EL DÍA QUE PRIETO ORDENÓ A CARRILLO QUE FUERA A LUCHAR AL FRENTE
A Chema Jurado, al que tanto espero contar esta y otras muchas historias
Hoy quiero ofrecer al lector una actuación generalmente
desconocida de Prieto como ministro de Defensa Nacional durante la contienda.
Una actuación que el mismísimo Presidente de la República, Manuel Azaña, juzgó
como una de las más importantes del desempeño del dirigente del PSOE al frente
del Ejército Popular en el gobierno del doctor Juan Negrín.
Como queda de manifiesto en mi libro “Desertores. Los españoles
que no quisieron la Guerra Civil” (http://www.grupoalmuzara.com/a/fichalibro.php?libro=3527&edi=1), la inmensa mayoría de los
españoles fueron remisos a la movilización en las filas militares de uno y otro
bando. Fue el miedo a las represalias contra ellos y contra sus familias,
impuestas sin piedad en ambas zonas a los pocos meses de comenzada la recluta,
lo que motivó en buena medida la respuesta a las llamadas a filas. A esta
argumentación que vengo sosteniendo desde hace muchos años se acaba de sumar el historiador Francisco J. Leira
Castiñeira en su libro “Soldados de Franco” (Siglo XXI, 2020), que es a su vez un reflejo
de lo que sucedió también durante la contienda en la zona gubernamental con la recluta forzosa.
Una de las vías de escape de la obligatoriedad de marchar al
frente de combate, además de la huida al extranjero, el ocultamiento en las casas (los
primeros “topos”) o en los montes, y la simulación de falsas enfermedades o inutilidades,
fue el abuso de las condiciones de los considerados «militarizados», «movilizados en su puesto» o «insustituibles». Aquí se incluían
obreros de las industrias de guerra y empresas militarizadas, mineros,
ferroviarios, transportistas, empleados
de bancos y de periódicos, trabajadores de los monopolios
estatales del petróleo,
tabaco y fósforos, y funcionarios de ministerios, gobiernos
civiles o ayuntamientos. También tenían esta condición los que ocupaban
cargos en formaciones políticas
y sindicatos, donde no era difícil
eludir las obligaciones militares con la oportuna recomendación.
En la zona sublevada se dictó una orden muy temprana, del 1 de
noviembre de 1936, en la que se prohibía el «vicio nacional» de las recomendaciones para que los llamados a filas fueran eximidos del servicio
militar o, una vez incorporados, consiguieran un destino sin riesgo. La orden
exigía que las cartas de recomendación debían «ser rotas sin leerlas», y
amenazaba con sancionar al militar que, además de no romperlas, respondiera
cumplidamente a la petición del familiar o amigo.
El bando franquista tampoco tardó mucho en darse cuenta de que
entre los afiliados a las milicias y organizaciones afines al «Movimiento
Nacional» había quienes intentaban eludir el servicio militar en primera línea
con el pretexto de cumplir funciones en retaguardia. El 24 de abril de 1937 el
cuartel general de Franco ordenaba la incorporación a filas de todos los
voluntarios de milicias que prestaran sus servicios lejos de los frentes de
batalla, con la amenaza de que «se considerará desertor a quienes no
justifiquen su situación militar». La propia orden, que lógicamente eximía de
la incorporación a los voluntarios que ya luchaban en el frente, dejaba claro
su propósito: «Debe sancionarse a los que eluden el cumplimiento de aquellos
deberes que la Patria y su defensa imponen».
El gracejo popular reflejó bien la situación de los recomendados
en la zona franquista, y de ello es prueba la letra de esta versión del «Cara
al sol», que el escritor Rafael García Serrano cita en su imprescindible libro “Diccionario
para un macuto”:
al sol que más calienta,
me puse el mono antesdeayer.
Me hallará la muerte,
si me pesca,
sentado en un café.
Las autoridades eran muy
conscientes de ello, pero tardaron muchos meses en tomar medidas. No fue hasta
el 21 de octubre de 1937, pasado más de un año desde el golpe militar que
desencadenó la contienda, cuando Indalecio Prieto, ministro de Defensa Nacional,
aprobó un decreto sobre las exenciones al servicio militar, recordando que era competencia
exclusiva de su departamento decidir quién debía ir a filas y quién no. Daré
los detalles del decreto según los recojo en “Desertores”, aunque sin abrir ni
cerrar citas.
El decreto, publicado en la “Gaceta de la República” el 23 de octubre, quería poner fin a «una
desmesuradísima amplitud en la interpretación de las disposiciones vigentes»
sobre las exenciones al servicio militar, que habían dado lugar «a intromisiones
inadmisibles de diversas entidades y centros en materia de competencia exclusiva
del Ministerio de Defensa Nacional, y cierta preferencia, errónea e ilegal, de
funciones directivas en el orden político y sindical sobre el deber inexcusable
de empuñar las armas cuando la ley lo exige». Una situación que, según el
decreto, había provocado «una cadena de privilegios injustos y abusos
irritantes que la estricta equidad exige destruir».
El ministro Prieto anulaba así todas las exenciones no
autorizadas por su departamento. Asimismo, y para evidenciar el desafío que
este decreto suponía al poder de los partidos y sindicatos, se exigía la
presentación a filas de los individuos de reemplazos movilizados que «no lo
hubiesen hecho por atender a actividades políticas y sindicales».
Es muy significativo que las autoridades republicanas no se decidieran
a dar este paso hasta el 21 de octubre de 1937, cuando había transcurrido ya
más de un año de guerra. Y no es casual que el decreto fuera aprobado el mismo
día en que desaparecía el frente del Norte, con la entrada de las tropas
franquistas en la ciudad de Gijón. Hasta ese momento de máxima depresión en la
zona frentepopulista, parece que no hubiera importado que los partidos y los
sindicatos manejaran arbitrariamente la decisión sobre quién iba al frente y
quién no, con lo que esto conllevaba de favoritismo y amiguismo.
Las disposiciones de Prieto declaraban exentos del servicio en
filas a los técnicos y obreros de las industrias de guerra, entendiendo por
éstas «las dependientes del Estado por propiedad, incautación o requisa» y
todas aquellas que destinaran el 80 por ciento de su producción a las
necesidades del Ministerio de Defensa Nacional. Sin embargo, el decreto
establecía que todas estas exenciones fueran revisadas.
Asimismo, Prieto imponía que para suplir a los obreros que se
incorporaran a filas fueran preferidas, «si tuvieran aptitud bastante», sus
esposas, hijas o hermanas. Las futuras ampliaciones de plantilla de las
industrias de guerra se realizarían en primer lugar con personal no
perteneciente a quintas movilizadas y, sólo en segundo término, con mujeres.
El decreto establecía también la revisión de las exenciones
concedidas a los mineros y declaraba anuladas automáticamente todas las dispensas
otorgadas a funcionarios de ministerios, excepto el de Defensa, y a personal de
los servicios de comunicaciones, transportes, sanidad, vigilancia y prisiones.
No menos llamativo era el aviso a los miembros de las
privilegiadas Milicias Culturales para que acudieran como cualquier otro
ciudadano a sus respectivos centros de reclutamiento, movilización o
instrucción. Tampoco deja de ser llamativo que se ordenara que todos los
comisarios políticos del ejército de tierra, marina, aviación y armamento, salvo
los de compañía, batallón y brigada, tuvieran que ser individuos de quintas no
movilizadas. De esta manera, Prieto intentaba limpiar de «emboscados» las
Milicias Culturales y el Comisariado General de Guerra, dos de los aparatos del
régimen frentepopulista controlados por los comunistas, con lo que venía a
sumar nuevas razones para concentrar la inquina de éstos contra su persona.
Mi amigo el sabio Gonzalo García-Badell, que lo sabe y lo ha
leído todo de la Guerra Civil, me puso el mismo viernes sobre la pista de
varios testimonios que demuestran el efecto que el decreto de Prieto tuvo en
los comunistas, y especialmente en las Juventudes Socialistas
Unificadas (JSU) que lideraba Santiago Carrillo como secretario general, a
quien la orden de movilización afectaba personalmente.
El primero de estos testimonios es el de Fernando Claudín, que
en su libro “Santiago Carrillo. Crónica de un secretario general” (Planeta,
1983), escribe:
Cuando empezó la guerra Carrillo contaba con 21 años, que era
entonces la mayoría de edad legal y como tal la de cumplir el servicio militar.
Su reemplazo, el del mismo año 1936, fue llamado a filas en la zona republicana
entre octubre y noviembre de ese año. Sin embargo, hasta octubre de 1937 Carrillo
había vivido de espaldas a sus obligaciones militares de manera algo
sorprendente. Como tantos otros dirigentes políticos y sindicales, Carrillo no
se vio en la necesidad de justificar su condición de exento del servicio en
filas por el cargo que ocupaba al frente de la organización de los jóvenes
comunistas, quienes, por otro lado, ofrecieron a lo largo de la guerra un
incuestionable tributo de sangre y valor en su lucha contra los sublevados.
A pesar de ello, Carrillo recoge en sus “Memorias” (Planeta,
1993) un variopinto historial militar que algunas voces han considerado
discutido y discutible. El golpe militar del 18 de julio le sorprende en
Francia y, según cuenta en sus memorias y en algunas entrevistas, logró pasar a
España y llegar a San Sebastián junto con otros dos dirigentes de la JSU: José Laín
Entralgo y Trifón Medrano. Desde allí intentaron llegar a Burgos pero al
conocer que las comunicaciones ya estaban cortadas decidieron quedarse en el
País Vasco. Juan Astigarrabia, que mandaba el PCE vasco, les dice que marchen con
una columna al mando del también comunista Fulgencio Mateos a Ochandiano, que
el día 22 de julio había sufrido un terrible bombardeo por la aviación
sublevada.
Carrillo dedica a su estancia en el frente de Ochandiano, en las
trincheras de los montes de Ubidea más concretamente, varias páginas de sus
memorias, con todo género de detalles. Y textualmente afirma, tanto en sus
memorias, varias veces, como en sus últimas entrevistas, como la publicada por Ander
Landaburu en “El País” el 10 de noviembre de 2008, que estuvo un mes como
combatiente en aquel frente vasco. Si tenemos en cuenta que su llegada se
produjo a finales de julio, por ser posterior al bombardeo de Ochandiano por la
aviación rebelde del día 22, significa que Carrillo salió de aquel frente a
finales de agosto, si bien dice en sus memorias que cruzó la frontera de
Francia para entrar de nuevo en España por Cataluña a mediados de mes.
Es lícito conceder a Carrillo que al recordar tantos años después estos acontecimientos le pareciera haber estado un mes en el frente de Ochandiano, y no un par de semanas, por ejemplo. Lo digo por lo insólito que resulta que el 11 de agosto de 1936 se publicara en la
portada del diario barcelonés “L’Instant” una fotografía de Carrillo
con el coronel Julio Mangada, jefe de la columna que operaba entonces en la
comarca abulense de Navalperal de Pinares, presentando al líder de la JSU como
comandante del batallón Largo Caballero perteneciente a la citada columna. Lo
cierto es que Carrillo, que dedica también varias páginas de sus memorias a
este pasaje de su guerra civil, no había sido nombrado comandante, sino comisario
político del antedicho batallón.
El pie de la fotografía dice textualmente: “Santiago Carrillo,
secretari de les Joventuts Unificades, que mana una companyia del batalló Largo
Caballero incorporat a la columna Mangada, canvia impressions amb l'illustre
general”. La fotografía acompaña la noticia con que abre su portada “L’Instant”,
que reza nada menos: “La columna lleial que acabdilla el coronel Mangada está a
punt d’entrar a Avila”.
¿Pero si la foto como comisario político de la columna Mangada
en Navalperal de Pinares, provincia de Ávila, era anterior al 11 de agosto, como
prueba su publicación en esa fecha en un diario de Cataluña, qué hacía Carrillo
en las mismas fechas en Ochandiano, provincia de Vizcaya, como simple soldado
de a pie?
Dejo al lector la libertad de responder a esta pregunta, pero no sin antes aportarle una información que puede contribuir a esclarecer este supuesto don de la ubicuidad del famoso dirigente comunista. Se trata de una gacetilla, aparecida el 30 de julio en los diarios madrileños “El Sol” y “La Voz”, en la que se informa del regreso a Madrid de los diputados socialistas Julio Álvarez del Vayo y Luis Araquistaín, a quienes el golpe militar había sorprendido también en Francia, como a Carrillo, Laín y Medrano. La cito íntegramente:
"Claridad" publica una información en la que da cuenta
del regreso a Madrid de los diputados socialistas Álvarez del Vayo y Araquistáin.
Este último, director del citado periódico, hace un relato de sus andanzas por
España en estos últimos días.
Salieron de Madrid la noche del día 17. Se enteraron de la
sublevación militar en territorio francés la noche del sábado 18. Marcharon a
Behovia para comprobarlo. Como no había tren para Madrid, esperaron a la mañana
siguiente. En Irún se encontraron con que no había tráfico ferroviario. En automóvil
se trasladaron a San Sebastián, donde se unieron a Santiago Carrillo, José Laín,
Trifón Medrano y Rodolfo Llopis. Intentaron pasar hacia Burgos. Después de
varios intentos por varias carreteras tuvieron que recurrir a volver a Francia
para entrar en España por la frontera catalana y dirigirse a Madrid.
Esta gacetilla permite pensar que todo el grupo coincidente en San Sebastián regresó a España por la frontera catalana después de intentar llegar a Burgos. No lo confirma rotundamente, pero la posibilidad de que así fuera ayudaría a clarificar la cronología de los recuerdos de Carrillo para sacarle de esa extraña ubicuidad que le permitió estar en los frentes de Vizcaya y de Ávila al mismo tiempo.
Sin embargo, un testimonio sorprendente, y un punto conmovedor,
puede confirmar que fue el grupo de políticos socialistas y comunistas en su totalidad el que regresó a Francia tras
vanos intentos por llegar a Madrid a través de la meseta castellana. Es el testimonio de
Pedro Laín Entralgo, que más tarde sería dirigente falangista, quien se encontró
a su hermano José en aquellos días de julio en Santander, en pleno viaje a
ninguna parte con sus compañeros de izquierdas, incluido Santiago Carrillo, deseosos de llegar a Madrid. Así lo relató Pedro Laín en “Descargo
de conciencia” (Barral, 1976):
Así las cosas, es Gonzalo García-Badell quien acude en mi
auxilio nuevamente con sus fondos bibliográficos para señalarme que tanto el
general Enrique Líster como el historiador Ricardo de la Cierva coincidían en
señalar que la campaña de Carrillo en Ochandiano era pura invención. Líster llega
a decir que “la realidad es que Carrillo permaneció en Francia más de un mes,
observando cómo iban las cosas en España, y únicamente cuando vio que se plantaba
cara a la sublevación regresó a Madrid”, según le cita Carlos Fernández en “Paracuellos
del Jarama: ¿Carrillo culpable?” (Argos Vergara, 1983).
Ya hemos visto que Carrillo no pudo permanecer más de un mes en
Francia porque antes del 11 de agosto ya estaba con la columna Mangada en el
centro de la Península, lo que permite conceder crédito a la hipótesis de que Carrillo
y sus compañeros hubieran retornado a finales de julio por la frontera catalana
a España con Araquistáin y Álvarez del Vayo.
Por lo demás, el propio Líster considera en su libro “¡Basta!” (G.
del Toro editor, 1978) que la localidad abulense de Navalperal de Pinares fue
el escenario de nuevas hazañas bélicas del dirigente de la JSU que sólo
sucedieron en su imaginación.
Pero volvamos al jardín de los decretos que se bifurcan para
explorar la situación militar de Carrillo. El 21 de octubre de 1936 el
presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, Francisco Largo Caballero, firma una
circular en la que le destina al cuartel general del jefe del Ejército de
Operaciones de Centro, el general José Asensio Torrado. El nombramiento apenas
tiene recorrido pues a principios de noviembre Carrillo es nombrado delegado de Orden
Público de la Junta de Defensa de Madrid, cargo por el que quedará vinculado como
responsable a las matanzas de miles de madrileños en Paracuellos del Jarama y
Torrejón de Ardoz en los meses de noviembre y diciembre.
De su cargo en la Junta de Defensa de Madrid dimite el 1 de enero de 1937 para centrarse enteramente en su actividad política como líder de la JSU hasta que se publica en la “Gaceta de la República”, el 23 de octubre siguiente, el decreto sobre las exenciones al servicio de las armas en el Ejército Popular que nos ha traído hoy aquí.
Como atestiguaba más arriba Fernando Claudín, la JSU acogió con
desbordante entusiasmo, forzada por el PCE, el anuncio de que sus dirigentes
debían cumplir reglamentariamente sus deberes militares con la República.
Prueba de ello es la portada de su diario “Ahora”, del 3 de noviembre de 1937,
en la que se anuncia, con una gran foto del interesado, la incorporación a
filas de Carrillo, su secretario general.
Claudín dice que Carrillo quedó a las órdenes del V Cuerpo de Ejército,
que entonces comandaba el coronel Juan Modesto, con el que estaría en las
batallas de Teruel y del Ebro. “¿Dónde? ¿En qué fechas? ¿Con qué grado?”, se
preguntaba Líster en su libro “¡Basta!” acerca de la participación del líder de
las JSU en el choque más sangriento de la guerra.
La revisión de las noticias sobre Carrillo en la prensa
republicana a partir del anuncio de su incorporación al Ejército Popular demuestra
que su supuesto servicio en filas no interrumpió su incansable actividad
política entre Barcelona, Valencia y Madrid. Aun así, Carrillo no tuvo reparos
en intervenir en actos de homenaje a los nuevos reclutas que no disponían como
él del privilegio ni de la influencia para evitar la marcha al frente, como el
que se celebró en marzo de 1938 en el Gran Teatro de Valencia para rendir
tributo a los conscriptos de las quintas del 29 y del 40, ésta última una de las
llamadas “del biberón” o “del chupete”.
Carrillo dijo ante los nuevos reclutas palabras como estas, recogidas por el diario “La Hora” el 9 de marzo de 1938:
En toda la España leal, la juventud responde con entusiasmo a la llamada del Gobierno. Muchos jóvenes que aún no están en la edad de la movilización, a pesar de ello, están dispuestos a incorporarse a la lucha hasta dar la vida contra los invasores fascistas. (…)
La Alianza debe poner en pie a toda la juventud de nuestro país,
en una oleada patriótica y revolucionaria, porque hoy España no es de los
terratenientes y capitalistas. Y nosotros tenemos el orgullo de decir que
España es nuestra patria y para defender nuestra patria estamos dispuestos a
realizar todos los sacrificios.
Como se aprecia, el gobierno republicano encontró una gran
resistencia, incluso entre los máximos dirigentes políticos de su bando, para concitar
la entrega al esfuerzo de guerra en condiciones de igualdad, frente a los
enchufismos y los privilegios. El mismo presidente de la República, Manuel
Azaña, recogió cáusticamente en sus “Diarios de guerra” las dificultades de
Prieto para sacar adelante su decreto contra las recomendaciones y prerrogativas
que abundaban en la retaguardia republicana:
—Es una de las mejores cosas que ha hecho usted.
—Buen trabajo ha costado.
—Lo sé.
Una medida idéntica a la dictada por Negrín había sido
establecida cuatro meses antes en el bando franquista. A través de una orden de
la Secretaría de Guerra con fecha de 3 de diciembre de 1937, se anularon todas
las excepciones concedidas hasta entonces a los obreros militarizados, aunque
provisionalmente quedarían en sus puestos. La orden estableció un plazo de
treinta días para que los directores, gerentes o administradores de fábricas,
talleres o minas enviaran una relación con los nombres de todos los obreros
militarizados y los empleos que ocupaban.
Como en tantas otras situaciones, la guerra de España fue un
juego de espejos. No cabe duda de que los dos bandos tenían la misma obsesión
por revisar las excepciones al servicio militar de quienes trabajaban en las
industrias de guerra y servicios de retaguardia, para evitar que éstos fueran
un refugio seguro para los «emboscados» y los recomendados.
La marcha de la contienda extremaría las medidas del bando
republicano contra esta situación. En el decreto de movilización general aprobado
por Negrín el 14 de enero de 1939, a la que seguiría nueve días después la
declaración del estado de guerra, se incluyó la reducción en un 50 por ciento
del número de «insustituibles» en las industrias militares.
Era evidente que la decisión se había tomado demasiado tarde,
con el enemigo a las puertas de Barcelona. El gobierno republicano sólo había
tenido la resolución suficiente para afrontar la situación creada por los
«insustituibles» cuando la guerra estaba ya prácticamente perdida.
La realidad de los «insustituibles» puso de manifiesto también
un enchufismo de muy alto nivel que llegó a ser denunciado, pocos meses después
de la contienda, en su libro "¡Alerta los pueblos!", nada menos que por el general Vicente Rojo, jefe del Estado
Mayor Central del Ejército Popular:
Cordón se permitió aconsejarle a Borrás, en tono de broma, que
hiciera al revés que en el teatro japonés: que pusiera a mujeres a interpretar
el papel de hombres. El viejo actor, que entonces contaba con 74 años, le
devolvió la broma a Cordón y al despedirse, aludiendo a la fiebre de
movilización del gobierno, le preguntó al subsecretario del Ejército de Tierra: