MARCIAL LAFUENTE ESTEFANÍA, EL "ÁNGEL ROJO" DE CHAMARTÍN DE LA ROSA
(Hoy recupero para los lectores de este blog, con la publicación por vez primera de su documentación, la historia ejemplar de Marcial Lafuente Estefanía, el legendario escritor de novelas del Oeste, durante la Guerra Civil. Este relato fue publicado en “La Ilustración liberal: revista española y americana”, en 2019, gracias a la cortesía de mi amigo Mario Noya.)
Una de las vicisitudes personales en la Guerra Civil más sorprendentes que
haya podido investigar en los últimos tiempos, es la del escritor Marcial
Lafuente Estefanía, que merece figurar con derecho propio en lo más alto del
podio del coraje y la bonhomía.
Pero permítame el lector contarle este caso desde el principio, cuando en
el anterior mandato municipal la concejala en el Ayuntamiento de Madrid Isabel
Martínez-Cubells requirió información sobre la composición entre 1936 y 1939 de la Corporación
del antiguo pueblo de Chamartín de la Rosa, anexionado a Madrid en 1948. La causa de esta
petición de mi entonces compañera en el grupo municipal del PP era la
pretensión del anterior gobierno municipal de Manuela Carmena de rendir
homenaje con una placa a los concejales republicanos de Chamartín de ese
periodo, placa que se inauguró en la sede de la actual Junta Municipal.
Como ya sucedió en Hortaleza con otro homenaje similar promovido por
Carmena, no tardamos en descubrir que en Chamartín la corporación frentepopulista
se convirtió también durante la contienda en un “comité revolucionario” que
decidía a qué vecinos del pueblo había que asesinar por supuesta desafección a
la causa republicana.
En Chamartín funcionaron hasta siete “checas” o “cárceles
del pueblo”, donde eran secuestradas, torturadas y asesinadas personas
sospechosas de cualquier cosa que decidieran sus verdugos, como la del barrio
de las Cuarenta Fanegas, en las actuales instalaciones de la Guardia Civil en
la calle Príncipe de Vergara, o la del Instituto Nebrija, en el actual colegio
Nuestra Señora del Recuerdo.
También está documentado que incluso la sede del Ayuntamiento de Chamartín
de la Rosa, hoy Junta Municipal de Tetuán, en la calle Bravo Murillo, fue
utilizada como “checa”, con la complicidad o al menos la inhibición de
muchos de los concejales homenajeados por Carmena con una placa laudatoria.
En Chamartín fueron asesinados por las milicias frentepopulistas 53 vecinos
de la localidad, cuatro de ellos mujeres, y el más joven un estudiante de 18
años. Asimismo, fueron hallados 80 cadáveres de personas no residentes en
Chamartín, abandonados en las inmediaciones del cementerio del pueblo o en la
carretera de Burgos.
Según la documentación del Archivo de la Villa, uno de los concejales de
Chamartín durante la contienda fue Antonio Lafuente Estefanía (1903-1984),
residente entonces en la localidad, que se convertiría desde los años 40 en el
más famoso autor de novelas del Oeste, con más de seis millones de libros
vendidos que hicieron las delicias de varias generaciones de lectores.
La sorpresa de encontrar al famosísimo escritor como concejal de Chamartín
durante la guerra nos movió a buscar, en el archivo del Tribunal Militar
Territorial Primero de Madrid, el casi seguro sumario abierto contra él por los
vencedores. En efecto, allí estaba el sumario, con el número 36.194, pero su
contenido revelaría una historia conmovedora, de la que Lafuente Estefanía
nunca habló en público: al contrario que otros compañeros de corporación, se
llegó a jugar la vida para defender y salvar la vida de las personas que eran
conducidas a la “checa” del Ayuntamiento de Chamartín, y que incluso se atrevió
a denunciar a otros concejales por su participación en algún asesinato.
Aunque esta faceta de su humanidad en la Guerra Civil ya fue apuntada en un
documental sobre su figura rodado en 2012, nunca nadie había indagado tanto
hasta ahora sobre la ejemplar actuación de Lafuente Estefanía en el Madrid
sometido al terror de las milicias frentepopulistas, a veces con el apoyo directo
de las autoridades republicanas y otras con su total inhibición. Una actuación
que lo convierte con derecho propio en el “Ángel Rojo” de Chamartín de la Rosa.
Sobrenombre que, como recordará el lector, se ganó otro anarquista de leyenda,
Melchor Rodríguez, último alcalde republicano de Madrid, quien intervino
decisivamente en diciembre de 1936 para poner fin a las sacas y matanzas de
presos considerados desafectos al Frente Popular que se venían cometiendo desde
noviembre en Paracuellos y Torrejón de Ardoz.
Hijo de Federico Lafuente, famoso escritor y periodista, Antonio estudió
Ingeniería Industrial y, como a tantos españoles, la Guerra Civil vino a
truncarle su carrera, que había empezado brillantemente, con un viaje a Estados
Unidos incluido, en el que dicen se le quedaron grabados los paisajes que
después emplearía en sus novelas de vaqueros.
Según su expediente de procesamiento por los vencedores, se afilió a la CNT
una vez comenzada la guerra, en 1937, y sirvió en el Ejército Popular con
carácter voluntario entre el 5 de marzo de 1938 y el 28 de marzo de 1939, fecha
en que se entregó a los franquistas en la Comandancia Militar de Ciudad Real,
cuando la guerra estaba ya perdida para los republicanos. En el año que estuvo
en el frente fue comisario político de batallón con destino en la Comandancia
General de Artillería del Ejército de Extremadura, con base en Los Yébenes
(Toledo), donde se trasladó con toda su familia.
El propio Lafuente Estefanía revelaría a sus captores que se había presentado voluntario al ejército “rojo” al conocer que su reemplazo iba a ser llamado a filas. Hasta entonces había pasado la contienda en Madrid, donde ejerció como tercer teniente de alcalde y concejal por la CNT en su localidad de residencia, Chamartín de la Rosa, desde el 15 de diciembre de 1936 al 24 de mayo de 1938.
En el sumario se le acusó de ser “persona peligrosa y de acción”, de haber participado en incautaciones e intervenido “más o menos directamente” en los asesinatos cometidos en la localidad, extremos todos ellos que negó tajantemente en su declaración. No obstante, la única denuncia directa contra Lafuente fue la de la viuda del portero de su propia casa, José Arias Díaz, que en diciembre de 1936 estuvo detenido en el Ayuntamiento de Chamartín y luego fue “paseado”. La mujer llegó a decir que el futuro escritor se había mostrado inflexible ante su petición de ayuda y que Lafuente la había despachado con un implacable “su marido es un fascista”.
Sin embargo, en el propio sumario aparece recogida la transcripción del
acta del pleno municipal de Chamartín celebrado el 4 de marzo de 1937, donde
Lafuente Estefanía pide explicaciones al alcalde, Eusebio Parra Ruiz, por la
desaparición de José Arias Díaz, cuyo hermano había presentado el 18 de
diciembre anterior una instancia al Ayuntamiento para saber de su paradero. El
alcalde se exculpó diciendo que había recibido órdenes por parte de la Junta de
Defensa de Madrid de entregar al detenido a la Dirección General de Seguridad.
Lafuente pidió entonces el recibo de la entrega de José Arias a la citada
Junta y exigió una comisión de investigación ante la sospecha de que el
entonces segundo teniente de alcalde de la corporación, el socialista Francisco
García Díez, que había dimitido el 12 de diciembre anterior, hubiera cometido
un “delito vituperable”. Y es que Lafuente lanzó directamente en el pleno una
terrible acusación contra el que fuera concejal socialista: haber asesinado al
portero por venganza después de que éste se hubiera negado a pagar 600 pesetas
a cambio de que el Ayuntamiento de Chamartín retirara una denuncia contra la
finca.
El que fue secretario interino del Ayuntamiento de Chamartín, Ignacio Ordás
Saornil, confirmaría después de la guerra la denuncia expresada por Lafuente
Estefanía por el asesinato de José Arias contra el concejal socialista, uno de
los que fue homenajeado por Carmena. Asimismo, este funcionario municipal
declaró a favor del futuro escritor diciendo: “Sabiendo nuestros ideales, jamás
atacó a funcionario alguno de derechas”. Otro documento del sumario, firmado por
quince funcionarios del Ayuntamiento, destacaba que siempre actuó “sin
molestarles por sus ideas” y que “se distinguió por sus luchas contra los
socialistas y comunistas”.
Escrito del secretario del Ayuntamiento de Chamartín, Ignacio Ordás, afirmando que Lafuente Estefanía denunció en plena guerra a un edil socialista por el asesinato de un vecino y protegió a los funcionarios municipales de derechas (Sumario 36194. Archivo del Tribunal Militar Territorial Primero de Madrid. Ministerio de Defensa de España)
Lafuente intervino crucialmente también para evitar el asesinato de un
vecino de Chamartín, César Donoso Guilhou, que en febrero de 1937 fue detenido
y conducido al Ayuntamiento de la localidad, donde sus captores le dijeron que
allí pasaría la última noche de su vida. Este ciudadano reconoció después de la
guerra que la intervención de Antonio Lafuente frustró que le dieran el “paseo”,
ya que “se opuso enérgicamente a cualquier represalia contra mi persona”.
Cuando sus captores estaban buscando un coche para llevarle a un lugar
donde asesinarlo, César Donoso aseguró que Lafuente “hizo incapié (sic) en su
oposición, nombrando una nueva guardia que me condujera a los calabozos del
referido Ayuntamiento, ya que dada la actitud excitadísima de los que habían
practicado mi detención no creyó oportuno para salvar mi vida en aquellos momentos
ni el ponerme en libertad ni el que los mismos que me habían detenido volvieran
a hacerse cargo de mí, garantizándome que mientras estuviese en los calabozos
del tan referido Ayuntamiento no me ocurriría nada”.
En el sumario constan también testimonios favorables a Lafuente de varias
autoridades del bando vencedor, como el alcalde de la localidad toledana de Los
Yébenes, Toribio Pedraza, quien señaló que había contribuido “con su influencia
y oportuna intervención a evitar atropellos que se querían cometer con personas
de orden y de derechas”.
Olegario Zamora, un “camisa vieja” de Falange, miembro de la “quinta
columna” y médico titular de Los Yébenes, declara que Lafuente “no compartía
los procedimientos marxistas, los que le oí condenar en todo momento”. Según
este médico, el comisario de batallón anarquista llegó incluso a facilitarles
“municiones y algún arma, así como algunos datos de los que nos interesó tener
conocimiento”, ante el temor de que fueran víctimas de la sublevación comunista
de los primeros días de marzo de 1939, que respondía a su vez al golpe contra
el presidente Negrín encabezado por el general Miaja y el coronel Casado.
Las personas derechistas arrastradas por la recluta forzosa a las filas del
Ejército Popular corrían un riesgo cierto ante la persecución del Servicio de
Información Militar republicano, el temido SIM, responsable de continuar la
represión en la zona republicana dentro de las unidades militares destinadas en
el frente.
Lafuente Estefanía protegió a personas como Toribio Pedraza, maestro nacional, que había sido destinado a la 192ª Brigada Mixta, donde era vigilado por el SIM. Según la declaración de Pedraza que consta en el sumario, Lafuente consiguió “pasarlo al Arma de Artillería para evitar el riesgo que su vida corría y colocarlo en un destino de retaguardia donde permaneció hasta la liberación”.
Otro testimonio favorable es el de una viuda, Vicenta Villegas Alcalde, a
cuyo marido habían asesinado los frentepopulistas y que había perdido dos hijos
luchando con los franquistas. Esta mujer firmó una declaración para atestiguar
que su tercer hijo, de conocida adscripción derechista, había sido reclutado
por los “rojos” y que Lafuente “como a otros varios derechistas, protegió
de infinitas persecuciones que tienen el doble reconocimiento por su indudable
exposición”.
Escrito de la madre de un soldado a quien Lafuente Estefanía protegió para que no fuera asesinado en las filas militares republicanas (Sumario 36194. Archivo del Tribunal Militar Territorial Primero de Madrid. Ministerio de Defensa de España)
Efectivamente, su labor de defensa de las personas perseguidas por su
propio bando acarreó a Lafuente Estefanía gravísimos riesgos. Aun sabiéndose
solo ante el peligro, nunca dejó de actuar según su conciencia. Así lo confirma
otra de las personas protegidas por el novelista, Lucas Manzano Escribano, a
quien nombró conductor a su servicio como comisario de batallón al saberle
amenazado y perseguido. Según este chófer, a cuyo padre habían fusilado los
frentepopulistas en octubre de 1936, no se separaba de Lafuente Estefanía “ni
en las horas de la noche que solíamos pasar bajo el mismo techo por el temor
(por mi parte) de ser detenido”.
El novelista le había llegado incluso a tener escondido en su propia casa
de Los Yébenes, junto con su familia, como “un hijo más”. A solas con él,
Lafuente Estefanía le confesó en una ocasión a Lucas Manzano “el temor a que lo
fusilaran, pero sin que expusiera el menor titubeo en su noble actitud”.
A pesar de haber arriesgado su vida para salvar a personas amenazadas por
los republicanos, el fiscal franquista pidió contra Lafuente Estefanía,
detenido en la cárcel de Porlier, la pena de prisión mayor (treinta años) a
muerte por adhesión a la rebelión.
Finalmente, en el consejo de guerra celebrado en Las Salesas el 31 de julio
de 1941 se reconoció su “buen comportamiento favoreciendo de manera eficaz a
personas de orden”, pero a pesar de ello fue condenado a veinte años y un día
de cárcel por el delito de adhesión a la rebelión. La sentencia contó con un
voto particular de un vocal ponente que rebajaba la pena a doce años y un día
por delito de auxilio a la rebelión, al no derivarse de su actuación “su
identificación ideológica con la rebelión marxista”.
Tres meses después, el 1 de septiembre de 1941, se le rebaja la condena a
doce años y un día. Y otros dos meses más tarde, el 21 de noviembre de 1941, se
le concede la prisión atenuada en su domicilio, con obligación de presentación
en el juzgado. Habían pasado dos años y medio desde su envío a prisión después
de entregarse ante los vencedores. Un tiempo en el que Lafuente Estefanía
comenzó a escribir, aprovechando cualquier trozo de papel que encontraba en la
cárcel.
Una última curiosidad. La primera autoridad franquista que certificó la
bonhomía de Lafuente Estefanía fue el alcalde de Navahermosa, quien el 6 de
abril de 1939, solo cinco días después de terminada la guerra, estampó su firma
en el siguiente documento favorable al futuro escritor:
Los que suscriben hacen constar que D. Antonio Lafuente Estefanía, durante
el tiempo que le han conocido y ha actuado en esta población, ha observado
buena conducta, amparando también a elementos de derechas, teniendo noticias
fidedignas de que contrario a los crímenes, a su oportuna intervención se debe
[que] no se verificaran algunos fusilamientos de personas afectas al Glorioso
Movimiento Nacional.
El escrito de Marcial Aguilera, alcalde de Navahermosa, manifestando que Lafuente Estefanía evitó el fusilamiento de personas de derechas. (Sumario 36194. Archivo del Tribunal Militar Territorial Primero de Madrid. Ministerio de Defensa de España)
Aquel alcalde se llamaba Marcial, Marcial Aguilera. ¿Pudo utilizar Antonio
Lafuente Estefanía como homenaje de gratitud el nombre de pila de aquel regidor
como cabecera de firma en su brillantísima carrera como popular escritor de
aventuras del “Far West”? Nunca lo sabremos, pero lo que ya nadie podrá
olvidar es la humanidad de aquel escritor que deleitó a generaciones de
españoles con historias del Lejano Oeste llenas de ejemplos de valentía, virtud
de la que Lafuente Estefanía podía hablar con total autoridad.