DOS PROTAGONISTAS DEL 17 DE JULIO DE 1936


Tropas del Ejército de África, cuya sublevación en la tarde del 17 de julio de 1936 dio comienzo a cerca de tres años de Guerra Civil 

    He querido rememorar la fecha del inicio de la Guerra Civil con el levantamiento del Ejército de África en la tarde del 17 de julio de 1936, del que se cumplen hoy 84 años, a través del recuerdo de dos españoles que aquel mismo día protagonizaron la atención de los principales medios periodísticos de la capital de España. Sus nombres sonaron muy probablemente aquel histórico y aciago día en las tertulias de los cafés, en las redacciones de los diarios y hasta en los despachos de las más altas autoridades de España. Aunque eran oficiales, no se trataba de combatientes, ni de los alzados en armas ni de los que respondieron a la sublevación. Su protagonismo en aquella trágica jornada del 17 de julio lo motivó una circunstancia diametralmente opuesta, que cobra aún más simbolismo por su coincidencia con la fecha del comienzo de la contienda fratricida.   

   

Julio Gómez Bardají (izquierda) y Manuel Calvo Conejo, los oficiales de la secretaría del Congreso de los Diputados homenajeados el 16 de julio de 1936 al cumplir sus cincuenta años de servicio en las Cortes. (ABC, 17 de julio de 1936. Foto: Duque. Cortesía Archivo ABC)

Los nombres de estos dos protagonistas son Julio Gómez Bardají y Manuel Calvo Conejo. Ambos tenían aquel 17 de julio la, para esa época, provecta edad de 66 años. Ambos eran oficiales, de primera y de segunda respectivamente, de la secretaría general del Congreso de los Diputados. El motivo de su aparición en los periódicos de aquel día -en ABC, "El Sol", "Ahora", "La Voz"...- era el homenaje que se les había rendido un día antes, a las doce del mediodía, en la sala de conferencias del Congreso, con la asistencia de su presidente, Diego Martínez Barrio, al cumplir las bodas de oro de su servicio como funcionarios de las Cortes. En aquel acto, sus compañeros, con el oficial mayor Luis San Martín Losada a la cabeza, les hicieron entrega de sendos pergaminos conmemorativos.

Intervino Martínez Barrio, quien "elogió las figuras de los agasajados, y dijo que no todos logran cubrir las hojas de servicios de una manera modesta y laboriosa", según la crónica de "El Sol". Después, para agradecer el homenaje, habló Gómez Bardají, que el año anterior había recibido la banda de la Orden de la República a propuesta del propio Parlamento. El acto concluyó con un "lunch" en el "buffet" del Congreso.

Gómez Bardají y Calvo Conejo habían ingresado a los 16 años como auxiliares de la secretaría del Congreso el 16 de julio de 1886, cincuenta años atrás, al poco de comenzar la regencia de María Cristina de Habsburgo. Sus cursos vitales atravesaban el gobierno provisional, el reinado de Amadeo I de Saboya, la Primera República y la restauración y reinado de Alfonso XII. Desde aquel día del Carmen de 1886, habían trabajado en las Cortes bajo la propia regencia de María Cristina, el reinado de Alfonso XIII y la Segunda República. Habían asistido en la Carrera de San Jerónimo nada menos que a 20 elecciones nacionales, 34 legislaturas y 65 gobiernos, además de dos gobiernos interinos y los directorios militar y civil de la dictadura de Primo de Rivera con el paréntesis de la Asamblea Nacional.

 


    En la crónica dedicada por ABC a su homenaje, el reportero Rafael Ortega Lisson decía que Gómez Bardají y Calvo Conejo "son, a no dudarlo, partidarios acérrimos del sistema democrático y parlamentario". Del primero, señalaba que llevaba en el Congreso dieciséis años más que su compañero Calvo Conejo: la razón era que don Julio había nacido allí porque su padre, empleado del Congreso, vivía entre sus muros. También recordaba el cronista que solo había un diputado de entonces que lo había sido también en las Cortes de 1886, por el Partido Conservador, Luis Espada Guntín, representante de la CEDA. El segundo más antiguo era el conde de Romanones, que ya se había sentado en el escaño en 1887. 

    El diario monárquico recogía también una curiosa anécdota sobre los leones de la escalinata del Congreso, a añadir al célebre e interminable debate sobre el sexo de ambas figuras, dado que una de ellas carece de testículos: Gómez Bardají tuvo que realizar una inspección ocular de las dos esculturas con motivo de un expediente, lo que le llevó a descubrir que sólo era león el más próximo a la calle Floridablanca, a pesar de tener ambos melena, y que la leona era además unos kilos más pesada que su compañero.  

    Los dos oficiales homenajeados no sólo habían desarrollado una encomiable labor de medio siglo en la "sala de máquinas" jurídica y administrativa de la sede de la soberanía nacional: también habían contribuido a la difusión de la actividad y la historia de las Cortes españolas. Ahí estan los "Anales Parlamentarios" de Julio Gómez Bardají, elaborados junto con su hermano Joaquín y José Ortiz de Burgos, también funcionarios del Parlamento, que recogían la labor política y legislativa de las Cortes. Gómez Bardají escribió también una obra sobre el centenario de las Cortes de Cádiz y otra sobre los presidentes del Congreso desde 1810. Calvo Conejo, por su parte, hizo recopilaciones legislativas como "Leyes para la represión del anarquismo vigentes en España y Francia" o "Incompatibilidades e incapacidades parlamentarias (1810-1910)".

    A lo largo de medio siglo, estos altos funcionarios del Congreso habían asistido al asesinato de Cánovas, la pérdida de las últimas posesiones de ultramar, la Semana Trágica, el asesinato de Canalejas y de Dato, el desastre de Annual, el desembarco de Alhucemas, la sublevación de Jaca, la caída de la Monarquía, la proclamación de la Segunda República, el golpe de Sanjurjo, la Revolución de Asturias, el asesinato de Calvo Sotelo -éste tres días antes de recibir su homenaje- y finalmente la sublevación del Ejército de África, que encendería la llama de la cruenta "guerra incivil" solo unas horas más tarde del acto de reconocimiento a su trayectoria.

    La crónica de Ortega Lisson había sido premonitoria. Al final de su pieza, el redactor se preguntaba: "¿Terminará la vida oficial de estos probos empleados dentro del Parlamento? ¿O terminará la vida parlamentaria antes que la de sus empleados?".   

        A consecuencia del golpe militar, las sesiones de las Cortes quedaron suspendidas el 1 de octubre. Se reiniciaron en diciembre en Valencia, donde se había trasladado el Gobierno, y desde entonces hubo tres sesiones más en la capital levantina y otras cuatro en Cataluña, la última el 1 de febrero de 1939 en el castillo de Figueras. El que fuera su oficial mayor, Luis San Martín, condecorado con la Orden de la República, tuvo que refugiarse en la embajada de Uruguay en Madrid temiendo por su vida, para después salir de España y regresar a la zona nacional. 

Sesión de las Cortes republicanas en Valencia, el 21 de enero de 1937. Fotografía de José Lázaro Bayarri. (Biblioteca Nacional de España)
    
    Tenemos la seguridad de que al menos Gómez Bardají no acompañó a las Cortes en sus desplazamientos durante la guerra. Aunque le faltaban cuatro años para jubilarse, la "Gaceta de la República" publicaba el 10 de febrero de 1937 el monto de su pensión por jubilación, 14.400 pesetas, el 80 por ciento de su sueldo, a cobrar desde el 1 de noviembre de 1936. Calvo Conejo, por su lado, debía jubilarse en 1939, pero no tengo constancia de que lo hiciera también antes, como tampoco de que dejara o no Madrid. De lo que hay pruebas es de que ambos empleados de las Cortes, que sobrevivieron a la guerra, fueron fichados y sometidos a un expediente de depuración por los vencedores.

    Para las autoridades franquistas, los funcionarios del Congreso de los Diputados habían dejado de existir como la propia institución. Ya el 4 de mayo de 1937, el propio Franco decretó que los empleados de las Cortes quedaran separados de sus cargos desde el 18 de julio de 1936 y sin los derechos y prerrogativas que disfrutaran por razón de ellos. A los que vivían en "zona liberada" se les obligaba a solicitar reingreso en sus cuerpos de procedencia, lo mismo que tenían que hacer los residentes en "zona roja" a medida que sus localidades fueran recuperadas. El mismo decreto venía a señalar que desde el momento de la sublevación habían quedado "sin realidad alguna, aunque no se hiciera sobre ello declaración expresa, aquellas instituciones pseudo-democráticas que, como el Tribunal de Garantías y el Congreso de los Diputados, estaban en abierta oposición con las normas que informan el nuevo Estado".

       
Fichas de Gómez Bardají y Calvo Conejo elaboradas por los vencedores, con sus respectivos número de expedientes (Centro Documental de la Memoria Histórica. España, Ministerio de Cultura)

    Sin embargo,  el 24 de septiembre de 1939 el gobierno franquista emitía una orden por la que, "vista la información practicada para depurar la conducta de los funcionarios del extinguido Congreso de los Diputados", se aprobaba la readmisión sin sanción de Gómez Bardají y de Calvo Conejo, así como de cerca de una veintena de jefes de administración, jefes de negociado, taquígrafos y ujieres de las Cortes. En dicha orden se precisaba que a Calvo Conejo se le había concedido la jubilación, con fecha del 14 de julio anterior, por haber cumplido la edad reglamentaria. Meses más tarde, con fecha 24 de junio de 1940, el régimen concedió también la jubilación a Gómez Bardají, lo que quizá probaría que no se le había reconocido la concedida por las autoridades republicanas en 1936.
   
   Don Julio y don Manuel vivieron sus últimos años bajo el franquismo sin más notoriedad, como testigos olvidados de una época pasada. Detrás de estos dos patriotas quedaba un brillante historial dedicado al funcionamiento del Congreso de los Diputados como prueba de la continuidad de la Nación y sus instituciones democráticas más allá de las vicisitudes históricas. En su ejemplar labor de cincuenta años, queda encarnada la dedicación y entrega de los anónimos servidores públicos que mantienen engrasado el motor de las instituciones que nos representan a todos.

    Gómez Bardají falleció en 1954, a los 84 años de edad. Su compañero Calvo Conejo le sobrevivió cuatro años: murió en 1958, con 89 años. En la pequeña esquela del primer aniversario de su muerte, en ABC, el que fuera alto funcionario del Congreso bajo 65 gobiernos, 34 legislaturas y 20 elecciones, figuraba simplemente como "abogado". Así, como "abogado", aparecía también en la esquela, en el mismo diario, quien había sido su jefe en la Carrera de San Jerónimo como oficial mayor, Luis San Martín, fallecido en Madrid en 1949, a los 72 años. Haber servido como oficiales de las Cortes antes de la contienda parecía entonces un título comprometedor.

    La contienda dejó también su cruento balance entre los diputados del Congreso en aquella legislatura comenzada con las elecciones del 16 de febrero de 1936. En 1938, las autoridades republicanas emprendieron el recuento de los diputados del Frente Popular asesinados por los sublevados para servirse de ello en su propaganda exterior. Con ese fin, desde el Ministerio de Estado se dirigió el 15 de agosto una solicitud para que elaborara tal lista al entonces oficial mayor interino de las Cortes, Miguel Cuevas y Cuevas, que ocuparía ese cargo también en las Cortes del exilio. Miguel Cuevas enviaría el 22 de agosto, en un ejercicio de ecuanimidad admirable en esos tiempos, dos listados en vez de uno: el de los diputados izquierdistas asesinados por los sublevados que se le reclamaba, pero también el de los derechistas muertos a manos de los partidarios del gobierno.

   La contabilidad de los primeros arrojaba 41 asesinados y 14 presos o desaparecidos en la zona sublevada, mientras que el de los segundos sumaba 25 asesinados, 9 en paradero desconocido y 3 detenidos y luego puestos en libertad en la zona gubernamental. Cifras que se asemejan mucho al recuento definitivo proporcionado por el historiador Octavio Ruiz Manjón en su estudio de 2014, que señala que fueron 41 diputados izquierdistas y 28 derechistas de la última legislatura republicana los que perdieron la vida violentamente en la Guerra Civil («Violencia vs. representación. Los diputados de las Cortes de 1936, víctimas de la Guerra Civil española»). 

        El propio Ruiz Manjón, que dedicó a unos y a otros su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia el pasado 9 de febrero, contabiliza un total de 149 diputados asesinados de los 1.007 que ocuparon escaño durante la Segunda República: 77 lo fueron en la zona republicana y 72 en la nacional. De este historiador ha partido la propuesta de que el Congreso de los Diputados coloque en sus espacios una placa dedicada a la memoria de todos ellos, como la que figura desde hace lustros en la antigua Casa de la Villa en recuerdo de todos los concejales del Ayuntamiento de Madrid asesinados en la contienda. 

    Me sumo a esta petición con la certeza de que esta placa será, para los diputados que hoy dan voz a los españoles, una necesaria lección sobre el valor del respeto, la tolerancia y la concordia, así como un permanente acicate para aunar voluntades y tender puentes, que es la mejor forma de servir lealmente a la Nación que representan, así como a las leyes y las instituciones vigentes, en beneficio del interés de todos los ciudadanos. 

 

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