SUÑOL GARRIGA: TESTIGO FANTASMA DE UNA BODA EN 1944 (5)

A Francisco Etxeberría Gabilondo y a Luis Avial Bell, por desenterrar la verdad 


José Suñol Garriga, diputado de ERC y presidente dimisionario del Barça, en una fotografía de 1925, cuando contaba con 27 años.

 A lo largo de mi investigación de estos años pasados sobre el fusilamiento por tropas sublevadas, en la localidad madrileña de Guadarrama, de José Suñol Garriga, diputado de ERC y presidente dimisionario del Barça, imaginé frecuentemente las cruentas y tensas jornadas bélicas de aquel frente de la sierra en los primeros días de agosto de 1936, con el humo de los incendios provocados en los pinares por los bombardeos de la artillería y la aviación, el tableteo de las armas automáticas, las descargas de fusilería, los ataques y contraataques incesantes y el trasiego de efectivos, municiones y suministros, así como la interminable evacuación de heridos y muertos.

A todo eso se enfrentó Suñol Garriga a su llegada a Guadarrama para visitar el frente. Sin duda seguramente quedaría impactado por la cruda realidad de la guerra, que nada tenía que ver con la visión épica y enardecida que la propaganda difundía a todas horas en uno y otro bando.

Aun admitiendo las continuas variaciones del frente de batalla en las afueras de la localidad de Guadarrama en los primeros días de agosto, que podría haber provocado el error del chófer del Ford V-8 del Parque Central de Automóviles de Guerra y Marina, las convulsas circunstancias del último viaje de Suñol Garriga en dirección al Alto del León, aquella tarde del jueves 6 de agosto de 1936, siguen rodeando de misterio su desaparición.

A ello contribuyeron los desmentidos publicados en la prensa republicana en octubre de 1936, contrarrestados después por una nueva confirmación del crimen por el testimonio de dos desertores catalanes del bando franquista: Alfonso Pujol Calvet y Jaime Puigjener, a quienes me referí en un "post" anterior. Testimonios a los que se suman los provenientes del bando nacional que relataban en el diario "El Adelantado de Segovia" de los días 7 y el 11 de agosto siguientes, el despiadado fin de Suñol Garriga y sus compañeros de viaje en el antiguo kilómetro 51 de la carretera de La Coruña.

Aunque no se hayan encontrado nunca los restos de los infortunados, existe una prueba evidente y aplastante sobre su trágico final: a Suñol Garriga y a Ventura Virgili nadie, por lo menos que lo sepamos, había vuelto a verlos con vida desde aquel 6 de agosto de 1936.

Pero, a punto de concluir mi investigación, imprevistamente, todas esas certezas se convirtieron de golpe en incertidumbres. Fue utilizando el buscador de la hemeroteca digital de “La Vanguardia” cuando me vi ante la edición del día 19 de mayo de 1944, que abría su portada con imágenes de distintos protagonistas en liza de la Segunda Guerra Mundial, como Eisenhower, Tojo, Goering, Petain y Chiang-Kai-Chek.

En ese diario, que informaba destacadamente de la conquista de la abadía de Montecassino por los aliados en su avance por Italia, a la par que de la inauguración de la Feria Exposición Ganadera de Granollers por el alcalde de Barcelona, Miguel Mateu, y el laureado general José Moscardó, defensor del Alcázar de Toledo y capitán general de la IV Región Militar, fui a encontrar la siguiente nota sobre un enlace matrimonial celebrado en la Ciudad Condal, publicada en la página 8, dentro de la sección de “Ecos Sociables”: 

 “En la parroquial iglesia de Nuestra Señora del Pilar se ha celebrado la boda de la señorita María Victoria de Udaeta París, hija de doña Mercedes París, viuda de Udaeta, con don Ramón de Capmany y de Montaner, único hijo de los condes del Valle de Canet. 

Acompañaron a los novios al altar la madre del novio y el hermano de la novia, don Raimundo, comandante de Caballería.

Como testigos firmaron, por parte de la desposada, su hermano don Antonio, su primo don Celestino París Maynés, don José Suñol Garriga y don Pedro Mir Martorell, y por parte del contrayente, su primo don Antonio Juliá de Capmany, el doctor don Carlos Bofill Urpi y don José Puig.

La ceremonia se celebró en la intimidad, y los recién casados salieron de viaje para Portugal”.

 Una vez recuperado de la conmoción al descubrir la existencia de esa nota de sociedad de 1944 en la que figuraba un misterioso José Suñol Garriga como testigo de una boda en la Barcelona franquista, en el templo parroquial de la calle Casanova, me dediqué obsesivamente en los días siguientes a la búsqueda de una razón que justificara que, de estar vivo entonces, Suñol pudiera haber asistido al enlace.

Dicho de otra manera, tenía que descartar que aquellas tres palabras –José, Suñol, Garriga– hubieran aparecido por un error de transcripción de la nota del enlace o una casual combinación de nombres y apellidos perteneciente a una persona distinta al que fuera presidente del Barça.

Que no era un error de transcripción me lo demostró una prueba contundente: el hallazgo de una segunda nota de sociedad acerca del enlace Capmany-Udaeta en otro gran diario de Barcelona, “El Noticiero Universal”. La nota de este periódico había sido publicada el 18 de mayo de 1944, un día antes que la de “La Vanguardia Española”. Aparecía en su página 5, en la sección “Carnet de Sociedad”, y estaba redactada con un poco más de adorno, como cuando señalaba de la novia que era “encantadora muchacha, que por sus dotes de inteligencia, cultura, bondad y simpatía goza de innumerables afectos en nuestra sociedad”.

Nota del enlace Campmany-Udaeta publicada en "El Noticiero Universal" de Barcelona el 18 de mayo de 1944, en la que aparece José Suñol Garriga como testigo por parte de la novia. "La Vanguardia" publicó al día siguiente una nota similar en la que también aparecía el nombre del diputado de ERC como testigo de la boda. (Biblioteca Nacional de España)

La nota sobre el enlace que habían publicado ambos diarios barceloneses tenía el mismo origen en su redacción: los datos sobre la identidad de los testigos de los contrayentes eran los mismos y allí estaba de nuevo, como testigo de la novia, junto a Celestino París Maynés y Pedro Mir Martorell, aquel desconocido, inquietante y sorprendente José Suñol Garriga.

Por fin, después de muchas entradas al mundo de las redes, escudriñando entre esquelas, necrológicas y notas de sociales del propio diario “La Vanguardia Española”, un auténtico “quién es quién” de la sociedad catalana de la época, acabé por encontrar ese nexo, que lejos de aclararlo todo, añadía aún más intriga al caso.

Así, por increíble que pudiera parecer, llegué a la conclusión de que, de estar vivo en 1944, habría sido perfectamente lógico y natural que José Suñol Garriga hubiera estado en esa boda como testigo por parte de la novia.

Si ya era casualidad que se diera tal combinación de nombre y apellidos en la nota de un enlace matrimonial del año 1944, el colmo de las casualidades era que además ese segundo José Suñol Garriga tuviera también vinculación con la protagonista de la boda de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar como la tuvo el primero.

Pero veamos quiénes eran los protagonistas y quiénes los actores secundarios de aquel enlace celebrado en la intimidad de la cripta de la parroquia de la calle Casanova.

El novio, Ramón de Capmany y Montaner, de 44 años, pertenecía a una distinguida familia catalana, la de los condes del Valle de Canet. Había enviudado en 1941 de María Teresa Suqué de Espona, con la que tuvo dos hijas. Pintor especializado en paisajismo y vinculado al movimiento evolucionista de los años 20, su abuelo era el editor Ramón Montaner, quien reconstruyó el castillo de Santa Florentina, en Canet de Mar, en cuya capilla su nieto Ramón fue bautizado nada menos que por “Mossén” Cinto Verdaguer.

Vista del castillo de Santa Florentina, en Canet de Mar, propiedad de la familia del pintor Ramón de Capmany, en cuyo enlace con María Victoria de Udaeta en 1944 figuraba como testigo en los ecos de sociedad el nombre de José Suñol Garriga.

En el mismo año 1944 acababa de editarse el último trabajo de Ramón de Capmany: sus ilustraciones para el libro de poemas “En la soledad del tiempo”, del prócer falangista Dionisio Ridruejo, publicado por la editorial Montaner y Simón en su nueva colección de poesía “Ariel”.

El primer hallazgo llamativo era el hecho de que Suñol Garriga y el novio del enlace, Ramón de Capmany, hubieran compartido antes de la Guerra Civil la condición de socios del Ateneo de Barcelona, aunque esto no prueba que se conocieran. Sus nombres coinciden en una reseña que “La Vanguardia” publica el 2 de junio de 1936 acerca de las elecciones en el Ateneo del mes de mayo anterior. Suñol Garriga aparece como presidente de la sección de Comercio, mientras que Ramón de Capmany figura en la de Bellas Artes como compromisario para la elección del presidente de la institución.

La novia, María Victoria de Udaeta, era uno de los ocho hijos del coronel de caballería retirado Enrique de Udaeta y Cárdenas, de origen bilbaíno, que había fallecido en 1942, y de Mercedes París Massanés. María Victoria había hecho sus pinitos como cantante de “music-hall” a comienzo de los años 30, antes de la Guerra Civil y, aunque solo fuera como amateur, había cosechado grandes elogios de la crítica barcelonesa. 

La clave de este impactante hallazgo estaba precisamente en la novia, o mejor dicho en su familia, los Udaeta París, con la que Suñol Garriga podría haber tenido relación, por lo que no parecía tan inverosímil que fuera el nombre del presidente del Barça el que apareciese en la nota de sociedad del enlace, aunque seguía siendo una hipótesis descabellada.

La vinculación entre Suñol Garriga y los Udaeta sería estrecha. Vendría dada por el hecho, nada menor, de que el cuñado de Suñol Garriga, Miguel Soler Elías, había contraído matrimonio unos años antes con Carlota Ribés Molina, viuda de un hermano de la novia, Enrique de Udaeta París, capitán del arma de Caballería asesinado por los milicianos en Barcelona el 23 de agosto de 1936.

 
Las obras de construcción de la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, en Barcelona, en diciembre de 1944. Las ceremonias religiosas se realizaban en la cripta del templo que ya estaba construida

Miguel Soler Elías había enviudado en el año 1934 de María Font Fernández. Se da la coincidencia de que el matrimonio residía en el “carrer” de Londres, al igual que los Udaeta, por lo que todos eran vecinos de la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, comenzada a construir a finales de los años 20, pero de la que se había levantado solamente la cripta, donde tenían lugar las ceremonias religiosas. En ese templo se celebró de hecho el funeral por la citada María Font el 13 de marzo de 1934. Al acto religioso seguramente asistirían el propio José Suñol y su mujer, Gloria Soler, dado que figuran entre los deudos en la esquela publicada por “La Vanguardia” ese mismo día.

En ese mismo templo fue donde Miguel Soler, cuñado de Suñol, contrajo matrimonio el 18 de diciembre de 1942 con Carlota Ribés, viuda de Enrique de Udaeta. En este enlace figuró como testigo otro prohombre de la Esquerra Republicana de Cataluña, es decir, correligionario de Miguel Soler y de Suñol Garriga: el médico Francisco Carbonell Vila, que en 1934 había sido elegido concejal del Ayuntamiento de Barcelona por la coalición de izquierdas. En octubre de ese mismo año 1934 fue detenido, junto con Lluis Companys y otros muchos dirigentes de ERC, por los sucesos revolucionarios que culminaron con la proclamación del Estado catalán.

En 1939, los vencedores destituyeron a Carbonell Vila como funcionario municipal con pérdida de todos sus derechos y haberes activos y pasivos por haber ostentado cargos con el Frente Popular. En 1940 le abrieron expediente de responsabilidades políticas y dos años después aparecía como testigo de la boda de otro antiguo militante de la Esquerra con la viuda de un militar asesinado por las milicias frentepopulistas. Un hecho que demuestra que la vida seguía a pesar de todo después de la contienda.

Pero volvamos a los Udaeta. Esta familia había sufrido devastadoramente la Guerra Civil. Un hermano del padre, Armando, de 63 años, apareció asesinado en Madrid el 31 de octubre de 1936, en el kilómetro 7 de la carretera de Valencia. Además de Enrique, otros dos hermanos Udaeta París habían fallecido a consecuencia de la contienda: Francisco, militar también asesinado por los milicianos, y Augusta, fallecida con 21 años a causa de un bombardeo de la aviación franquista sobre Barcelona el día 19 de enero de 1938. Supe después que Augusta fue alcanzada cuando llevaba en brazos a su bebé, al que también se le dio por muerto. Milagrosamente, un encargado de la morgue donde ambos fueron trasladados advirtió que la criatura seguía con vida y pudieron al fin salvarla de las garras de la muerte.

Esquela de Augusta Udaeta París, fallecida el 19 de enero de 1938 a causa de un bombardeo de la aviación franquista sobre Barcelona. Otros dos hermanos Udaeta, Enrique y Francisco, habían sido asesinado por fuerzas republicanas al comienzo de la contienda en la Ciudad Condal. ("La Vanguardia Española", 21 de enero de 1938)

Un cuarto hermano Udaeta, Antonio, había sido encarcelado en el buque prisión “Uruguay”, en el puerto de Barcelona, como desafecto al régimen republicano. Fue condenado a muerte por el Tribunal de Espionaje y Alta Traición y figuró para un posible canje con prisioneros de los franquistas en las listas del encargado de negocios de la Embajada de Cuba, Ramón de Estalella, quien se destacó durante el conflicto por su gran labor humanitaria con los perseguidos de uno y otro bando.

La misma acusación de desafecto llevó a un quinto hermano Udaeta, Raimundo, teniente de Caballería, a ser detenido en julio de 1936 por milicianos de la FAI. Prisionero en el barco “Uruguay”, fue juzgado por un Tribunal Popular y liberado en diciembre de ese mismo año. En marzo de 1937 huyó a la zona franquista por los Pirineos. Después de unos meses de prisión en Burgos, se sumó al ejército de Franco, donde terminó la contienda con el grado de capitán.

El más célebre de los Udaeta París sería el hermano pequeño, José Luis, que, al igual que su hermana María Victoria, tenía alma de artista: mundialmente conocido como José de Udaeta, fue un extraordinario bailarín, coreógrafo y el mayor coleccionista de castañuelas del mundo. Falleció en 2009 en Barcelona a la edad de 90 años.

El más famoso miembro de la familia Udaeta París: el bailarín y coreógrafo José de Udaeta, el más pequeño de los ocho hermanos de una familia trágicamente golpeada por la Guerra Civil. La imagen es de 1989, cuando recibió la Medalla de Plata al Mérito de las Bellas Artes. (Foto: EFE) 

A la boda de María Victoria de Udaeta en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Pilar asistió su madre, Mercedes París, así como sus hermanos Antonio, ya célebre odontólogo de la Ciudad Condal, y el citado Raimundo, éste último con el empleo entonces de comandante de Caballería en el ejército de Franco.

En septiembre de 2015 viajé a Barcelona para consultar el expediente de la boda Capmany-Udaeta en el archivo parroquial de la Mancomunidad Parroquial de Nuestra Señora del Pilar y Sant Eugeni Papa, en el “carrer” de Londres de Barcelona. Mi propósito era confirmar o descartar que el José Suñol Garriga que acudió como testigo a aquella boda de 1944 fuera la misma persona fusilada por los sublevados en 1936.  

La consulta del expediente matrimonial en el archivo parroquial vendría a confirmar mis suposiciones: el cuñado de Suñol Garriga, Miguel Soler Elías, aparecía como el gran protagonista de los trámites preliminares del enlace Capmany-Udaeta. No sólo figuraba como testigo en el acta de consentimiento del enlace firmada por la madre de la novia, sino que fue examinado como testigo de la boda, aunque luego no figurara como tal, dando fe de conocer desde la infancia al novio por razones de amistad.

La firma de Miguel Soler Elías, cuñado de José Suñol Garriga, ya que estaba casado con su hermana Gloria, como testigo en el consentimiento de la madre de María Victoria de Udaeta a su enlace con Ramón de Capmany. (Archivo de la parroquia de Nuestra Señora del Pilar. Barcelona)

¿Estaba, pues, ante una clamorosa e increíble revelación? ¿Era posible que después de haber transcurrido ocho años, con una cruenta guerra civil y el comienzo de una dura posguerra de por medio, el mismo José Suñol Garriga, dado por fusilado y desaparecido en 1936, hubiera estado presente de nuevo en el templo del “carrer” de Casanova como testigo de una boda?

¿Cómo se explicaba que un prohombre catalanista e izquierdista, diputado de ERC durante la República, fuera testigo de boda por parte de una novia cuya familia, perseguida y cruentamente represaliada por los republicanos, había luchado por la victoria de Franco, con la trágica paradoja de que una hermana había muerto en Barcelona bajo las bombas de la aviación franquista? ¿Acaso aquella boda era la prueba de un insólito, por acelerado, restañamiento de las profundas heridas de la guerra en la sociedad barcelonesa?

Sin embargo, la prueba concluyente para contestar a estas preguntas y demostrar la presencia con vida de Suñol en la Barcelona franquista de 1944 no existía. Al expediente matrimonial de Capmany-Udaeta le faltaba el acta de celebración, donde debían de figurar las firmas de todos los testigos del enlace, incluida la de José Suñol Garriga, cuya comparativa caligráfica con las suyas anteriores a 1936 habría sido determinante para identificarle sin duda alguna. La ausencia del acta resultaba extraordinariamente llamativa, sobre todo teniendo en cuenta que, según señala la nota publicada en “La Vanguardia Española”, hubo firma de todos los testigos.

Era evidente que la vinculación familiar de Suñol con los contrayentes, a través de su cuñado Miguel Soler Elías, desactivaba cualquier hipótesis sobre una posible coincidencia de nombre y apellidos con otra persona. La identidad del José Suñol Garriga incluido en la reseña del enlace Capmany-Udaeta no ofrecía ningún género de dudas: era la del presidente del Barça y diputado de ERC. Que estuviera o no en la boda realmente, es decir, que estuviera vivo o no entonces, era otra pregunta.

Los otros dos testigos de la novia fueron su primo Celestino París Maynés, futuro tesorero y vicesíndico del Colegio de Agentes de Cambio y Bolsa, que fallecería en 1969, y Pedro Mir Martorell, industrial, que fallecería en 1956.

Por parte del novio firmaron José Puig, al que resultaba imposible asignarle referencia alguna por lo genérico del nombre y el apellido; Carlos Bofill Urpi, médico dentista, fallecido diez años después de la boda, a los 57 años; y el primo del contrayente, Antonio Juliá de Capmany, sobre el que merece la pena detenerse en las próximas líneas.

Antonio Juliá de Capmany asistió al enlace con 33 años. Vinculado a la Lliga de Cambó antes de la guerra civil, en la contienda estuvo preso por desafecto al régimen republicano. En el momento de celebrarse la boda de su primo Ramón Capmany con María Victoria de Udaeta, era un destacado jerarca falangista de la Jefatura Provincial del Movimiento en Barcelona, donde ocupaba, entre otras funciones, la de secretario provincial del Auxilio Social.

Es decir, de haber estado José Suñol Garriga efectivamente en aquella boda, no sólo se habría visto rodeado de veteranos del Ejército vencedor y de antiguos cautivos del régimen republicano, sino de destacados dirigentes de la Barcelona franquista como Antonio Juliá.

Antonio Juliá Capmany, asistente a la boda de su primo Ramón de Capmany en 1944. Juliá ocuparía bajo el franquismo las mismas responsabilidades que Suñol Garriga bajo la Segunda República al frente del FC Barcelona y la Federación Catalana de Fútbol. (Foto: FC Barcelona) 

Antonio Juliá ocuparía en el futuro no sólo el cargo de concejal y teniente de alcalde de Barcelona entre 1949 y 1952, con José María de Albert y Antonio María Simarro como alcaldes, respectivamente, sino también con el alcalde José María Porcioles, entre 1961 y 1964, año de su prematura muerte. En su elección en su segunda etapa como concejal fue apoyado por un manifiesto que firmaron, entre otros, el conde de Godó, editor de “La Vanguardia Española” de entonces, y Juan Antonio Samaranch, futuro presidente del Comité Olímpico Internacional.  Juliá también fue consejero delegado de la revista “Gaceta Ilustrada”, editada por “La Vanguardia Española”, y jurado del premio de poesía en catalán “Ciudad de Barcelona”.

Lo más sorprendente de la supuesta coincidencia de Suñol con Juliá en el enlace Capmany-Udaeta es que el que fuera presidente del Barça en la Segunda República pudiera haberse encontrado aquel 16 de mayo de 1944 en la cripta de Nuestra Señora del Pilar con un reflejo de su propia trayectoria, encarnado esto sí por un jerarca del nuevo régimen de Franco.

Porque Antonio Juliá se va a convertir en un miembro más de la saga de presidentes del club blaugrana, cuando el 1 de marzo de 1961, en su calidad de vicepresidente, sea nombrado presidente accidental del Barça en sustitución del dimitido Francisco Miró-Sans, a la espera de que la Junta General designase al nuevo presidente.

Juliá se mantuvo como presidente en funciones del Barça durante tres meses, hasta el mes de junio siguiente, en que fue elegido Enrique Llaudet para el cargo. A partir de entonces vuelve a ser concejal del Ayuntamiento de Barcelona, ya en época del alcalde Porcioles, al tiempo que será presidente de la Federación Catalana de Fútbol, cargo en el que continúa también la línea sucesoria de la que Suñol había formado parte a finales de los años 20.

Antonio Juliá fallecerá en Barcelona, a los 53 años, el 24 de julio de 1964. Su repentina muerte causará conmoción en la sociedad catalana, de suerte que en apenas un mes se le dedicarán una calle y una biblioteca. 

Necrológica del padre de la contrayente, el coronel de Caballería retirado Enrique de Udaeta  Cárdenas, aparecida en "La Vanguardia Española" el 25 de noviembre de 1942. En apenas diez líneas aparecen trazados los insondables abismos de dolor que la Guerra Civil abrió en tantas familias españolas en una y otra zona.  

La aparición del nombre de José Suñol Garriga en los ecos de sociedad de “El Noticiero Universal” y “La Vanguardia Española” en el año 1944 ahondaba, aún más si cabe, el misterio sobre su desaparición. Pero era evidente que no probaba absolutamente nada. Se trataba solamente de una pregunta sin respuesta: una más entre las muchas suscitadas por el caso Suñol desde agosto de 1936.

Como decía Quintiliano, la Historia debe escribirse para contar, no para probar nada, y era evidente que del caso Suñol hay todavía mucho que contar, pero también demasiadas cuestiones por probar.

Mis indagaciones acerca de los asistentes al enlace anotados en “La Vanguardia Española” y en “El Noticiero Universal”, me confirmaron que ya no quedaba ninguno de ellos con vida, incluidos los novios: Ramón de Capmany había fallecido en 1992, y su esposa María Victoria de Udaeta dos años más tarde. El cuñado de Suñol, Miguel Soler Elías, que tantos trámites de la boda de ambos había realizado, había fallecido en 1977, a los 80 años de edad.

Por tanto, sin acta de celebración de la boda y sin supervivientes del enlace, el camino hacia la resolución del enigma de la presencia de un José Suñol Garriga en la ceremonia celebrada el 16 de mayo de 1944 en la cripta de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar había quedado abruptamente interrumpido.

Aun así, era incapaz de sustraerme a la poderosa figura literaria que podía encarnar aquel José Suñol Garriga que había asistido a aquella boda en Barcelona. La figura de un perdedor, como tantos otros centenares de miles de españoles, condenado a ser una sombra de sí mismo, a renegar de su propio pasado y a silenciar los calvarios padecidos bajo la represión franquista.

En mi imaginación se alzaba aquel Suñol Garriga que había compartido banco en la cripta de Nuestra Señora del Pilar con los jerarcas del nuevo régimen, como antes había compartido palco en Les Corts con las máximas autoridades republicanas. Aquel Suñol Garriga había sido condenado por los franquistas a una pena quizás mucho más cruel que el fusilamiento: la de resucitar en cuerpo y alma, después de su funesta excursión a Guadarrama en aquel infernal 6 de agosto de 1936 y sus años de prisión en Valladolid, Burgos o Salamanca, en la condición de vencido en la España asfixiante y asfixiada, dogmática y cerrada de la posguerra.

Y, sin embargo, imaginaba que en lo más íntimo Suñol Garriga habría logrado ponerse a resguardo de esa condición, al menos conservando intactos su elegancia personal, su cautivadora bonhomía, su don de gentes y sus modales de “bon vivant”.

El Suñol Garriga que mi imaginación evocaba caminando por la Barcelona de posguerra era un hombre con su frágil salud aún más debilitada por el torturante cautiverio y el desolador balance de pérdidas de amigos y correligionarios. Todo su “mundo de ayer”, como diría Stefan Zweig, aquel refinado, galante y liberal universo de la alta burguesía catalana de preguerra, se había extinguido a consecuencia del choque devastador de las dos ideologías totalitarias que se disputaban la hegemonía en una Europa que quedaría reducida a cenizas.

Ante la ausencia de firmas de los testigos en el expediente matrimonial de los Capmany-Udaeta, me propuse comprobar si estaban en la copia del expediente matrimonial que preceptivamente habría sido enviada al Arzobispado de Barcelona. Pero tampoco estaban las firmas de los testigos, salvo las de Pedro Mir Martorell y Carlos Bofill Urpi, las mismas que aparecían en las firmas del expediente del archivo parroquial de Nuestra Señora del Pilar. El rastro de aquel misterioso José Suñol Garriga se había desvanecido por completo ante mis ojos.

Con la certidumbre de haber llegado al límite del misterio sobre el destino de José Suñol Garriga, a finales de enero de 2016 consideré que era el momento de informar a su hijo, José Ildefonso Suñol Soler, sobre el alcance de mi investigación. Me parecía que obraba honestamente si le hacía saber de mis hallazgos sobre su padre. Al mismo tiempo esperaba que el hijo me aclarara de una vez las contradicciones que habían ido jalonando mi indagación.

Nuestro encuentro se produjo finalmente más de un año después, en la tarde del 20 de junio de 2017 en su domicilio de Barcelona, gracias a las amables gestiones de su colaboradora Margarita Ruiz. El lector entenderá que no proporcione muchos detalles de nuestra cita por respeto a una persona que había hecho de la privacidad una de las reglas de oro de la vida, hasta el punto de que no tengo noticia de que exista alguna fotografía de él. No quería dejar de apuntar los rasgos que le identificarían como hijo de Suñol Garriga, como su viva inteligencia y su exquisita cortesía, además de una frente ancha y despejada que sin duda me evocaba los más célebres retratos del padre.

Mantuvimos una conversación cordial y agradable, que se fue haciendo cada vez más distendida a medida que pasaba el tiempo. No soy capaz de recordar cuánto duró el encuentro, endulzado durante un momento por un sabrosísimo helado que amablemente me ofreció mi anfitrión y que el degustó también con el mismo placer infantil que yo.

De nuestra conversación, como apunté en la primera entrada de este blog dedicada a Suñol Garriga, me quedó grabado el entrañable afecto con que su hijo hablaba de su padre. Aunque había sido asesinado cuando él tenía solo 9 años, parecía como si hubiera sido ayer mismo cuando se despidió de él en su casa de Tona, en los primeros días de agosto de 36, para no volver a verle nunca más. También me llamó la atención su falta de rencor o resentimiento por el cruel destino de su padre frente a un pelotón de fusilamiento de los sublevados en la sierra de Guadarrama.

 “De haber sobrevivido a la guerra, es imposible que mi padre no hubiera contactado con mi madre y conmigo”, me dijo Suñol Soler con voz serena, mientras me explicaba que la para él sorprendente aparición del nombre de su padre en la nota de sociedad del enlace matrimonial Capmany-Udaeta de 1944 pudo deberse al póstumo homenaje a su figura por parte de los contrayentes, viejos amigos de la familia. 

Conmueve pensar que una familia tan cruelmente represaliada por los republicanos como los Udaeta, se prestara a este recuerdo a un diputado catalanista de izquierdas, en vez de tributárselo a sus tres hermanos muertos en la guerra, ya que demostraría que los vínculos afectivos de los Udaeta con la familia Suñol eran más fuertes que las diferentes ideas políticas y, sobre todo, las crueles vicisitudes de la guerra. Toda una lección de concordia y reconciliación tan solo cinco años después de la contienda de la que, una vez más, deberíamos tomar nota todos en España en general y en Cataluña en particular.

El homenaje a Suñol Garriga trascendía los horrores de la guerra que la propia familia Udaeta había sufrido para encarnar quizás el recuerdo de tantas personas queridas injusta y salvajemente sacrificadas por los "hunos" y los "hotros", y para perpetuar en aquella sencilla nota de enlace matrimonial la enseñanza permanente de los desastres de nuestra contienda.

Aquella hermosísima tarde de comienzo de verano en la siempre cautivadora Barcelona dejé la casa del hijo del que fuera presidente del Barça y diputado de ERC con la certeza de haberme aproximado más que nunca, después de dos años de investigación, a la solución del caso Suñol Garriga. Quizás la última respuesta al misterio estaba en la mirada reveladora, profunda y clara de aquel hombre nonagenario, de aquel niño aún sobrecogido por la injusticia y la sinrazón de la muerte de su padre.

 

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