José Suñol Garriga, presidente del FC Barcelona y diputado de ERC, fusilado en Guadarrama el 6 de agosto de 1936, en una imagen de 1931 durante un encuentro deportivo del Barça.
A Pablo Romero Gabella,
profesor de Geografía e Historia, debo la amable y acertada idea de calificar como
“miniaturas históricas” las entradas de este blog dedicadas a la Guerra Civil. No
creo que pueda definirse mejor esta segunda entrega sobre José Suñol Garriga
(1898-1936), presidente del FC Barcelona y diputado de ERC, fusilado el 6 de
agosto de 1936 por fuerzas sublevadas en la carretera de Madrid a La Coruña, a las
afueras de la localidad madrileña de Guadarrama.
La semana pasada puse de relieve algunas de
las contradicciones de la versión más extendida hasta hoy de un suceso tan infortunado
como la muerte de Suñol en el frente de la sierra de Guadarrama. A despejar las
incertidumbres del caso no han ayudado mucho las inexactitudes e incongruencias
vertidas por algunos autores. Así, se ha llegado a señalar que Suñol fue a la
sierra madrileña a visitar a las milicias catalanas de la columna Maciá-Companys,
de ERC, que habían llegado de Cataluña para luchar en la defensa de Madrid.
Este
elemento de épica catalanista no puede estar más lejos de la verdad: la citada
columna no se formaría en Barcelona hasta finales de agosto de 36 y no
marcharía al combate hasta principios de septiembre, pero además no en el
frente de Madrid sino en el de Aragón. En honor a la verdad, hay que decir que
los primeros voluntarios catalanes llegados a Madrid en 1936 para luchar contra
los sublevados fueron milicianos del sindicato UGT, que arribaron a la estación
de Atocha el 9 de septiembre.
El
diputado catalán, como recordará el lector, salió hacia la sierra el 6 de
agosto después de almorzar en el Hotel Nacional, en la misma glorieta de Atocha.
Le acompañaba Pedro Ventura Virgili, periodista de “La Rambla”, diario propiedad
de Suñol. Apodado “El Guantes”, Ventura había sido portero del RCD Español. En
contra de lo que se afirmó ya entonces, Ventura no era el secretario personal
de Suñol, ya que esta función la desempeñaba Salvador Abril Llavayol, también
periodista, que en los años 20 había presidido el barcelonés Club Deportivo
Europa.
Suñol con Companys, presidente de la Generalitat, en el palco del antiguo estadio del Barça en Les Corts.
Suñol
y Ventura viajaron en un Ford V-8 nuevo puesto a su disposición por el
Ministerio de la Guerra. El vehículo formaba parte del Parque Central de
Automóviles de Guerra y Marina, con matrícula ARM (Automovilismo Rápido
Militar) número 2.929, según la nota radiada por el mismo Ministerio para solicitar cualquier información sobre el paradero de Suñol cuatro días después de su desaparición. El Parque Central estaba a cargo del arma de Ingenieros
y tenía su sede en Madrid en la Ronda de Conde Duque, 4, actual calle de Serrano
Jover, junto a la de Princesa.
De
acuerdo con la clasificación vigente en el Ejército español para el material de automovilismo militar, el Ford V-8 era un coche de
cuarta categoría, por tener una potencia superior a los 16 caballos. Los vehículos
de cuarta categoría estaban destinados a funciones de representación, la
denominada “Clase A”, de la que había un total de veinte vehículos, que llevaban pintado el
escudo de la República en las portezuelas laterales. Dos estaban adscritos al ministro
de la Guerra, mientras que el Subsecretario de Guerra, el Jefe del Estado Mayor
Central y el general jefe de cada División orgánica disponían de uno cada uno.
De
ahí que se pueda deducir que el destinado a Suñol fuera uno de los dos que
tenía el titular del Ministerio de la Guerra, que ese mismo día 6 había
cambiado al ser nombrado el teniente coronel Juan Hernández Saravia en
sustitución del dimitido general Luis Castelló Pantoja, que terminaría internado
con un ataque de amnesia, refugiado en la embajada francesa y después exiliado
en este país en el mismo año 1936, como he relatado en “Eso no estaba en mi
libro de la Guerra Civil” (Almuzara).
Los
vehículos de “Clase A” contaban con conductor y ayudante, con derecho a
gratificación diaria por su servicio, lo que explica la presencia del teniente
en la expedición de Suñol. Estos coches estaban obligados a llevar una bandera
nacional con escudo en la parte delantera derecha de la carrocería, a la altura
aproximada del borde superior del parabrisas, aunque por el relato del suceso proporcionado por un sargento de artillería de las fuerzas nacionales a "El Adelantado de Segovia" el 11 de agosto sabemos que el coche en el que viajaba Suñol llevaba una “senyera”.
Las disposiciones del Estado Mayor republicano sobre las delimitaciones de la zona de guerra en la sierra madrileña de Guadarrama permitían la entrada y permanencia sin restricciones de diputados a Cortes, como era el caso de Suñol (El Sol, 30 de julio de 1936. Biblioteca Nacional de España)
Por causas desconocidas, el coche militar en el que viajaban Suñol y Ventura cruzó aquella
tarde del 6 de agosto las líneas propias hasta llegar a la casilla de peones
camineros que había a la salida de Guadarrama en dirección al puerto del Alto
del León. Allí se bajaron del vehículo creyendo estar entre fuerzas del
Gobierno, a las que saludaron con un viva a la República que les fue contestado
con otro, lo cual no era nada extraño en aquellos primeros compases de la
guerra. Las tropas resultaron ser de una avanzadilla de los sublevados que al
darse cuenta de quiénes eran sus visitantes tomaron la decisión de fusilarlos
en el acto.
La hipótesis que se manejó desde el primer
momento para explicar el fatal error de Suñol y sus acompañantes fue que el chófer
militar estaba con los sublevados y había aprovechado la misión para pasarse a
sus filas. Así lo publicó “La Vanguardia” el 16 de agosto en la primera noticia
que confirmaba la muerte del presidente del Barça y diputado de ERC, donde
sorprendentemente daba también por fusilado al chófer, aparte de decir, sin fundamento
alguno, que se habían descubierto los cadáveres:
“Han
aparecido los cadáveres del diputado señor Suñol y los de sus acompañantes. El
diputado de «Esquerra Republicana», señor Suñol, representante de la
Generalidad en Madrid, hace unos días, acompañado del secretario particular del
director de Obras Hidráulicas y Puertos, se dirigió en automóvil a visitar uno
de los frentes de la Sierra. Se decía que habían penetrado en las avanzadas de
los facciosos y cayeron prisioneros de ellos. […]
El
señor Suñol salió en un coche militar que conducía un soldado del Parque
Militar de Automovilismo y que hasta no hace mucho tiempo fue el chófer del
coronel Aranda, jefe hasta ayer de los sublevados de Oviedo.
Pasó
el coche por el grueso de las fuerzas leales y rebasó las avanzadillas de milicianos
a gran velocidad. Estos hicieron, con fusil y ametralladora, unos disparos para
llamar la atención de los viajeros del peligro que corrían en el caso de seguir
ascendiendo la montaña. Desoyeron estas indicaciones, y de pronto tuvieron que
verse dentro de las avanzadillas de los facciosos, que los capturaron. Los
prisioneros fueron juzgados por procedimiento sumarísimo y ejecutados en pleno
campo.
Los
cadáveres, por noticias recibidas, procedentes de elementos de absoluta
confianza de las fuerzas leales, aparecieron junto a la cuneta y en el
kilómetro 52 de la carretera de Guadarrama. Pero ahora resulta que los
cadáveres hallados han sido tres, y los ocupantes del coche eran cuatro: el
señor Suñol, el secretario del director general de Obras Hidráulicas, un
teniente de las Milicias y el chófer aludido anteriormente. Resulta, pues, que
el origen del suceso incomprensible de pasarse a las fuerzas facciosas, no está
esclarecido.
Hemos
de decir, no obstante, que el chófer era un hombre muy obediente, a quien, con
motivo de la sublevación militar, se le habían confiado misiones muy delicadas,
que cumplió rigurosamente y con exactitud. Entre estas misiones figura la de
haber llevado a las columnas leales que operan para limpiar de facciosos la
provincia de Córdoba, documentos y municiones, que llegaron en el tiempo
previsto. Sus compañeros chóferes nunca sospecharon de él, y aunque muy parco
en todo momento, no ocultó repetidas veces su admiración por el coronel Aranda,
a quien había servido de chófer durante bastante tiempo”.
Fotografía de Albero y Segovia sobre los combates en torno a la localidad de Guadarrama, cuya reconocible torre de la iglesia se ve al fondo. (Ahora, 25 de julio de 1936. Biblioteca Nacional de España)
Si
las sospechas de una traición recayeron desde el primer momento en el chófer
del Parque Central de Automóviles de Guerra y Marina, parecía ineludible abrir una vía de investigación sobre las circunstancias en las que
se encontraba ese servicio en las primeras semanas de la sublevación militar,
por si podía arrojar alguna pista. Así que puse bajo la lupa esta
miniatura histórica de la Guerra Civil: la del golpe militar y sus
consecuencias en el parque automovilístico de Guerra y Marina, por ver si arroja luz
sobre el caso Suñol.
Las
primeras pesquisas me situaron enseguida ante un hecho relevante: la mayoría de los oficiales
de aquel servicio de automóviles estaba a favor de la sublevación. ¿En manos
de quién pudo haber caído la misión de llevar a Suñol en coche al frente en
esas semanas tensas, convulsas y caóticas vividas en las guarniciones militares
de Madrid? Lo desconocemos, aunque en
algunos medios se publicó que el chófer se apellidaba Quintanilla, lo cual es
como buscar una aguja perdida en un pajar.
El
Parque Central tenía dos acuartelamientos: uno en el número 2 de la ronda de
Conde Duque, la actual calle Serrano Jover, en el corazón de Madrid, con cuatro
compañías, y otra en Campamento, en Carabanchel Alto, con una compañía. En
total, eran 400 hombres, con 200 camionetas y unos 70 camiones. Asimismo, en
julio de 1936, el Parque Central contaba con un número indeterminado de coches
ligeros, repartidos por todos los servicios oficiales a los que estaban
asignados. Uno de ellos era el que se puso al servicio de Suñol desde el
Ministerio de la Guerra.
Al
producirse el golpe militar, el jefe del Parque, el teniente coronel Joaquín Lahuerta,
se encontraba fuera de Madrid de permiso de verano, por lo que asumió
interinamente el mando el comandante Francisco Meseguer Marín, partidario de la
sublevación. Según declararía Meseguer después de la guerra en la Causa General
franquista, “también eran afectos todos los oficiales, y solo dos o tres
indiferentes; sin embargo, varios de estos oficiales sirvieron en el Ejército
rojo. En general, la mayoría de suboficiales y clases así como los chóferes
eran de izquierda”.
A
las 9 de la noche del 17 de julio, el comandante Meseguer recibió órdenes de la
Primera División Orgánica de acuartelar a las fuerzas. El día 18 y 19 transcurrieron en
medio de una gran agitación y nerviosismo dentro de la unidad. A última hora del 18 se observó la
llegada de dos camiones con fusiles al Radio Comunista del Oeste, en la calle
de la Princesa, frente a la puerta de salida de camiones del Parque. Meseguer
fue a hablar con el general Miaja para consultarle si procedía actuar contra el
Radio Comunista, a lo que Miaja le dijo que continuara vigilando.
Según
el plan de sublevación que le había entregado el teniente coronel Lahuerta,
Meseguer cedió una ametralladora a la vecina Escuela Superior de Guerra y emplazó
otras dos en camiones a las puertas del Parque y otras en el tejado que domina
la calle de la Princesa.
La rendición de los sublevados en el Cuartel de la Montaña ante las fuerzas leales al gobierno el día 20 de julio hizo desistir a los jefes y oficiales del Parque Central de Automóviles de cualquier intento de resistencia. En la imagen, los cadáveres de los oficiales asesinados en el mismo patio del cuartel por los asaltantes.
Al
enterarse de que el general Fanjul había llegado al Cuartel de la Montaña para
hacerse con el mando de ese foco de la sublevación, Meseguer envío allí para
recibir órdenes al teniente Ángel Bermejo Roldán, el cual regresó sin
instrucciones concretas. A mediodía del 20, ante la presencia de algunos grupos
de civiles enfrente del Parque, uno de los comandantes ordenó abrir fuego a la
ametralladora del tejado que daba a la calle de la Princesa, causando algunas
bajas entre los concentrados.
En
la tarde del 20 se presentaron en el Parque entre 70 y 80 guardias civiles bajo
el mando del comandante Alfredo Semprún Ramos, quien detuvo a todos los jefes y
oficiales, que se entregaron sin resistencia al haber tenido noticia de la
rendición aquella misma mañana del Cuartel de la Montaña y de Campamento. En la
toma de este último foco rebelde colaboró una sección de la compañía del Parque
Central allí destinada, que también intervendría después en los frentes de
Guadalajara y Somosierra para combatir a los insurrectos.
Al
tomar la Guardia Civil el control del Parque Central de Automóviles, todos sus
jefes y oficiales fueron conducidos prisioneros a la cárcel Modelo. A los dos
días, el comandante Meseguer fue llevado al Ministerio de la Guerra junto con
el comandante Prieto. Allí el flamante ministro de la Guerra, el general Luis
Castelló, le ofrece de nuevo el mando del Parque Central, a lo que en principio
Meseguer se niega, aunque luego acepta con la condición de que fueran liberados
de la Modelo todos los oficiales detenidos, como así sucedió.
Meseguer
permaneció al frente del Parque Central “viendo la posibilidad de entorpecer
los servicios”, hasta el 21 de agosto, día en que puso a salvo su vida
escondiéndose en varios domicilios de Madrid al conocer que los comités de
depuración del propio Parque Central habían decidido asesinarle. En agosto de
1938 pudo pasarse a las filas nacionales por el frente del Tajo.
Declaración del comandante Francisco Meseguer, jefe accidental del Parque Central de Automóviles en julio de 1936, ante el consejo de guerra por auxilio a la rebelión al que los nacionales le sometieron al pasarse a sus filas en 1938, después de estar escondido casi dos años en zona republicana. (Archivo General Militar de Segovia. Hoja de servicios del comandante Francisco Meseguer Marín)
Uno
de los comités de depuración era de carácter militar y estaba formado por el
brigada Reinaldo Barallat Alonso y los sargentos Victoriano González, José
Casas Valencia y Ramón Adell Marcé. Había otro comité de carácter obrero
formado por los trabajadores de los talleres de vulcanización, montaje y
electricidad. A estos comités se unieron el capitán Teófilo Jiménez Briones, un
teniente llamado Company y un alférez apellidado Mulas, quienes se presentaron
en el acuartelamiento del Parque Central para hacerse con el control de los
coches, según las declaraciones realizadas a los vencedores después de la
guerra por varios suboficiales del servicio.
El
lector habrá reparado en la graduación y el apellido del citado
teniente Company. Sin duda, le hacen acreedor de muchas opciones para ser el
teniente el que acompañara a Suñol en su visita al frente de Guadarrama y fuera fusilado junto con él. Sobre todo porque presumiblemente procedía de
milicias, dado que en el Anuario Militar Español del año 1936 solo figuraba un
teniente profesional con el apellido Company con destino en Santa Cruz de
Tenerife, provincia en manos de los sublevados y de donde el interfecto,
Esteban Company Rivera, pasó a la península para protagonizar una meteórica
carrera en el bando sublevado. Sin embargo, no he encontrado ni una sola pista
sobre el nominado “teniente Company” que pudiera confirmar que fue el que hizo
de escolta de Suñol.
Los
comités que se constituyeron en las unidades militares leales al Gobierno
tenían la función de facilitar informes sobre los oficiales y clases al
Gabinete de Información y Control creado días después de la sublevación en el
Ministerio de la Guerra. Este departamento establecía la clasificación de los
militares profesionales en “fascistas”, “indiferentes” o “republicanos”,
clasificación que derivaba en la promoción de los leales y en la separación del
servicio activo de los desleales, cuando no su directa detención y en ocasiones
asesinato.
El Ford V-8 en un anuncio comercial de la época. Era un coche de lujo y perteneciente a la Clase A de las categorías de los vehículos militares, que cumplía funciones de representación. El Ejército español contaba con veinte Ford V-8, dos de ellos asignados al Ministro de la Guerra, uno de los cuales posiblemente fue cedido a Suñol para su fatídico viaje a Guadarrama.
La
labor del comité depurador del Parque Central tuvo su efecto cuando mediante
una circular firmada el día 5 de septiembre por el jefe de Gobierno, Largo
Caballero, se dispone el pase a la situación de “disponible gubernativo”, es
decir, retirados del mando por desafectos, de todos los comandantes, capitanes
y tenientes del Parque Central. De esta decisión se excluye a los capitanes
Rafael Rodríguez Seijas y José Berenguer Botija, y al teniente Juan Francisco
García Lozano, considerados leales al régimen republicano.
A la vez, la mayoría de los suboficiales de antecedentes izquierdistas son
ascendidos cuatro días después a brigadas y alféreces, lo que deja en sus manos
el control del Parque Central, destino en el que serán confirmados por una
orden del ministro Largo Caballero de fecha 27 de septiembre.
De
los 14 tenientes que según el Anuario Militar estaban destinados al Parque
Central en 1936, un total de diez terminaron sirviendo en las fuerzas de los
sublevados. Otros dos, Luis García Vallejo y Francisco Muñoz Vicén, fueron asesinados bajo la represión frentepopulista y uno
se encontraba de viaje en el extranjero cuando estalló el golpe. El único teniente
del Parque Central que sirvió en las fuerzas republicanas fue Juan Francisco
García Lozano, pero de él hay noticias en 1937 como capitán del Ejercito
Popular, por lo que no pudo ser el que acompañó a Suñol en su fatídico viaje. De
ahí que se refuerce la convicción de que el teniente que viajó con el diputado
era uno procedente de milicias, como se afirmó en algunos medios entonces.
En
los consejos de guerra a los que fueron sometidos por los vencedores al
finalizar la contienda, la mayoría de los suboficiales leales al Gobierno republicano
argumentaron que, en realidad, se vieron forzados a aparentar esa lealtad
mientras trataban por todos los medios de sabotear la unidad. A pesar de ello,
el haber servido en el Ejército “rojo” no les libró a algunos de ser condenados
después de la guerra por los vencedores a penas de prisión menores, de uno a
tres años, como son los casos de Berenguer Botija o Rodríguez Seijas.
De
entre los acusados de ser miembros del comité de depuración del Parque Central,
conocemos las condenas de Ramón Adell Marcé, sentenciado a seis años de
prisión, que fue indultado en 1941, y de José Casas Valencia, condenado a
muerte en abril de 1942, pena que se le conmutó al mes siguiente por la de
treinta años y un día, siendo puesto en libertad en marzo de 1946.
José Suñol, el segundo por la izquierda, en una entrega de trofeos de una carrera ciclista.
De
estos hechos emergen algunas conclusiones clave para el caso de la muerte de Suñol. La primera de ellas es que el Parque Central de Automóviles de Guerra
y Marina, de donde procedía el Ford V-8 de representación que se puso a
disposición del diputado catalán, estaba el 6 de agosto bajo dominio de una
oficialidad que en su mayoría se declaró favorable a los sublevados. De hecho,
el comandante Francisco Meseguer, que estuvo al frente del Parque Central
durante 26 días, incluido el de la desaparición de Suñol, abandonó su puesto el
22 de agosto al pasar a situación de disponible gubernativo y saberse amenazado
de muerte por los comités que mandaban en el acuartelamiento. Después de vivir
escondido en Madrid durante dos años, logró pasarse a zona franquista en agosto
de 1938. Fue sometido a consejo de guerra en diciembre de ese año en Valladolid
por su permanencia en zona “roja”, del que resultó absuelto.
La
segunda conclusión es que, si bien la mayor parte de esta oficialidad volvió al
Parque Central después de su detención en la cárcel Modelo e intentó sabotear
los servicios, no hay constancia de que dentro de ese sabotaje se hubiera
orquestado la entrega de Suñol y de Ventura Virgili a los sublevados mediante
el pase del chófer al otro lado de la línea del frente. El propio comandante
Meseguer, en el consejo de guerra al que los nacionales le sometieron después
de huir de la zona republicana, argumentó a su favor que decidió aceptar
seguir al frente del Parque Central “con el exclusivo objeto de sabotear los
servicios”. Estos sabotajes, según su declaración, se limitaron a retrasar la
reparación de vehículos averiados. No conocemos el efecto que estos sabotajes debieron tener en la respuesta al golpe militar por parte de los gubernamentales, pero imaginamos que debió ser de escasa relevancia.
En
tercer lugar, el chófer que condujo a Suñol a la sierra madrileña seguramente pertenecía a la plantilla del Parque
Central y si se le encargó esa misión en aquellos momentos era por su probada lealtad. El propio comandante Meseguer, jefe accidental de la unidad en el momento del golpe, manifestaba que la mayoría de los chóferes eran de izquierdas. Es difícil que se le encomendara a uno sospechoso de estar con los insurgentes el conducir a Suñol al frente. Por la misma razón, es evidente que el teniente de milicias asignado al servicio de
acompañamiento del diputado catalán fue elegido por ser persona de confianza.
Fotografía de varios diputados en su visita al frente de Somosierra en julio de 1936. Con mono y armados con pistolas, aparecen de derecha a izquierda: los socialistas Rubiera, Lamoneda y Vidarte y el republicano Just. Sabemos que Suñol viajó también armado. El hecho de que no quedara ningún testimonio gráfico de su visita al frente de Guadarrama hace pensar que no se detuvo hasta llegar a la casilla de peones camineros, donde fue fusilado. (Archivo Rojo. Ministerio de Cultura de España)
El
lector estará más que advertido de la complejísima urdimbre
de decisiones que se produjo en todos y cada uno de los españoles a raíz de la
sublevación militar. Este caso tampoco es una excepción. ¿Pudo uno de los chóferes del Parque Central de Automóviles comprometer tan trágicamente la suerte del presidente del Barça y diputado de ERC al decidir
pasarse al bando sublevado no solo por afinidad ideológica, sino también para salvar
su propia vida de la represión del comité de depuración de la unidad?
Quizás
hoy estemos más cerca de desmentir lo que desde siempre no ha sido más que una
simple especulación para, finalmente, acreditar que todo se debió a una trágica confusión, probada sobre todo, evidentemente, por el fusilamiento también del chófer. Confusión que quizás no debe achacarse solamente al chófer, sino al exceso de confianza de todos los ocupantes del Ford V-8 sobre la situación militar en aquellos momentos en ese punto concreto del frente de Guadarrama.
De entre todas estas incertidumbres e incógnitas, sin embargo, solo una verdad resplandece: en aquella
España empujada por el odio al abismo de la guerra, todo el mundo estaba
obligado a tomar decisiones a vida o muerte, ya fueran éstas la vida y muerte propias o las ajenas. Incluso Suñol Garriga se vio impelido a hacerlo cuando, ante la condena a muerte del general José Sanjurjo por el golpe militar en 1932, pidió el indulto para él, partidario como era de abolir la pena capital. Ironías del destino, cuatro años más tarde Sanjurjo iba a ponerse al frente de la sublevación que desencadenaría la guerra fratricida y sus propias muertes con apenas veinte días de diferencia.