó en dar luz verde a la petición de Álvarez Arenas a condición de que los
inspectores de las cabilas acreditaran «la necesidad ineludible de la presencia
del individuo cuyo licenciamiento se interesa para el sostenimiento de la hacienda
o el cuidado de la familia». Cuando todo parecía resuelto, Franco dijo la última
palabra, según se informó al jefe de las Fuerzas Militares de Marruecos: «Dice S.E.
que no, porque son voluntarios».(9)
Al contrario
de lo que sucedió con la excepción para el tercer hijo en filas, los mandos
franquistas procuraron atender siempre las quejas y peticiones de los soldados
«moros» referentes a la comida o los permisos.(10)
Asimismo, se les respetaban escrupulosamente sus costumbres religiosas, como el
ayuno del Ramadán o la celebración de la Pascua Grande, el Aid el Kebir. Para
esta última fiesta se suministraba un cordero para cada seis o siete soldados,
si bien las autoridades franquistas solían organizar colectas en el protectorado
para financiar los animales que se suministraban a los combatientes en estas
ocasiones.(11) Con motivo de esta
celebración, en febrero de 1937, el cuartel general de Franco decretó que fueran
puestos en libertad todos los «moros» arrestados en sus unidades, salvo los que
estuvieran sujetos a procedimiento judicial.(12)
También
se les consintieron otro tipo de costumbres. Un veterano del ejército franquista
que tuvo mando sobre tropas de regulares, me aseguraba que al llegar a su unidad
fue advertido de que hiciera la vista gorda con los usos sexuales de algunos de
sus subordinados. «Me dije- ron que no me sorprendiera si veía a un soldado sodomizando
a otro, y que lo pasara por alto», relataba este veterano. En otras unidades extranjeras
al servicio de Franco, como las italianas, no existía la misma tolerancia: las penas
por estos actos entre sus combatientes podían alcanzar de uno a tres años de
prisión.(13)
La
tolerancia de la oficialidad española con los soldados marroquíes se extendió también
a los casos de automutilación, los cuales desmienten la leyenda de los «moros» como
tropa insensible a los estragos de la guerra moderna. Al igual que hacían los españoles,
los «regulares» se tumbaban en las trincheras para asomar las piernas por encima
del parapeto y ser alcanzados por un tiro «afortunado» que les diese el pasaporte
a la retaguardia.(14)
En la
batalla del Ebro, dos «regulares» recién incorporados a un tabor de la 84.ª División,
se presentaron en el puesto de socorro con un disparo en la mano, producido a muy
corta distancia. El parte los identifica como los indígenas números 27.927 y 27.934,
que es como suelen aparecer registrados los combatientes marroquíes en buena
parte de los documentos franquistas de la Guerra Civil. Su unidad había sido
lanzada aquel día al asalto de la cota 666 de la sierra de Pàndols, defendida
con uñas y dientes por la 11.ª División de Líster, que rechazaron la acometida causando
numerosas bajas a los atacantes.
Al presentarse
en el puesto de socorro, los dos dijeron que fueron alcanzados en las alambradas
republicanas. Ante la ausencia de posibles testimonios, y a la vista de la buena
conducta demostrada por estos soldados en el escaso tiempo que llevaban en el frente,
el jefe de su unidad dio carpetazo a la denuncia por automutilación y aseguró
que las heridas habían sido producidas por el fuego enemigo. Los dos marroquíes
fueron evacuados a retaguardia. Cuando estuvieron ya sanados, la batalla del Ebro
había terminado.(15)
Los prósperos negocios de los desertores marroquíes
La mayor parte de los marroquíes que desertaron de las unidades franquistas lo hicieron a retaguardia y por razones personales más que ideológicas. La más importante de las causas, a tenor de la documentación nacional, fue la del deseo de prosperar estableciéndose en España como comerciantes. Muchos de los soldados marroquíes aprovecharon el alistamiento en las filas de Franco para pasar el Estrecho, desertar y convertirse en vivanderos que seguían a las columnas militares para venderles tabaco, coñac, cerillas, café, chocolate, sobres, papel o preservativos.(16)
Los
soldados franquistas llamaban «el zoco» a estos mercados improvisados que los
marroquíes establecían en la plaza de cualquier ciudad o pueblo, la mayoría de
las veces mostrando su mercancía en un saco abierto sobre el suelo, que luego
cerraban y se cargaban a la espalda en pos de las unidades en marcha. Aunque
todos sospechaban que eran desertores, se les dejaba hacer, sobre todo porque
aliviaban la escasez de las tropas.
Fue precisamente
el éxito económico de estos desertores lo que alertó a los mandos nacionales sobre
el peligro que entrañaban las fugas entre las tropas marroquíes. El 15 de marzo
de 1938, las autoridades franquistas hicieron circular en todas las grandes unidades
con tropas indígenas una nota del general Eliseo Álvarez Arenas, en la que se alertaba
de la grave amenaza que representaban las nuevas dedicaciones comerciales de los
desertores marroquíes.
El documento
que se cita a continuación llegó a la 74.ª División, situada en el frente de Madrid,
a través del Estado Mayor del Ejército del Centro, que la recibió a su vez del Servicio
de Inteligencia y Policía Militar (SIMP), lo que demuestra la importancia que se
dio a la denuncia de Álvarez Arenas:
Según informes que se reciben en aquella oficina, algunos soldados indígenas desertan de sus Unidades en la Península y se dedican a negociantes, lo que además de proporcionarles pingües ganancias, esta actividad les aleja de los peligros de la guerra. Igualmente manifiestan que estos individuos envían a sus familiares fuertes cantidades de dinero, dando con ello lugar a que las familias de los que se encuentran en las Unidades, al no hacer esos envíos de dinero, los exciten a que deserten y se dediquen al negocio.(17)
Las deserciones no eran la principal preocupación de las autoridades franquistas, sino el elevado número de bajas que sufrían las unidades marroquíes, que podía desalentar el alistamiento. El excesivo número de muertos y heridos entre las tropas «moras» obligó a abrir nuevos reclutamientos, incluso en la zona del protectorado bajo control francés.(18)
Para que
las bajas entre las tropas indígenas no desalentaran el alistamiento, las autoridades
franquistas llegaron a imponer la censura sobre la correspondencia de los combatientes
marroquíes para que no hablaran de los muertos y heridos a sus familias. Al severo
control del correo, se unió en un momento dado la prohibición de permisos a los
marroquíes heridos, sobre todo si habían quedado mutilados. Incluso se optó por
no informar a las familias sobre la muerte en combate de sus maridos, hijos o hermanos.
Los soldados marroquíes utilizaban entonces algunos trucos para informar a los padres,
mujeres o hermanos de los fallecidos, como el de comunicar que los caídos se encontraban
junto a algún familiar ya muerto.(19)
La
necesidad de reponer rápidamente las bajas sufridas en los tabores y mehal-las perjudicó
el ya escaso nivel de instrucción que presentaban los combatientes marroquíes,
extremando su condición de “carne de cañón”, en contra del tópico de su profesionalidad militar. A principios de 1937, el general Queipo
de Llano escribió a Franco denunciando la falta de preparación de los «moros»
recién llegados a la Península como causa directa de las bajas entre los
oficiales que los mandaban en el combate:
Se queja la oficialidad de las tropas regulares que el personal indígena que viene de Marruecos con objeto de cubrir bajas, se presenta en las unidades que están en los frentes combatiendo, sin instrucción. Razón a la que achacan las numerosas bajas de oficiales que están ocurriendo y al poco rendimiento de las tropas de choque. En cambio, parece que hay bastantes veteranos en África que desearían venir, entre otras razones, porque dicen que a los nuevos reclutas en la campaña les están ascendiendo y pasando a sus escalafones.(20)
El cuartel general de Franco respondió a Queipo reconociendo el problema, pero le dijo que no había forma de solucionarlo y que se debía proporcionar la instrucción a los nuevos reclutas una vez llegados a la Península:
La cantidad de indígenas que todos los Tabores piden para cubrir bajas, impide que puedan venir instruidos pues hay que sacarlos de Tabores que están en instrucción, por lo cual es preciso, antes de incorporarlos al Tabor para el que vienen, hacer que practiquen algo de instrucción.
En
África no hay más veteranos que algunos de los que van con permiso después de
ser heridos. He dispuesto que queden allí para encuadrar y dar más consistencia
a nuevos Tabores que constantemente se organizan.(21)
Los marroquíes desertan porque se lo piden en sueños los santones musulmanes
El bando republicano apostó al principio de la contienda por hacer frente a los «moros» de Franco con una intensa propaganda para incitarles a la deserción, incluso prometiéndoles un sueldo de diez pesetas, el doble de lo que recibían con los nacionales. Pero aunque esta labor se convertiría en una prédica en el desierto, si vale la expresión, decenas de marroquíes abandonaron las filas de Franco para combatir en las del Ejército Popular.
Al comienzo
de la guerra, la labor propagandística republicana sobre las tropas marroquíes fue
encomendada en el frente de Madrid al comunista palestino Nayati Sidqi, enviado
con este fin a España por la Komintern en agosto de 1936. Sidqi, que contaba con
treinta y un años cuando llegó a nuestro país, firmó colaboraciones en algunos
diarios madrileños como Mundo Obrero o Claridad, bajo el seudónimo
de Mustafá Ibnu-Jala, a quien el corresponsal ruso Mijaíl Koltsov dedicó una de
sus crónicas en Pravda.(22)
Sidqi
realizó también, ocasionalmente, labores como corresponsal para algunos
periódicos árabes. Pero la mayor parte de su trabajo en España se centró en realizar
intervenciones radiofónicas, redactar panfletos en árabe que luego eran lanzados
entre las filas marroquíes e incluso efectuar arengas en las trincheras por medio
de altavoces.
Las noticias
sobre desertores marroquíes aparecieron de forma recurrente en la prensa madrileña
durante el otoño de 1936. Sin duda alguna, se suponía que estas informaciones podrían
ser un estímulo a la moral de los combatientes que se aprestaban a defender la capital.
Aunque ningún miliciano se tragara la idea de que los «moros» de Franco pudieran
entregarse en avalancha a las fuerzas leales, tampoco pasaba nada por
paladearla.
En sus
recuerdos de la guerra de España, Nayati Sidqi alude a una visita de
«confraternización» que realizó en Madrid, en diciembre de 1936, a cuatro
desertores marroquíes, retenidos en un cuartel junto a la plaza de España,
seguramente el de la Montaña. Tal visita debió de ser en realidad un
interrogatorio para sacar información a los marroquíes, al que Sidqi se habría
prestado ante la solicitud del mando republicano. Los cuatro «moros» acababan
de pasarse por el frente de Peguerinos, en la vertiente abulense de la sierra de
Guadarrama, por cuyos pinares anduvieron perdidos y alimentándose de hierbas
durante cuatro días, hasta llegar a las líneas republicanas.
Uno de
los desertores, Abd al-Qader ibn Abd Al Salam, de treinta años, natural de Larache,
relató a Sidqi que había sido detenido en una calle de su ciudad por un policía,
sin justificación alguna. El policía le condujo a una comisaría en la que se
encontraban retenidos varios de sus paisanos. A los pocos minutos los
trasladaron al aeropuerto, donde les hicieron vestirse con ropa militar, aunque
no les dieron armas. Un momento después los llevaron a la pista y les embarcaron
en unos aviones. Los que se resistieron a subir a aquellos «pájaros locos», por
miedo a volar, fueron golpeados y detenidos. El resto de la expedición aterrizó
en Jerez y fue conducida en tren a Salamanca y Cáceres. En esta última ciudad recibieron
instrucción durante tres días. Después les mandaron a Segovia y les incorporaron
al frente de Peguerinos. Al día siguiente, Abd al-Qader ibn Abd Al Salam desertó
a las filas republicanas con tres compañeros.
Nayati
Sidqi recogió en sus memorias la insólita explicación de Abd al-Qader ibn Abd Al
Salam sobre la razón que le llevó a desertar, un relato lleno de «natural simpleza
y fe elemental», como lo definió el propio periodista palestino:
La noche que huí, había visto en sueños al sheij Sidi Yellul(23) que me dijo: «Abd al-Qader, hijo mío, tienes que levantarte ahora mismo e ir a las posiciones del gobierno de los Ayat Larbain.(24) Escoge a algunos de los compañeros en los que confíes y partid todos». Yo me levanté aterrorizado, obedecí a Sidi Yellul y desperté a estos tres que ves aquí. Entramos en el bosque y nos pusimos a caminar, en paralelo a los postes de teléfono, hacia la zona republicana. Nos perdimos y estuvimos cuatro días sin comer más que hierbas silvestres. A la tarde del cuarto día, nos salió al paso un grupo de milicianos republicanos, tiramos las armas y levantamos las manos en señal de rendición.
Nayati Sidqi abandonó España en diciembre de 1936, no sólo decepcionado por los magros resultados de su actividad propagandística, sino por las fuertes resistencias de los partidos de izquierda, sobre todo el PCE, a sus iniciativas proárabes. Como señala la estudiosa Nieves Paradela, los camaradas españoles de Sidqi eran «poco o nada partidarios de colaborar con “el moro” fuera éste el que fuera».(25)
Es posible
que el propio Sidqi, antes de dejar España, hubiera querido dirigirse por
última vez a los marroquíes de las trincheras franquistas. El 15 de diciembre de
1936, según consta en un parte de operaciones de la 40.ª Brigada Mixta, desde las
posiciones del madrileño parque del Oeste se habló por medio de un intérprete árabe
a los soldados marroquíes para incitarles a pasarse. La charla de este desconocido
intérprete dio buenos resultados, según el parte: «Se han pasado cinco soldados
moros quienes anuncian la venida de muchos más». Si la alocución fue obra del
comunista palestino, seguro que se llevó un último y grato recuerdo de su
labor.(26)
La «morisma salvaje» de la que hablaba Dolores Ibárruri, "la Pasionaria", tenía razones para desconfiar de la acogida que se les brindaría en las filas frentepopulistas en caso de desertar. De hecho, el trato de los republicanos hacia los prisioneros marroquíes (en la imagen, un grupo numeroso de ellos) se redujo en muchos casos, sobre todo al comienzo de la contienda, a un disparo mortal a quemarropa. (Foto del blog http://florentinoareneros.blogspot.com)
En la frustración de Nayati Sidqi pesaron también los recelos del combatiente marroquí llegado a España con las tropas franquistas. Al temor por las represalias que pudieran sufrir sus familiares en el Marruecos español en el caso de desertar, los marroquíes que luchaban con Franco no debían de ignorar la fama de asesinos, violadores y saqueadores que se había propagado acerca de ellos en el bando republicano.
La «morisma
salvaje» de la que hablaba Dolores Ibárruri, la Pasionaria, tenía razones para
desconfiar de la acogida que se les brindaría en las filas frentepopulistas en caso
de desertar. De hecho, el trato de los republicanos hacia los prisioneros marroquíes
se redujo en muchos casos, sobre todo al comienzo de la contienda, a un disparo
mortal a quemarropa. Por el mismo motivo, pasarse de las filas republicanas a las
franquistas por un sector guarnecido por «regulares» comportaba mayores riesgos
que hacerlo por otro que estuviera vigilado por soldados europeos.
A mediados
de 1937, las autoridades republicanas se mostraban confiadas en el éxito de un plan
de insurrección contra Franco por parte de algunas cabilas en la zona española del
protectorado marroquí. La idea de esta insurrección había partido de Carlos de Baráibar,
subsecretario del Ministerio de la Guerra en el gobierno de Largo Caballero. Baráibar,
que se encargó también de los preparativos de la sublevación desde Tánger, llegó
a asegurar que el plan contaba con el visto bueno de las autoridades de la zona
francesa. En una entrevista que mantuvo con Azaña el 4 de junio de 1937, Baráibar
afirmó que la insurrección en el Marruecos español era «cuestión de horas, más que
de días».(27)
El presidente
de la República no albergaba ningún optimismo acerca del plan, y temía que los
cabecillas «moros» supuestamente adictos contactados por Baráibar, a los que se
había entregado algunas sumas de dinero, estuvieran haciendo un doble juego. Los
hechos terminarían por darle la razón, y todo el plan se esfumó, al igual que el
dinero entregado a los presuntos jefes de la inexistente insurrección.
Azaña
despachó la entrevista con Baráibar en sus diarios con la afilada ironía que acostumbraba,
sobre todo al referirse a la parte del plan que contemplaba la deserción de los
«moros» que luchaban con Franco en España:
Lo más chusco de tantos desvaríos (a mí, al menos, me lo parecen) es el capítulo de las mujeres moras viniendo a la Península para que [sus esposos] arrojen las armas y se pasen a nuestras filas. ¡Tendría que ver! La influencia de las moras en los moritos... Acaso lleguen a imponerse, y hagamos una adaptación marroquí de Lisístrata.(28)
Algunos de los marroquíes reclutados por Franco y evadidos a las líneas republicanas no terminaron la guerra en las filas del Ejército Popular, ya que volvieron a pasarse a las trincheras franquistas. Así sucedió con dos marroquíes encuadrados, junto con otros desertores del mismo origen, en la 39.ª Brigada Mixta, que defendía en Madrid el sector de El Pardo y Puerta de Hierro. El 11 de septiembre de 1937, estos dos «moros» regresaron a las filas nacionales, defraudados porque los republicanos no habían atendido sus demandas de ascenso y mejora salarial. Lo confirma el siguiente informe del comisario de la citada brigada, en el que se cita a un periodista que posiblemente fuera el mismísimo Nayati Sidqi:
Estos moros habían desertado del campo enemigo, haciendo que llevaban en nuestras filas, ocho o nueve meses aproximadamente. El motivo por el cual parece haberles inducido a desertar de nuestras filas es el siguiente:
Estos
soldados habían hecho manifestaciones varias de que ellos eran buenos guerreros
y que merecían ser clases y no simples soldados y además estaban convencidos de
que serían ascendidos; uno a Teniente y el otro a Sargento, cosa que se les
había prometido, o por lo menos que se les había hecho creer.
También
es necesario hacer constar, que hace unos cuantos días, es- tuvo en la Compañía
a la cual ellos pertenecían un Periodista, este les estuvo interrogando y ellos
le manifestaron el deseo que tenían de ascender, a lo cual el Periodista les
contestó, que ellos no tenían la suficiente capacidad, para que fuesen clases,
habiéndose también cambiado palabras de un tono más violento llegando casi a la
discusión. A partir de este momento, notábase cierto descontento en ambos,
habiéndose también observado que se reunían frecuentemente con otros soldados,
también moros y que también han sido evadidos del campo rebelde, pertenecientes
a la misma Compañía y Batallón citados.
En
estos desertores, no se ha tenido la más leve desconfianza, puesto que cuando
se pasaron a nuestras filas lo hicieron con armamento y además han observado
buena conducta durante su permanencia, hasta que surgió esa idea egoísta de querer
ascender.(29)
Entre la documentación del ejército franquista hay otro curioso relato de un evadido republicano sobre los problemas que provocaba en las filas del Ejército Popular un desertor marroquí, frustrado por la pérdida de valor de la soldada que recibía, debido a la inflación de la zona frentepopulista. El documento, fechado el 11 de octubre de 1938, se refiere a uno de los cinco «moros» que debieron de desertar por el sector de Seseña (Toledo) desde las filas del 6.º Tabor de Regulares de Tetúan n.º 1, encuadrado en la 17.ª División franquista:
En la 1.ª Compañía del 160 Bon. «Comuneros», existe un moro que según ha oído se había pasado de nuestras filas a los rojos, por Seseña, hace un mes aproximadamente; lo habían destinado a la Caja de Reclutas de Ramón y Cajal de Madrid y desde allí lo destinaron nuevamente a la Compañía y Bon. en que está. Este individuo que en la Compañía le llaman «el moro» se pasó en unión de otros cuatro moros también que componían su escuadra, de la que él era Cabo. Hace aproximadamente diez días, quiso arrojar una bomba donde estaba haciendo puesto en compañía de varios más, impidiéndolo dos de los que allí había. Los soldados lo quisieron matar en el acto, pero se interpuso el Capitán de la Compañía y dijo que no se le mataba, que en todo caso le mandarían a un Bon. disciplinario, pero no salió de la Compañía. Ese moro hace guardia siempre con tres o cuatro elementos de los de más confianza de la Compañía.
Parece
ser que se halla descontento en aquella zona e incluso hace manifestaciones a
favor de la Causa Nacional. El día 8 de septiembre pasado, al ir a cobrar, dijo
que él no quería billetes porque dichos papeles no tenían valor ninguno, que él
lo que necesitaba era plata. Manifiesta el evadido que el encargado de darle la
comida al moro era el cabo furriel de la Compañía, individuo de confianza por
sus ideas extremistas.(30)
En las unidades marroquíes de Franco se produjeron también deserciones entre los españoles que eran destinados a ellas como castigo por no haber acudido al llamamiento a filas en la zona franquista. La elevada mortandad en estas unidades, por ser las primeras que asaltaban las posiciones enemigas, las convirtió de hecho en auténticos batallones disciplinarios de combate, y por tanto especialmente aptos, a juicio del mando franquista, para que los prófugos pagaran su delito por no acudir a la llamada de las armas.
La documentación
arroja casos como el de Manuel Santín, de Cartageira (León), y Pedro Pérez Cancela,
de Carballo (La Coruña), ambos labradores y de veinticinco años de edad. Al no haber
respondido al llamamiento de su reemplazo en zona nacional, fueron perseguidos,
detenidos y condenados a servir cuatro años en el 3.º Tabor de Regulares de Tetuán
n.º 1, de la 12.ª División, desplegada en el frente de Madrid. En la madrugada
del 23 de abril de 1938, después de un día de intenso cañoneo de la artillería
franquista contra la capital, los dos ex prófugos se pasaron al enemigo por las
líneas de la 41.ª Brigada Mixta republicana, en el sector Vallecas-Villaverde. Ninguno
de ellos pertenecía a ningún partido o sindicato, por lo que parece evidente que
su fuga se debió al deseo de no estar ni un día más en aquella unidad marroquí.
Las declaraciones
de ambos desertores, recogidas en el informe del comisario de la 41.ª Brigada Mixta
que les interrogó, resultan muy explícitas a la hora de apuntar la resistencia a
desertar de los marroquíes que luchaban con Franco:
El elemento moro no se pasa a nuestras líneas por temor a que se le fusile; a este particular se cuentan horribles torturas que hacemos con ellos.(31)
El trágico final de los «moros» que defendieron Madrid
Además de las tropas marroquíes que combatieron a las órdenes de Franco, también hubo soldados árabes y musulmanes de muy diferentes países en el bando republicano. Los cálculos oscilan entre los 700 y los 1.000 voluntarios. También entre ellos hubo desertores, y algunos lo pagaron con su vida.
La única
formación específicamente árabe en filas republicanas fue el Batallón de Milicias
Marroquíes, formado en octubre de 1936 en el seno del Quinto Regimiento, con un
número nunca confirmado de trabajadores del protectorado afincados en Madrid, de
los cuales una buena parte fueron reclutados a la fuerza. Además, contaba con
algunos prisioneros y desertores marroquíes.
El diario
comunista Mundo Obrero informó el 5 de octubre de 1936 de la existencia de
marroquíes en el Quinto Regimiento, al confirmar la incorporación de tres desertores
de Regulares, uno de los cuales afirmaba haber sido reclutado a la fuerza y trasladado
en un avión alemán Junkers a la Península. Una de las principales quejas referidas
por este desertor respecto al trato recibido por los franquistas eran las
«náuseas» que le provocaban las latas de sardinas, base del rancho diario de las
tropas de África.
El
rotativo del Partido Comunista adjuntaba a esta información una fotografía,
posiblemente única, en la que se podía ver a un grupo de marroquíes encuadrados
en las filas de esta unidad de milicias comunistas. En la imagen, por sus
rasgos, se puede identificar al menos a tres combatientes «moros». Llevan calada
boina, van pertrechados de correajes y cartucheras, y sostienen el fusil con la
bayoneta en ristre. Alguno aparenta una edad avanzada. La fotografía no lleva
pie, aunque la noticia que la acompaña no deja lugar a dudas sobre el origen de
aquellos combatientes.(32)
El 7 de
octubre, el diario El Sol revelaría la identidad del desertor que había venido
a España a punta de pistola: se trataba de Hallude Men Yamed Hamen, de veintiún
años, natural de Alcazarquivir (Larache), que fue apresado el 1 de agosto por soldados
marroquíes en el estanco de su padre y enviado a Ceuta y después a Tetuán, desde
donde fue embarcado en un Junkers hasta Jerez con otros infortunados.(33)
Ese mismo
día 7, El Sol y La Voz anunciaban la fundación del Batallón de Milicias
Marroquíes en una nota firmada bajo seudónimo por el ya citado Nayati Sidqi. De
hecho, en un artículo aparecido en Pravda dos semanas antes, su corresponsal, Mijaíl
Koltsov, ya había señalado a Sidqi como el responsable de la creación de una columna
formada por los marroquíes desertores del ejército de Franco.
Sidqi
sumaba la noticia de la creación de este batallón obrero marroquí a la
información sobre un manifiesto redactado por «los marroquíes que se encuentran
en Madrid» en contra de «los generales fascistas enemigos del pueblo marroquí» y
a favor del gobierno del Frente Popular, al que consideraban garante de «las libertades
democráticas del pueblo marroquí en la zona española de Marruecos». El manifiesto
denunciaba que la mayoría de los soldados marroquíes que luchaban en las filas del
enemigo lo hacían «unos, por estar engañados; los otros, por la fuerza, por cuyo
motivo, y en su propio interés, se pasan de las filas fascistas a las
republicanas». La nota concluía con el anuncio de la organización del batallón de
combatientes marroquíes, «adherido al Quinto Regimiento».(34)
El comunista palestino Nayati Sidqi firmó en la prensa madrileña, con el seudónimo de Mustafá Ibnu-Jala, este manifiesto en nombre de los marroquíes residentes en Madrid en el que se anunciaba la fundación del Batallón de Milicias Marroquíes, que fue prácticamente aniquilado en la defensa de la ciudad. Un piloto de la escuadrilla de André Malraux, Paul Nothomb, confirmó el fusilamiento de sus supervivientes por los republicanos al intentar desertar (El Sol, 7 de octubre de 1936, Biblioteca Nacional de España)
No
parece probable que la nota aparecida en El Sol y La Voz tuviera
un gran efecto propagandístico. Sobre todo porque pasa casi desapercibida entre
otras muchas noticias y gacetillas. Esto debió de contribuir al desaliento de Sidqi
respecto a su labor en la España republicana, pero quizá no tanto como el terrible
final de esta unidad, que le llevó a cancelar este episodio de sus recuerdos de
la guerra. Enviados en noviembre a primera línea para frenar las embestidas franquistas
en la Ciudad Universitaria, los combatientes del Batallón de Milicias Marroquíes
fueron aniquilados por el enemigo, salvo una decena de hombres que fueron fusilados
por los propios republicanos al intentar desertar.(35)
Existe
un testimonio fidedigno del despiadado final de este batallón marroquí. Se trata
del relato de Paul Nothomb, comunista belga que se alistó como aviador en la escuadrilla
España que organizó el escritor André Malraux al comienzo de la contienda.
En su libro Malraux en España y a propósito de la muerte en combate aéreo
sobre la sierra de Teruel, el 27 de diciembre de 1937, de Mohammed Belaïdi, un
socialista argelino que servía de ametrallador en los bombarderos Potez-51 de
la escuadrilla de Malraux, Nothomb escribe:
Sabíamos que los numerosos árabes (sobre todo argelinos, marroquíes y tunecinos) que se habían enrolado en las Brigadas Internacionales eran tratados por los oficiales republicanos con una condescendencia claramente teñida de desprecio. Nos enteramos en particular, aunque se hablaba poco de ello, de que durante la batalla de noviembre la Junta Militar de Madrid [sic] había situado a los obreros marroquíes de la ciudad, a menudo a la fuerza, en las posiciones más expuestas del frente, donde los habían matado a casi todos; en cuanto a los supervivientes que habían tenido la suerte de poder regresar a retaguardia, no era raro, entonces, que se les fusilara ¡por abandono de su puesto! Tales hechos no contribuían en nada a la gloria de nuestra causa, pero a Malraux no le gustaba esconderse de la verdad por muy desgraciada que ésta fuera, y no perdía ocasión de invitarme a hacer lo mismo.(36)
Aunque había voluntarios árabes que luchaban individualmente en brigadas mixtas españolas, la mayor parte de ellos fueron concentrados en el Batallón Six Février, creado en enero de 1937 y que formó parte de la XV y XIV Brigadas Internacionales. En sus filas lucharon, junto a franceses y belgas, voluntarios argelinos, tunecinos, marroquíes, palestinos y sirios, muchos de los cuales recibieron su bautismo de fuego en los sangrientos combates de la batalla del Jarama.(37)
El Six
Février se disolvió en abril de 1938, aunque algunos de sus combatientes árabes
siguieron luchando en el lado republicano, incluso después de la retirada de los
brigadistas en octubre del mismo año. Cuando se produjo esta retirada, las autoridades
republicanas contabilizaron apenas 35 marroquíes, 14 tangerinos, 8 albaneses y 7
palestinos entre los supervivientes de los «internacionales» árabes. El resto
habían muerto, habían caído prisioneros o habían logrado salir de España.(38)
Entre
los marroquíes que siguieron peleando por la República después de la retirada de
los «internacionales» no faltaron quienes debieron de convencerse de que su lealtad
no tenía ya ninguna salida. Entre las muchas sorpresas que guardan aún hoy los documentos
de la Guerra Civil figuran las deserciones, nada menos que en enero de 1939,
dos meses antes del final de la guerra, de algunos soldados marroquíes de las filas
republicanas. Como ya he dicho, la peripecia de cualquiera de estos desertores
marroquíes en la guerra de España merecería por sí sola todo un libro.
Uno de
ellos fue Ahmed Ben Adbi Nabi, del 107.º Batallón de la 27.ª Brigada Mixta, desplegada
a lo largo de toda la guerra en el frente madrileño de Somosierra. Ahmed se fugó
el 3 de enero de 1939, a las diez de la mañana, desde las trincheras que ocupaba
su unidad en la posición de Loma Quemada. Se llevó el armamento, presto quizá a
hacer uso de él en aquella tierra extraña para huir quién sabe adónde.(39)
El mismo
destino incierto se abrió dos días después ante Mohamed Ben Abjabib, de veintiocho
años, perteneciente a la sección de transmisiones del 166.º Batallón de la 42.ª
Brigada, que desertó el 5 de enero de 1939, sin armamento, en el sector de la Casa
de Campo. Como una metáfora del desenlace de la guerra, Ben Abjabib tomó a la inversa
el camino emprendido en los primeros combates en torno a Madrid por los desertores
marroquíes de las filas de Franco, estimulados bajo la propaganda del palestino
Nayati Sidqi.
Natural
de Wad-ras y maestro de escuela, Ben Abjabib había sido incorporado a la 42.ª Brigada
el 31 de julio de 1938, procedente de la 23.ª Brigada. Por la fecha de su incorporación
a su nueva unidad y el lugar que ocupaba entonces la 23.ª Brigada, en la sierra
de La Fatarella, en el frente del Ebro, cabe suponer que había sido desertor del
ejército franquista o había caído prisionero de los republicanos al comienzo de
aquella batalla. Refuerza esta hipótesis su presencia en la sección de transmisiones
de la 42.ª Brigada, que por ser un cometido de segunda línea teóricamente facilitaba
su vigilancia para evitar que se evadiera.
El comisario
político de su batallón, al informar de su fuga, aseguraba que Ben Abjabib había
observado siempre buena conducta, aunque «políticamente está deficiente dadas sus
características especiales y su falta de conocimiento de nuestro idioma»; comentario
que no dejaría lugar a dudas: las «características especiales» pueden referirse
a su condición de prisionero o desertor. Además, un marroquí destinado en una
sección de transmisiones sin saber hablar español, sólo podía ser un individuo sometido
a cierta vigilancia.(40)
Concluyo
con un recuerdo personal. Hace muchos años, en la plaza de una aldea marroquí
al norte de Xauen, un veterano de Regulares no dudó en mostrarme, en amena y a
la vez escalofriante charla, todas sus cicatrices de la Guerra Civil. Conté
hasta cinco, en las piernas, los brazos y en el abdomen, producidas por balas y
metralla. Me impresionó su testimonio acerca de cómo los marroquíes se lanzaban
al asalto de las trincheras enemigas sin apenas bombardeos previos de
artillería. Por el contrario, antes del ataque de los legionarios, las baterías
franquistas no ahorraban en munición para ablandar la resistencia enemiga.
La
denuncia de este veterano no le había impedido pertenecer, después de la
guerra, a la Guardia Mora de Franco. De aquella experiencia conservaba aún,
como un tesoro, un gesto que el dictador tuvo con él. Fue el día en que,
convaleciente en el hospital de la caída del caballo en un acto oficial,
accidente que estuvo a punto de dejarle paralítico, le vinieron a entregar de
parte del Caudillo un regalo de valor para él incalculable, al que se refería
aún con gran emoción: un par de calcetines.
No me
es nada difícil imaginar ahora las tardes en que este veterano compartiría sus
recuerdos de la contienda con sus compañeros de armas en España, alrededor de
un ardiente té con menta. Quién sabe si alguno rescataría de su memoria, a la
caída del sol, las aventuras del cabo Selimán y de aquel infortunado carpintero
de Albacete, Ginés Gorguel, en la batalla del Ebro.
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NOTAS
1. Mustapha
El Merroun, Las tropas marroquíes
en la Guerra Civil española, Almena, Madrid, 2003, p. 203.
2. Líster,
op. cit., p. 149.
3. Es la cifra ofrecida
por el historiador marroquí Mamad Ibn Azzuz Ha- quím, recogidas por su compatriota M. El Merroun en op. cit., p. 193.
4. El Merroun, op. cit., p. 42.
5. Carlos
Engel, Historia de las divisiones del Ejército Nacional, Almena, Madrid, 2000, p. 55.
6. Francisco Sánchez Ruano, Islam
y Guerra Civil española, La Esfera de los Libros, Madrid, 2004, p. 97.
7. Ibidem, p. 166.
8. AGMA, ZN, 13.ª División, L. 1, C. 32, D. 1.
9. AGMA, ZN, CGG, L. 282, C. 25, D. 14.
10. Seidman,
op. cit., p. 159.
11. El Merroun, op. cit., p. 197.
12. AGMA, CGG, L. 145, C. 63.
13. ACSR, Sentencias del Tribunal Militar del CTV, 4 vols.
14. García Serrano, op. cit., p. 676.
15. AGMA, ZN, Cuerpo de Ejército
del Maestrazgo, L. 5, C. 23, D. 1.
16. El Merroun, op. cit., p. 199.
17. AGMA, ZN, 74.ª División, L. 2, C. 10, D. 2.
18. Sánchez
Ruano, op. cit.,
pp. 157 y 221.
19. El Merroun, op. cit., p. 192.
20. AGMA, ZN, CGG, L. 144, C. 60, D. 3.
21. Ibidem.
22. Nayati
Sidqi, «Recuerdos de un comunista palestino en la guerra de España», Nación Árabe, n.º 51 (verano de 2004). Introducción, notas y traducción
de Nieves Paradela.
23. Santón marroquí, cuyo morabito se encuentra cerca de Larache.
Nota de N. Paradela en ibidem.
24. Literalmente, «Los signos de los cuarenta». Se trata de un
expresión popular marroquí para designar a la República
española, por creer que estaba dirigida por cuarenta
hombres. Nota de N. Paradela
en ibidem.
25. Ibidem.
26. AGMA, ZR, 40.ª Brigada Mixta, L. 1.185, C. 1, D. 2.
27. Azaña, op. cit.,
p. 91.
28. Ibidem, p. 92. Azaña se refiere a la comedia de Aristófanes, en la que la ateniense Lisístrata subleva a las mujeres de Atenas y Esparta contra la guerra, negándose a tener sexo con los hombres
hasta que alcanzaran un acuerdo de paz.
29. AGMA, ZR, 5.ª División, L. 1.045, C. 17, D. 1.
30. AGMA, ZN, 17.ª División, L. 1, C 17, D 1.
31. AGMA, ZR, 41.ª Brigada Mixta, L. 1.187, C. 7, D. 1.
32. FPI, Mundo Obrero, Madrid, 5 de octubre de 1936.
33. IHCM, El Sol,
Madrid, 7 de octubre de 1936.
34. Ibidem.
35. El Merroun, op. cit., p. 185.
36. Paul Nothomb, Malraux en España, Edhasa,
Barcelona, 2001, p. 132.
37. Vidal, op. cit.,
p. 108.
38. Sánchez
Ruano, op. cit.,
p. 279.
39. AGMA, ZR, 27.ª Brigada Mixta, L. 1.158, C. 10.
40. AGGC, TMP, Caja 82, Causa s/n.