Manolo de Cossío y Corral, ante la iglesia de Quijorna (Madrid) a primeros de julio de 1937. La fotografía está tomada en la visita que le hizo su padre, Francisco de Cossío, antes de que el pueblo fuera atacado durante la batalla de Brunete. (Colección del autor, coloreada por Eugenio R. @eugenet343, al que agradezco de corazón su talento y su generosidad)
El lector recordará que en alguna ocasión he citado a Manolo de Cossío y Corral, hijo del periodista vallisoletano Francisco de Cossío (1887-1975) y sobrino de José María de Cossío (1892-1977), el de "Los Toros", que murió con 19 años en la batalla de Brunete, de cuyo comienzo se cumple hoy el 83 aniversario. Manolo era el menor de los hijos del que fuera director del Museo Nacional de Escultura, cargo del que fue destituido por Manuel Azaña en agosto de 1936 por su afección a la causa de los sublevados. El régimen franquista le destituiría a su vez en 1943 como director de "El Norte de Castilla" por su afección a las ideas liberales.
A su hijo muerto en aquel infernal campo de batalla en que se convirtió el oeste de Madrid con la ofensiva republicana sobre Brunete, le dedicará Francisco Cossío el libro "Manolo", editado en 1937 y reeditado en 1939, libro que Francisco Umbral calificará como el «más
hermoso y más puro publicado en la zona nacional».
"Hay un libro poco conocido, Manolo, de Francisco de Cossío, donde cuenta la muerte de su hijo falangista en Quijorna, primeros tiempos de la guerra. El libro es bellísimo, sin que importe para nada la filiación del héroe. Es todo lo que se puede hacer con la muerte de un hijo. Es el Jorge Manrique inverso: no las coplas al padre, sino al hijo", escribió también Umbral, quien había tenido a Cossío como mentor y maestro en sus comienzos como articulista en Valladolid.
"Manolo", de Francisco de Cossío, en su edición de 1939. En 2008 fue reeditado por Akron, con prólogo de Javier Rey de Sola
"Manolo" es el homenaje al arrojo, entrega e idealismo de un hijo llamado a ser arquitecto o a ser pintor como su tío Mariano de Cossío. Su abuelo materno, León de Corral, mi bisabuelo, que era médico, quiso orientarlo hacia este campo, según recordaba su padre, pero se convenció finalmente de que "este chico tiene demasiada sensibilidad para ser médico. Va a sufrir mucho en contacto con los dolores ajenos".
Manolo, un joven animoso, divertido, encantadoramente sociable, terminará cayendo en la trituradora de la guerra fratricida, como tantos jóvenes españoles de su generación en unas y otras trincheras, sin saber en el fondo muchos de ellos por qué luchaban.
"Esta juventud no entendía de política, ni quería entender -escribe Cossío en el libro dedicado a su hijo-. Alguna vez le pregunté yo a Manolo: -Oye, Manolo, explícame qué es eso de los sindicatos verticales. -Él se encogía de hombros y acababa por decirme: -Lo importante es ganar la guerra".
La entrega de Manolo es puro ardor juvenil, porque se va a la guerra con los amigos como a una aventura. "¿Cómo en este ambiente de frenesí, de locura colectiva, podía contenerse la juventud?", escribe Cossío en su elegía al hijo muerto. Quizás por eso mismo siempre he visto el libro de Cossío como un canto bellísimo y desesperado que busca una razón superior a la pérdida tan temprana del hijo. Y esta razón la encuentra Cossío en la unamuniana justificación de la salvación de España como baluarte de la civilización occidental cristiana, que el viejo rector desechará pronto ante la evidencia de que los "hunos" y los "hotros" han convertido a España en un "manicomio de locos feroces y envenenados», como el propio Unamuno escribe a Cossío el 27 de noviembre de 1936, en una de sus últimas cartas en los agitados meses finales de su vida en la Salamanca franquista.
Compañeros de exilio en París durante la dictadura de Primo de Rivera, los dos viejos amigos liberales se enfrentan a sus propias contradicciones ante la guerra fratricida. Unamuno pronto las explicita; Cossío tardará algún tiempo en digerirlas porque la muerte del hijo se le atraviesa.
Es también "Manolo", como toda la obra de Cossío, el retrato exacto de una época, testigo como es del Valladolid de antes y después de la sublevación, donde el clima de enfrentamiento civil bajo la Segunda República lleva al director de "El Norte" a temer por su vida ante las amenazas de muerte que recibe, dentro de una campaña agitada por el diario socialista "Adelante" que llega incluso a señalarle injuriosamente diciendo que es hijo bastardo del último rey Borbón.
Manolo, que no es mayor de edad, se fuga de casa para ir a la guerra con documentación de otro muchacho. Intenta enrolarse en un "bou" en San Sebastián para vigilancia de la costa, luego parte para el frente de Huesca. Así llega mayo de 1937, y en su casa dejan de tener noticias de Manolo durante un mes. Por fin llega una carta suya. Está en Quijorna (Madrid), como cabo ametrallador de la 3.ª Centuria de la Quinta Bandera de
Castilla "Crespi", formada mayoritariamente por falangistas de Aranda de Duero (Burgos).
Vista actual de la iglesia de Quijorna, ante la que aparece fotografiado Manolo en la última imagen de su vida, con detalle de los impactos de metralla de los combates de 1937 que aún se aprecian en sus sillares.
Su padre, que acaba de regresar a Valladolid desde Bilbao, donde escribe sobre la toma de la ciudad el 19 de junio por las tropas franquistas, decide viajar a Quijorna para visitar a su hijo. La fecha de la visita es imprecisa, pero es un día de primeros de julio. Padre e hijo comparten apenas unas horas. En la del rancho, Cossío se sienta con Manolo y su inseparable amigo Pepe Cruz a comer en una taberna con piso de tierra, donde dan cuenta de las viandas que
han traído en el coche, a las que suman medio pan y unos trozos de carnero frío que traen otros dos falangistas recién llegados de la principal posición del pueblo, la loma del cementerio.
Después llega la despedida, que Cossío recogerá conmovido en su libro:
“¿Qué tenía aquella despedida? Las palabras
alegres, los espíritus templados, las risas copiosas y espontáneas… ¿Qué tenía
aquella despedida? Luego lo he sabido. Aquella despedida tenía que era la
última. Yo, recogido en el coche, sin hablar en mucho rato, sentía sobre mí una
tristeza desgarradora. El paisaje árido, la luz deslumbrante, los moscones que,
girando en el aire, hacían con nosotros el viaje, la soledad… La guerra se
descubría por la soledad. La soledad y el silencio, un silencio que desgarraba
el tímpano aún más que el estruendo de los cañones”.
Carta escrita por Manolo a su madre desde Quijorna dos semanas antes de su muerte (Cortesía de Lola P. Cossío)
Unos días antes, Manolo había escrito a su madre, Mercedes Corral, mi tía abuela, dándole cuenta de su vida en primera línea, con clara intención de subrayar la monotonía de aquel frente para tranquilizarla. Es revelador, en este sentido, que informe a su madre de que le han llegado todos los paquetes "excepto el del mono y el traje de baño, como te puedes figurar lo he sentido bastante porque era el que más falta me hacía, haber si lo podéis reclamar". Quién iba a decir que en primera línea, en una guerra, el traje de baño fuera vital.
Manolo cuenta también que va a intentar visitar a la tía Marichu, hermana pequeña de su madre, que está en Griñón, como enfermera del hospital de sangre. La cruz que la tía Marichu daba a besar a los moribundos se guarda en la familia como una reliquia y sus anécdotas con los soldados marroquíes heridos son de lo más hilarante que se pueda escuchar de nuestra terrible guerra. Algunas de ellas las recoge mi tío Antonio Corral Castanedo en su libro "Esta es la casa donde vivo y muero" (Ateneo de Valladolid), como la de un "moro" herido que insiste machaconamente a las enfermeras que le atienden que, cuando se reestablezca, quiere ser destinado a tanques con la idea de que allí sería más difícil que le hieran de nuevo.
La cantilena del marroquí, repetida incansablemente, es tan agotadora que las enfermeras, ya impacientes, deciden que sea la tía Marichu la que intente poner fin a la monserga dada su ya probada buena relación con los "regulares". Así, la tía Marichu, consciente además de que un marroquí no sería aceptado en una unidad de carros de combate, reservadas para los españoles, intenta convencerlo de que luchar como tripulante de un tanque es mucho más peligroso que combatir en infantería, y para demostrarlo le argumentaba:
-Metido en el tanque, aunque pareces más protegido, tienes que ver afuera a través de una mirilla, y el enemigo lo que hace es disparar sus tiros a la mirilla, por lo que es más probable que te maten...
A lo que el soldado marroquí, mirando a la tía Marichu con gran aplomo, le respondía:
-Sí, pero en infantería yo ser todo mirilla.
Manolo adjunta a su carta otra de su amigo Pepe Cruz (sobre estas líneas) con intención de que en su casa de Valladolid se hagan una más clara idea de dónde se encuentran. Lo más singular de esta carta de Pepe Cruz es que en ella aparece trazada la exacta geografía de la batalla de Brunete que está a punto de comenzar: en la madrugada del 5 al 6 de julio se desencadena la ofensiva del Ejército Popular para intentar copar a las fuerzas franquistas que asedian Madrid por el oeste. Ese mismo día cae Brunete ante el empuje de la 11.ª División de Enrique Líster. En su flanco derecho, tropas de la 46.ª División de Valentín González, "El Campesino", se estrellan contra las posiciones de Quijorna.
Vista de Quijorna recién tomado por las fuerzas republicanas. Debajo, las ruinas del cementerio, principal posición del pueblo. (Boletín de la 17.ª División del Ejército Popular. N.º 2, 1 de agosto de 1937. Hemeroteca Municipal, Madrid)
Durante tres días, Manolo y sus compañeros resistirán los asaltos del enemigo en la loma del cementerio. Pepe Cruz es herido y cae sin sentido al lado de Manolo, que le cree muerto. Tardarán veinticuatro horas en evacuarlo, con un hilo de vida: es el único momento en que Manolo deja la posición, para acompañar a su amigo. El día 9, las tropas de "El Campesino", apoyadas por la XI Brigada Internacional, con ayuda de carros de combate, aplastan las últimas resistencias en Quijorna. Manolo muere en esa jornada, a las nueve de la mañana, con un tiro en el pecho, sentado sobre el sillín de su ametralladora.
La historia del "pobre Manolo", como le oí llamar siempre entre mis mayores, anticipa en muchos años el dolor de otros padres que llorarían a sus hijos en nuestra familia por otras circunstancias. Quizás por eso mismo "Manolo" conmovió tanto a Umbral, como un presagio de "Mortal y rosa", dedicado a su hijo muerto a los cinco años.
Sabedor de mi vinculación familiar con Manolo, el historiador Luis Antonio Ruiz Casero, autor de "Más allá del Alcázar: la batalla del sur del Tajo" (Silente), quiso compartir amablemente conmigo hace unos meses su sorprendente hallazgo en la Hemeroteca Municipal de Madrid. Se trata de un boletín de la 17.ª División republicana, fechado apenas tres semanas después de la toma de Quijorna, con un artículo que comenzaba de esta forma:
"En unas trincheras conquistadas en el cementerio de Quijorna, junto a unos cadáveres enemigos, han sido hallados dos libros de propaganda fascista..."
Era el lugar donde había muerto Manolo, y era casi seguro que sería el suyo uno de los cadáveres hallados por las fuerzas republicanas que tomaron el cementerio. Pero la conmovedora sorpresa no estaba solo ahí, sino en el hecho de que uno de los libros encontrados entre aquellos muertos era "Hacia una nueva España", editado en el mismo año 1937 para su distribución entre los soldados nacionales. Se trata de una colección de crónicas y artículos sobre la guerra dedicada a los combatientes y escrita por... Francisco de Cossío. "Su libro es una reunión de crónicas flojas y vulgares, aunque con menos excesos y chabacanerías que en el otro libro que vamos a comentar", dice el autor de la pieza refiriéndose al libro de Cossío en comparación con la otra obra, "Estampas Rojas y Caballeros Blancos", de Vicente Gay.
"Así habla el enemigo del pueblo. Dos libros hallados en las trincheras fascistas", artículo del boletín de la 17.ª División republicana, n.º 2, del 1 de agosto de 1937 (Hemeroteca Municipal, Madrid)
El hallazgo de Ruiz Casero sugiere como una evidencia que Manolo había tenido el libro de su padre a su lado en aquellos días épicos y terribles de la lucha en Quijorna contra un enemigo infinitamente superior en fuerzas y material. Y a la vez, el hallazgo apuntaba a un grado de comunión en las horas finales entre el padre y el hijo de una forma aún más poderosa que la representada en el libro elegíaco. En definitiva, uno viene a pensar que a "Manolo" le falta una alusión a su libro repartido entre los combatientes, pero quizás Cossío no quiso incorporarla, ignoramos por qué razón, aunque la intuyamos: la de la pesante conciencia de que en las mismas trincheras del frente en las que su hijo entregaría su vida, él solo había entregado un puñado de páginas. "Mi hijo pequeño, a los diecinueve años, en un solo minuto, ha escrito con su sangre una página que yo no seré capaz de escribir nunca", escribiría.
"Hacia una nueva España", el libro de Cossío hallado por los republicanos en las mismas trincheras del cementerio de Quijorna donde murió combatiendo su hijo Manolo. El ejemplar de la imagen fue distribuido en el mismo frente del oeste de Madrid por las mismas fechas (Colección del autor)
De vez en cuando visito Quijorna. Es un pueblo bonito, recostado su caserío, como sesteando, sobre la loma del cementerio, donde la parada es inexcusable. Una cruz al fondo del camposanto domina la vista hacia el levante: es un monumento familiar, un sencillo canto al heroísmo, sin odio, lleno de piedad. La levantaron en 1940 los padres de Manolo en recuerdo del hijo cuyos restos nunca pudieron velar. En su pedestal reza la siguiente inscripción:
"A la memoria de
Manolo de Cossío y Corral
y de sus compañeros
de la Quinta Bandera de Castilla.
Detén tu paso, caminante,
y al recordar la gloria de los que defendieron
este pedazo de tierra hasta morir,
pronuncia devotamente una oración
por la eternidad de sus almas"
La cruz erigida en memoria de Manolo Cossío y sus compañeros de la Quinta Bandera de Castilla en una imagen de 1949, cuando aún no se había reconstruido el cementerio de Quijorna
Es una cruz que hoy, 83 años después, puede simbolizar a todos los soldados desconocidos que cayeron en un bando y en otro, luchando a veces sin saber por qué. Cossío habla precisamente en "Manolo" del "soldado desconocido", pero apunta que "alguien conoce al hombre desconocido, le conoce la madre". "Para las madres, toda la guerra gira en torno del hijo", escribe Cossío, que sabe de lo que habla por su mujer, para añadir, abrazando a todas las madres que perdieron a sus hijos en la guerra: "Ni un solo soldado desconocido para su madre. Y todas las madres de España en una oración común rezan por la gloria de todos".
Y, leyendo estas palabras de Cossío, me es imposible no ver a la tía Mercedes, la madre de Manolo, en la misa funeral por su hijo en Valladolid, rechazando con gesto adusto y desgarrado, valientemente, el saludo y el pésame de un alto jefe militar que, conocedor del inminente ataque enemigo sobre las tierras de Brunete, pudo retirar a tiempo con un permiso más que oportuno, dos días antes del comienzo de la batalla, a su hijo movilizado en aquel frente.
Vista actual de la cruz en recuerdo de Manolo de Cossío en el cementerio de Quijorna
Estoy seguro de que Cossío debió de acordarse de su hijo Manolo en diciembre de 1964, en un acto de homenaje a Unamuno en la Casa de Cervantes de Valladolid. Allí, el escritor vallisoletano celebró la figura y obra del viejo rector de Salamanca junto a un hijo de éste: José de Unamuno Lizárraga. En 1937, José había combatido como teniente en campaña de la artillería republicana en el frente de Madrid, el mismo en el que cayó Manolo. Veinticinco años después de la guerra, el hijo republicano que perdió al padre y el padre que perdió al hijo falangista se encontraban y reconocían en el territorio común de los recuerdos.
Post scriptum: Gracias a la recomendación que me hizo @JoseMan1965 en Twitter, he podido hacerme con el libro "...De esos tenemos tantos como el que más" (G. del Toro editor), en el que un veterano de la 5.ª Bandera de Castilla, Carmelo Revilla Cebrecos, relata la lucha en Quijorna. El autor cita a Lorenzo Esteban "Cataocho", falangista de Aranda, que era segundo de la escuadra que mandaba el cabo Manolo de Cossío, para confirmar que la muerte de éste se produjo por una granada de mortero que acabó con la vida de todos los sirvientes de la ametralladora. Además, Revilla Cebrecos sitúa la muerte de Manolo el día 7, no el 9 como hace Francisco de Cossío, a quien conoció durante la visita a su hijo en Quijorna.