LOS SUÑOL: LA AMARGA GUERRA DE UNA FAMILIA AZUCARERA (3)
El lector recordará que en mi primer “post” sobre la trágica muerte de José Suñol Garriga, diputado de ERC y presidente del FC Barcelona, fusilado el 6 de agosto de 1936 por tropas sublevadas en la carretera de Madrid a La Coruña, a las afueras de la localidad de Guadarrama, mencioné su vinculación con la mayor empresa azucarera española de la época: la Compañía de Industrias Agrícolas, que presidía su padre, José Suñol Casanovas.
El hecho es que, solo ocho días después del
fusilamiento de Suñol Garriga, el bando sublevado decretará la “incautación
provisional” de la Compañía de Industrias Agrícolas. Todos los edificios,
maquinaria y productos de las fábricas de azúcar de remolacha que la empresa tenía
en La Bañeza (León), Santa Eulalia del Campo (Teruel), Épila (Zaragoza) y
Alfaro (La Rioja), todas ellas localidades situadas en territorio rebelde,
pasaban a ser de titularidad de la Junta de Defensa Nacional.
La incautación venía
recogida en el decreto número 38 de la propia Junta sublevada, firmado por su
presidente, el general Miguel Cabanellas, el 14 de agosto de 1936 y publicado
tres días más tarde en el Boletín Oficial número 7 del nuevo Estado. Se
justificaba, con la pomposidad que luego sería característica del nuevo
régimen, “en atención a las imperiosas necesidades del momento, determinadas
por el movimiento salvador de España, en aras del bien general de la Nación, y
teniendo en cuenta fundamentalmente las características opuestas a tan gloriosa
y noble finalidad que concurre en el Consejo de Administración de la Sociedad
Anónima Industrias Agrícolas”.
Era,
por tanto, una incautación por razones ideológicas tanto como por razones de
intendencia, dada sobre todo la presencia entre los socios de la compañía de José
Suñol Casanovas, padre del diputado de ERC; Jaume Carner Romeu, antiguo diputado
de la misma formación, ministro de Hacienda en la primera legislatura
republicana y uno de los redactores del borrador del Estatuto catalán, aunque
había fallecido en 1934; y de José Barbey Prats, subsecretario de Economía en
el primer gobierno republicano y candidato a las elecciones de 1931 por el
Partido Catalanista Republicano.
Lo
que sorprende es que la Compañía de Industrias Agrícolas presidida por el padre
de Suñol Garriga fuera la primera empresa incautada oficialmente en todos sus
términos por los sublevados. Es un hecho extraordinariamente llamativo, y aún
más si cabe al comprobar que se hizo sin esperar a las disposiciones del
decreto sobre incautaciones aprobado por las autoridades sublevadas en la misma
fecha que el decreto de incautación de la azucarera, y publicado en el mismo
Boletín Oficial del 17 de agosto.
El
interés del nuevo gobierno de Burgos por la industria del azúcar en las
primeras semanas de la Guerra Civil no deja de sorprender. Es lógico pensar
que, para el esfuerzo de guerra, resultara más útil y provechoso incautarse primero de
industrias de armas, fábricas de automóviles y camiones o compañías mineras.
Sin embargo, el gobierno sublevado prefirió, antes que cualquier otro sector de
producción, hacerse con el control de las fábricas azucareras de la firma de la
que eran socios clave los Suñol.
Apenas unos meses después de su incautación, la Junta de Defensa Nacional encargará la dirección de la azucarera a un antiguo consejero de la empresa: Antonio Caro Sánchez, de 44 años, industrial nacido en Barcelona, que se encontraba entonces en Pamplona, alistado en las fuerzas carlistas como teniente. Las disposiciones oficiales de Burgos identifican a la compañía desde entonces como “domiciliada en Barcelona, pero accidentalmente en San Sebastián”.
En mayo de 1938, los Suñol sufrirían también la “intervención total y directa”, esta vez por parte de la Generalitat de Cataluña, de la firma “Josep Suñol”, propiedad del padre y dedicada a la comercialización del azúcar y a la importación y venta de café. Sin embargo, el 2 de noviembre siguiente, la Generalitat pondrá fin a esta intervención por orden del consejero de Economía, Joan Comorera.
Jordi
Badia, autor de la biografía “Josep
Suñol i Garriga. Viure i morir per Catalunya” (Pagès Editores), confirma
que José Suñol Casanovas pasó buena parte de la guerra fuera de España,
primero en Suiza y después en Montecarlo, exilio al que marchó con su nieto
José Ildefonso, el único vástago del que fue presidente del Barça y diputado de
ERC. El empresario argumentaría que su salida de España en octubre de 1936 se
debió a que “peligraba su vida” en la Cataluña revolucionaria, lo que es llamativo:
que su hijo hubiera entregado su vida por la causa republicana no era ninguna
garantía para él.
El
padre de Suñol salió de Barcelona en ferrocarril, vía Cerbère, para dirigirse a
la localidad suiza de Montreux, a orillas del lago Léman, vecina a Vevey, donde
tenía su sede la empresa Nestlé, a la que había traspasado la empresa
Lechera Montañesa, fabricante de la marca de leche condensada “El Niño”, de
la que hablaremos más adelante en este “post”. El hecho de radicarse en un
hotel de Montreux fue precisamente por consejo de sus amigos de la firma suiza.
Aunque el padre era abiertamente contrario a
la orientación y la actividad políticas de su hijo, sólo el hecho de ser el
progenitor de José Suñol Garriga le llevó a ser detenido al entrar, en plena
contienda, en la España franquista, pero de esta historia nos ocuparemos en la próxima entrega por sus sorprendentes implicaciones no solo políticas sino también futbolísticas.
Al
respecto merece la pena citar la nota publicada el 29 de diciembre de 1936 por
“El Diario Palentino” bajo el título “Significados izquierdistas huyen de la
Cataluña roja”:
“Tampoco están ya en España
aquellos ricos malvados o inconscientes que financiaron las campañas o los
periódicos izquierdistas. Aquí van nombres de esta reprobable fauna: José Suñol
y Casanovas, millonario, financiero especializado en los negocios azucareros,
padre del diputado Suñol y Garriga, que se dice desaparecido en el frente de
Madrid. Es justicia decir que Suñol y Casanovas no tomaba parte activa en la
política izquierdista, pero tenía su caja de caudales abierta a su desdichado
hijo, financiando el periódico revolucionario “La Rambla”. Poco le han valido a
Suñol sus servicios a la revolución, ésta le ha acarreado importantes pérdidas
económicas y le obliga a expatriarse a Francia”.
Estas
circunstancias le cuestan a Suñol Casanovas después de la guerra la apertura de
un expediente por el Tribunal de Responsabilidades Políticas de Barcelona por “rojoseparatista”.
Sin embargo, en el año 1940 el padre de Suñol recupera sus propiedades y su cargo
como presidente de la Compañía de Industrias Agrícolas. Todo ello bajo las
nuevas condiciones impuestas por el gobierno de los vencedores, que decretó la
intervención del mercado del azúcar.
Pero
antes de terminar 1940 se produce en la presidencia de la compañía el relevo de
Suñol Casanovas por Manuel García de Olalla Nieto, muy posiblemente en razón
del expediente que se había abierto contra él. El relevo en la presidencia durará
menos de dos años, en los cuales el padre de Suñol se mantendrá como consejero
de la firma. Hasta que en 1942 asume nuevamente la presidencia en un momento personal delicado para él, pues en marzo de ese año fallece su mujer, Aurora, que ya se encontraba delicada de salud al comenzar la Guerra Civil y cuyo estado debió de agravarse sin duda al conocer el asesinato de su único hijo varón, el segundo vástago que perdía después del fallecimiento, siendo niña, de su hija María de las Nieves, pocos meses antes de nacer José.
Durante su nueva etapa en la presidencia de la azucarera, Suñol Casanovas establece una estrecha relación con el gobierno franquista de entonces, que se materializa en la colaboración de la compañía con los planes de impulso agrícola de Castilla y la política de regadío del régimen. Esta colaboración se encarnará en la construcción y puesta en marcha de la fábrica azucarera de Aranda de Duero (Burgos), que concluirá en diciembre de 1942, después de trece meses de obras, lo que se consideró un éxito de la gestión de Suñol Casanovas, dadas las dificultades de suministro de material que caracterizaron aquellos años de la inmediata posguerra.
Pero
en el mismo 1942, cuando cuenta con 75 años, Suñol Casanovas deja
definitivamente el consejo de administración de la empresa que había colaborado
a fundar, siendo relevado de nuevo en la presidencia por García de Olalla. Sin
embargo, permanece dentro de la compañía un hombre de la absoluta confianza de
la familia Suñol: Antonio Bordas Vidal, que desde 1919 venía ostentando sin
interrupción el cargo de consejero gerente de la firma, que ocupó hasta su
muerte en 1948.
Todo
parecía, pues, volver a la “normalidad” en la empresa azucarera después de la
cruenta y ruinosa guerra fratricida. El poder financiero y empresarial del
reinado alfonsino y el régimen republicano volvía por sus fueros, como si la
Guerra Civil solo hubiera sido un paréntesis, devastador en vidas y en
pérdidas materiales, pero paréntesis al fin y al cabo.
Así, unos años más adelante, la familia
Suñol volverá a contar con presencia en puestos de responsabilidad de la
empresa azucarera. A mediados de los años 40 entra en la compañía un sobrino del
diputado Suñol Garriga, hijo de su hermana María Luisa: José Noguer Suñol,
quién en 1958 será nombrado consejero delegado de la azucarera junto con su
hermano Luis.
Luís
y José Noguer Suñol, paradojas de una guerra civil, habían combatido en la
contienda como alféreces provisionales en el ejército de Franco, cuyas fuerzas
habían asesinado a sangre fría a su tío José Suñol Garriga al principio del
conflicto. Prueba de que la contienda que dividió y enfrentó a España consigo
misma, dividió y enfrentó también a muchas familias.
Luis
Noguer Suñol recibió el grado de alférez con 20 años, tras un periodo de
formación en la Academia Militar de Riffien, que era el cuartel de la Legión en
Tetuán (Marruecos). Será destinado el 30 de noviembre de 1938 al Regimiento de
Infantería Palma n.º 36.
Su
hermano José saldrá como alférez provisional de la Academia Militar de Granada
en diciembre de 1938, quedando a disposición del jefe del Ejército de Levante,
el general Luis Orgaz. La unidad a la que se le destina dos meses más tarde, el
22 de febrero de 1939, evidencia hasta qué punto pueden ser despiadadas las
paradojas del destino en una guerra fratricida: el Regimiento de Carros de
Combate n.º 2, el mismo al que pertenecían parte de las fuerzas de la posición
de Guadarrama que fusilaron a su tío José.
La
participación de los sobrinos de Suñol como alféreces provisionales en el ejército franquista pudo deberse a una sincera adhesión a la causa de los
sublevados o, por el contrario, a una decisión forzada por el deseo de
congraciarse con las autoridades de Burgos dadas las circunstancias de la
familia que, además de sufrir el asesinato de su tío José, había visto
incautada la Compañía Industrias Agrícolas, su principal fuente de ingresos,
por el bando de Franco.
El tiempo allanaría el camino de los Noguer Suñol hacia lo más alto de la Compañía de Industrias Agrícolas. Ambos sobrinos del diputado de ERC asesinado en 1936 acompañarán el 18 de julio de 1961, en calidad de consejeros delegados de la azucarera, al presidente de la empresa, Manuel García de Olalla, a la celebración de la Fiesta de Exaltación del Trabajo, que se celebró en el palacio de El Pardo en conmemoración del vigésimo quinto aniversario del “Alzamiento Nacional”. En esa recepción, la compañía de la que habían sido fundadores los Suñol, recibiría de manos del dictador Franco el diploma de “Empresa Modelo” por sus cincuenta años de vida.
Es posible que la incorporación de los hermanos Noguer Suñol a las filas
del ejército de Franco en plena Guerra Civil pudiera ser un buen aval para que,
después de la contienda, su abuelo José Suñol Casanovas, una vez sufridas las
consecuencias del expediente de responsabilidades políticas, recuperara dos
años más tarde las acciones y la presidencia de la Compañía de Industrias
Agrícolas.
Aunque
entra en el campo de las meras suposiciones, tampoco sería descartable que,
para congraciarse con el nuevo régimen, Suñol Casanovas recurriera a los buenos
oficios de un antiguo socio suyo muy apreciado por Franco: Pablo
Garnica Echevarría, presidente del Banco Español de Crédito, que desde agosto
de 1936 había prestado sus servicios al bando sublevado como miembro del recién
creado Comité Nacional de la Banca Privada, como recuerda José Ángel Sánchez
Asiaín en su monumental obra “La financiación de la guerra civil española”
(Crítica).
Garnica
Echevarría y Suñol Casanovas habían colaborado en la aventura empresarial de la
Sociedad Lechera Montañesa Anónima Española, que en 1926 empezó a fabricar en
Torrelavega (Cantabria), en las instalaciones de la antigua Azucarera
Montañesa, la popular leche condensada “El Niño” que he citado antes. Una marca
legendaria cuyos envases hicieron historia con la imagen de un niño asomándose
desde el interior de una lata del producto, imagen que se repetía en las etiquetas de las latas reproducidas sucesivamente.
A pesar de que Nestlé llevaba produciendo y comercializando desde 1910 en España la marca “La Lechera”, además en una fábrica situada en La Penilla, a veinte kilómetros de Torrelavega, la empresa Lechera Montañesa consiguió convertirse en su más dura competidora, logrando incluso el importante contrato de suministro de leche condensada para todo el Ejército español.
La sociedad, que tenía su sede en Barcelona, en la mismísima Plaza de Cataluña, realizó en sus primeros años de vida una potente campaña de publicidad de sus productos, remarcando siempre la españolidad de la firma frente al origen suizo de su competidora Nestlé.
Pablo
Garnica, entonces consejero delegado de Banesto, fue el presidente de la nueva firma
fabricante de la leche condensada “El Niño”. Suñol Casanovas, como representante de la
Compañía de Industrias Agrícolas, ostentaba el cargo de consejero delegado. Era
también consejero de la firma lechera José Gómez-Acebo Cortina, tercer marqués
de Cortina, entonces presidente de Banesto, lo que da una idea clara de la
estrecha colaboración entre la entidad bancaria y la empresa azucarera de los Suñol.
Por todo ello no es disparatado suponer que, después de la guerra, Suñol Casanovas hiciera valer su antigua colaboración ante Garnica para recuperar la Compañía de Industrias Agrícolas. En 1943, Garnica sería nombrado por Franco procurador en Cortes en atención a los trascendentales servicios prestados durante la guerra.
En cualquier caso, de haberse producido el contacto en la posguerra entre los antiguos socios, conmueve imaginar a Garnica Echevarría y a Suñol Casanovas informándose el uno al otro de su cuenta de pérdidas en la guerra civil. Pero no de las pérdidas financieras, sino las del corazón. En la contienda, Garnica perdió el 16 de junio de 1937 a su hija Ana María, asesinada en estado de embarazo por los republicanos en Las Arenas (Guecho), junto a su marido, Gabriel Zubiría y Somonte, y dos de sus cuñados, Pedro y Rafael, y la institutriz al servicio de la familia, Briddie Bolan, poco antes de que entraran en la localidad las fuerzas nacionales. En 1938, su hijo José, alférez provisional del bando franquista, cayó en combate en el frente madrileño de Ciempozuelos. Suñol Casanovas, por su parte, había perdido a su hijo José, fusilado en Guadarrama en agosto de 1936 por los sublevados. Quizá pudo ser la solidaridad de padres desgarrados por el asesinato de sus hijos en la guerra lo que volviera a unir a los dos viejos empresarios.
Como ya he citado, en
junio de 1958 son nombrados consejeros delegados de la Compañía de Industrias
Agrícolas los dos sobrinos de Suñol Garriga: José Noguer Suñol, quien sería su
presidente entre 1968 y 1989, año de su muerte, y Luis Noguer Suñol, que
fallecería en 1975 siendo vicepresidente de la firma. Ambos contribuirían desde
sus respectivos cargos en la azucarera y otras empresas al desarrollo y
prosperidad de Cataluña en la España franquista y en la democrática, como hizo
también su primo José Ildefonso, el hijo de Suñol Garriga, con su propia empresa
en el mundo inmobiliario.
En
1968, año en que un Suñol vuelve a presidir la Compañía de Industrias
Agrícolas, se cierra un paréntesis de más de tres décadas desde que la familia
del diputado de ERC fusilado perdiera en 1936 el control de la empresa con las
primeras disposiciones de incautación de los que después serían vencedores de
la Guerra Civil. El fin de una amarga historia para la familia que rigió la
mayor industria azucarera de España.