TODAS LAS MUERTES DE MIGUEL DE UNAMUNO



 

Una de las escasas imágenes del famoso acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Al término del acto, el general Millán Astray se despide de Unamuno de un modo que desmiente la supuesta agresividad de su enfrentamiento. A su lado aparece Carmen Polo, la mujer del general Franco, entrando en el coche, sin que parezca preocuparle la suerte del viejo rector a quien, según la leyenda, tuvo que proteger de la ira de los exaltados.

Aquel 12 de octubre de 1936 en Salamanca era lunes, como lo es también este año. No recordaré al lector el famoso acto del llamado Día de la Raza en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, que presidió Unamuno como rector y en representación del ya caudillo Francisco Franco, al lado de la mujer de éste, Carmen Polo, y del general José Millán Astray, fundador de la Legión y jefe de la propaganda del bando sublevado. Lo que sucedió en aquel acto lo recreó en 1941 tan libérrima como fantasiosamente el exiliado Luis Portillo, que no fue testigo del acto, en la revista británica “Horizon”, a modo de guión dramático con el título “Unamuno´s Last Lecture”.

 Vi hace un año la película “Mientras dure la guerra”, de Alejandro Amenábar, que reproduce la versión de Portillo. Tengo el recuerdo de un veraz Karra Elejalde en el papel del viejo rector. Su interpretación logró abismarme de nuevo en la honda devastación del autor de “San Manuel Bueno, mártir” ante el “manicomio de locos feroces y envenenados” en que habían convertido España los “hunos” y los “hotros”, como escribía el 27 de noviembre a su amigo Francisco de Cossío, mi tío abuelo, en su antepenúltima carta escrita en vida.

 La actualidad unamuniana consecuencia del filme de Amenábar me hizo revivir una lectura imborrable de mi juventud, “Agonizar en Salamanca”, del profesor Luciano G. Egido. Y movido de nuevo por el sentimiento trágico hacia el destino del viejo escritor entre las dos Españas me puse a rastrear en la extraordinaria herramienta que es la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional los juicios y valoraciones que su figura había despertado en la prensa republicana.



Unamuno se asoma con su familia al balcón de su casa en la calle de Bordadores, después de su vuelta del exilio en 1930. (Archivo de la Universidad de Salamanca)

Un año después, traigo a los lectores de este blog algunos resultados de dicha búsqueda, sorprendentes algunos de ellos, a modo de arqueología del camino solitario de Unamuno hacia todas sus muertes en aquella España envenenada de odio y sedienta de sangre.

Unamuno había entrado a formar parte el día 25 de julio como concejal del nuevo Ayuntamiento de Salamanca nombrado por los rebeldes. A partir de su respaldo a la sublevación, los periódicos de la zona gubernamental iniciarán su campaña contra el autor de “El sentimiento trágico de la vida”, ignorantes del paradójico drama de quien apoya una causa que se ceba cruelmente en sus amigos y conocidos. A finales del mismo mes de julio, Unamuno conoce el asesinato por falangistas el día 29, en la carretera de Valladolid, de sus amigos socialistas Casto Prieto, alcalde de Salamanca, y José Manso, diputado.


Unamuno con su amigo el médico y catedrático socialista Casto Prieto Carrasco, alcalde de Salamanca, fusilado por los sublevados en julio de 1936. (Fotografía: José Suárez. Archivo de la Universidad de Salamanca)

 Por lo que resulta de mis búsquedas, podría ser el diario “La Voz” de Madrid quien comienza los ataques contra el viejo rector con una nota que le interpela en su portada del 20 de agosto:

 

¡Oh paradojista D. Miguel de Unamuno! La civilización occidental, que usted trata de salvar a toda costa, viene a ser sostenida, mientras el pueblo no demuestre lo contrario, por los moros del Rif.

 Al día siguiente, también en portada, el periódico “La Libertad” reproduce en una sección titulada “Coplas del día”, estos versos de Luis de Tapia mofándose de Unamuno:

 ¡Unamuno fue una fiera 

 contra Primo de Rivera,

 y, ¡oh paradoja insensata!,

hoy el hombre se hace nata

al contemplar las estrellas

del general Cabanellas!...

¡Miguel de Unamuno y Jugo

siempre hacer esto le plugo!...

¡Don Miguel siempre da coba

a quien da la sopa boba!...

¡Decir, pues, es oportuno

que es más Jugo que Unamuno!

¡Unamuno, se fue a Hendaya

por no soportar a Primo,

y hoy a Queipo busca arrimo!...

¡Vaya, vaya!

¡Don Miguel nunca hace el primo!         

 









El decreto de Azaña por el que la República destituyó el 22 de agosto a Unamuno como rector y eliminó su nombre de un instituto en Bilbao. En Madrid se propuso por las mismas fechas al Ayuntamiento que cambiara el nombre del Grupo Escolar Miguel de Unamuno (arriba, en imagen de Santos Yubero. Archivo Regional de la Comunidad de Madrid) por el del socialista francés Jean Jaurés.  


Un día después, el 22 de agosto, el gobierno republicano anula su nombramiento como rector vitalicio, quita su nombre a un instituto de Bilbao y le separa de todos los cargos que le había otorgado.

 "El Gobierno -afirma el decreto- ha visto con dolor que D. Miguel de Unamuno, para quien la República había reservado siempre las máximas expresiones de respeto y devoción y para quien había tenido todas las muestras de afecto, no haya respondido en el momento presente a la lealtad a que estaba obligado, sumándose de modo público a la facción en armas".

 Al castigo oficial le sigue ese mismo mes de agosto el escarnio amenazador de “El Mono Azul”, boletín de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Al lado de un artículo de Armando Bazán, titulado “Unamuno, junto a la reacción”, se señala al escritor, -junto a Eugenio Montes y a Pio Baroja en una versión, sin éste último en otra- en una columna que se hará trágicamente célebre: “¡A paseo!”, en directa alusión a la ejecución de los considerados desafectos en las cunetas:

 

Don Miguel de Unamuno, no. Esa especie de fantasma superviviente de un escritor, espectro fugado de un hombre, se alza, o dicen que se alza, al lado de la mentira, de la traición, del crimen. Unamuno fue siempre propenso a meter la débil agudeza de su voz en aparentes oquedades de máscara. Máscara Don Quijote, para él. Máscara el Cristo de Velázquez. La autenticidad del escritor revelaba entonces dignamente el secreto trágico de tales nobles mascaradas. Pero ahora no es una voz en grito angustiado de tragedia la que viene a decirnos su palabra. Es algo terrible para él, angustioso de veras para la dignidad humana de la inteligencia. Es la más dolorosa de todas las traiciones: la que se hace el hombre a sí mismo por la más innoble de las cobardías; la que reniega, rechaza, abomina de la excelsa significación de la palabra, de la vida, de la independencia, de la libertad. Esta horrible mentira, encarnada entre los labios del superviviente Unamuno, ¿qué nueva perspectiva sangrienta y amarga nos abre ante su pasado, manchándolo y envileciéndolo quién sabe durante cuánto tiempo ante las generaciones futuras?

 

El nombre de Unamuno, junto a los de Eugenio Montes y Pío Baroja, en la "cuneta" de papel que representó la columna "¡A paseo!" de "El Mono Azul", boletín de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Esta versión, de su primer número de agosto de 1936, la he extraído del blog https://labibliotecafantasma.es/chopsuey/archivos/7061. Existe una copia en la Biblioteca Nacional con otra versión de este"¡A paseo¡" sin el nombre de Baroja.

La humillación de Unamuno se hace recurrente a partir de entonces en las páginas de la prensa republicana. El órgano de la CNT-AIT en Barcelona, “Solidaridad Obrera”, le dedicará el 25 de agosto una columna en portada con el título “El más idiota de los intelectuales”, en el que le califica de “viejo cretino y baboso”:

 “Una de las figuras de actualidad, es el rector de la Universidad de Salamanca. Se trata de un viejo cretino y baboso. Es ducho en las lenguas griega y latina.

Miguel de Unamuno es un sujeto de pésimos antecedentes. En la fecha del fusilamiento de Francisco Ferrer se destapó el orangután con pretensiones de sabio. Escribió un artículo aplaudiendo el asesinato del mártir que cayó en los fosos de Montjuich. Tenemos entendido que con motivo de su ex abrupto, fué expulsado de la masonería.

Al cabo de los años, fue deportado a la Isla de Fuerteventura por el general Primo de Rivera. Semanas antes se mofaba de los masones. Pero lo salvó una expedición marítima fletada por "Le Quotidien", diario parisién.

 Fue diputado. Sentía cierta prevención por las cosas de Cataluña. En una ocasión estableció un parangón entre los idiomas catalán y castellano. Calificó el catalán de espingarda.

Podemos damos por satisfechos que Unamuno haya tomado partido por los facciosos. Quien aplaudió el asesinato de Ferrer, no podía adoptar otro camino. En Salamanca actúa de padre espiritual de la masacre y del horror que siembran por doquier los fascistas.

Es un perturbado. Nos han contado que cuando cruza por delante de la estatua de fray Luis de León, saluda a la antigua usanza, y con mucha prosopopeya pronuncia la palabra de paz.

Este es el padre espiritual de Franco, Cabanellas... Ahí tenéis un intelectual que esculpe su sabiduría en los charcos de sangre y en las ciénagas de la militarada”.


Caricatura de Unamuno en el diario anarquista "Solidaridad Obrera", de Barcelona, publicada el 25 de agosto de 1936 como ilustración de una columna en la que se calificaba al escritor de "viejo cretino y baboso" (Biblioteca Nacional de España)

 El 29 de agosto, en un anticipo de la futura “ley de memoria histórica”, se solicita al Ayuntamiento de Madrid, presidido por el socialista Pedro Rico, que se quite el nombre de Miguel de Unamuno al grupo escolar que se le dedicó en la antigua calle de Riego, hoy calle de Fray Junípero de Serra, en el distrito de Tetuán. En su lugar se propone el nombre del socialista y pacifista francés Jean Jaurès (1859-1914), fundador de “L´Humanité”, asesinado a los tres días de comenzar la Gran Guerra. 

El 1 de septiembre el general Cabanellas, presidente de la Junta Nacional de Defensa, firma en Burgos el decreto número 80 en el que se restituye a Unamuno en el cargo de rector vitalicio y en su cátedra de Salamanca en virtud de que “la cruzada emprendida por España —pueblo y Ejército— para librar a la Civilización de Occidente del secuestro en que gentes incomprensivas de su excelencia la retenían, ha merecido de tan ilustre prócer del saber la adhesión fervorosa y el apoyo entusiasta que de intelecto y espíritu tales cabía esperar”.

Unamuno en su despacho (Archivo de la Universidad de Salamanca)

El 20 de septiembre Unamuno firma el manifiesto de la Universidad de Salamanca “a las Universidades y Academias del mundo” en favor de la sublevación y en contra los “actos de crueldades innecesarias” del bando gubernamental. A pesar de esta evidente expresión de apoyo al bando nacional, el escritor José Bergamín se hace eco a finales de ese mes del rumor de que Unamuno ha sido fusilado en Salamanca.

Así lo recoge el “ABC” republicano el 29 de septiembre, en su crónica de un acto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas celebrado en el teatro de la Zarzuela dos días antes. Bergamín, que presidía el acto, hizo un recuerdo de García Lorca diciendo que no podía creer en su muerte y “que, en cambio, creía en el fusilamiento de Unamuno, a quien los fascistas habían vaciado las entrañas, el cerebro y el corazón, rellenándolo después de paja y de aserrín, para que fuese el espectro de D. Miguel de Unamuno, que no había existido jamás”.

El decreto de Franco, aparecido en el nuevo Boletín Oficial del Estado con fecha de 28 de octubre, en el que se destituye a Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca 

Del acto del 12 de octubre en el paraninfo de la Universidad salmantina no recogerán los diarios republicanos noticia alguna en las semanas siguientes. Pero sí de sus consecuencias: su destitución del cargo de rector mediante decreto firmado por el general Franco en Burgos el 22 de octubre, que aparecerá publicado en el Boletín Oficial del Estado seis días después. Ese mismo día 22 había sido fusilado en el Barranco de Víznar, en el mismo paraje que García Lorca, el joven rector de la Universidad de Granada, Salvador Vila, de 32 años, eminente arabista, discípulo y amigo de Unamuno, que había sido detenido en Salamanca.

Su destitución por Franco propicia una nueva ofensiva de los diarios republicanos contra el escritor vasco. Así, el diario “Juventud”, en una nota reproducida por “El Sol” el 31 de octubre, se mofa de que Unamuno haya recibido un “puntapié” de los “generales pretorianos”, pero no se pregunta por la razón de la destitución:

 El destino de Unamuno se parece mucho al de Lerroux. Los dos han llegado a la senectud envueltos en el oprobio, despreciados por todos los que, sin conocerlos a fondo, los creían amigos del pueblo y de la cultura española.

Ambos personajes han muerto ya para la Historia. Simbolizan todo un pasado lleno de negaciones que no volverá. La España verdadera, la que estamos defendiendo ahora mismo con las armas, no les debe nada. Están donde fatalmente tenían que estar: con la inmundicia.

 Unamuno, después de despotricar desde las radios facciosas contra el Gobierno y contra el proletariado: después de lamer las botas infectas de los generales pretorianos, acaba de recibir de estos un puntapié merecido. ¡Ahí tenía que terminar!

¡Adónde irá ahora con sus paradojas el viejo zascandil! ¿Qué intelectual honrado puede cobijar bajo su techo a un hombre que ha elogiado el crimen tremendo contra su patria cometido por loa detritos más despreciables da la corrompida sociedad capitalista?

 Unamuno ha deshonrado la noble profesión de la pluma. El hombre que ha elogiado con las palabras más encendidas las proezas de los mercenarios del Tercio, de la morisma y de los extranjeros que han tomado nuestra patria por una colonia no merece el respeto de nadie. Es un miserable, digno de todo desprecio.

 Sin embargo, empiezan a circular las noticias de un posible enfrentamiento en público de Unamuno con los militares sublevados. El “ABC” republicano consignará el 3 de noviembre la destitución del escritor con un breve suelto que afirma:

 Ignoramos si el motivo de la destitución del Sr. Unamuno es que ha vuelto a disputar con los comandantes o que, por el contrario, lo han ascendido a teniente coronel de Instrucción pública del Gobierno de Burgos.

La crónica del diario "La Libertad" de 4 de noviembre de 1936 en la que aparece recogido, probablemente por vez primera, el relato de un grave enfrentamiento de Unamuno con las autoridades sublevadas durante un acto público en Salamanca como causa de su destitución del cargo de rector. (Biblioteca Nacional de España)

 Cuatro días después, el diario “La Libertad” publica bajo el título de “Unamuno, detenido y a punto de ser fusilado por los fascistas” un primer relato, lleno de inexactitudes y fabulaciones, del incidente del 12 de octubre en el Paraninfo, en el que ni siquiera aparece el general José Millán-Astray. Por su interés, le pido al lector autorización y paciencia para citarlo íntegramente:

“Por una carta procedente de París se conocen las causas de la destitución de don Miguel de Unamuno del rectorado de la universidad de Salamanca, decretada por los militares traidores, sus amigos hasta hace unos días.

Como es sabido, apenas surgida la sublevación, el viejo profesor se adhirió a ella, según hizo constar, «por odio al marxismo». Lo mismo que Pérez Madrigal. Los traidores, muy alborozados con el refuerzo que les llegaba, dieron la noticia por radio, señalando al extranjero que «los intelectuales estaban con ellos», y desde aquel instante todo fueron plácemes derechistas para D. Miguel, que en sus entusiasmos de novicio fascista llegó a alternar en varios actos públicos con el maleante Martín Veloz, conocido por «Martinillo».

Así las cosas, hace unos días presentóse en Salamanca un catedrático portugués, ex ministro de la dictadura carmonista, cuyo nombre desconocemos, y su presencia decidió a los salmantinos facciosos a echar la casa por la ventana. Recepciones, banquetes, fiestas típicas... ¡La caraba!

Todos los notables de la taifa sublevada fueron invitados a estos actos, menos uno: el rector de la Universidad, don Miguel de Unamuno. ¿Omisión involuntaria? ¿Propósito deliberado? Unamuno, nuevamente recluido en el uraño retraimiento de su casa, atribuíalo al deseo de molestarle del diputado cedista Casanueva, que había sido el organizador de las fiestas. Pero al cabo llegó un momento en el que el catedrático portugués visitó la Universidad de Salamanca, y allí fue Troya. Don Miguel le recibió con un discurso en el que volcó todo su despecho de vanidoso impenitente desairado... Dijo que Franco, antes de triunfar, había fracasado por rodearse de todo el detritus nacional, hombres incapaces e inmorales, que demuestran, siempre que pueden, su «odio a la inteligencia». Llamó al régimen de los fascistas «métodos de la espuela» y «negación de la espiritualidad», y acabó diciendo al portugués catedrático que ya sólo aspira a que su país -Portugal- le otorgue «un verde y plácido rincón, donde llorar la pérdida de su España, que la hoz quiere tiranizar y la espuela deshonra».

Las palabras de Unamuno alzaron en protesta a los fascistas que las escuchaban, y se produjo un escándalo monumental. Silbidos, gritos, sillas por el aire, cristales rotos, uno o dos disparos. Don Miguel hubo de ser amparado por la fuerza pública, que le condujo a su domicilio particular, en el que quedó en concepto de detenido.

El escándalo, que constituyó la comidilla de Salamanca, fue comunicado oficialmente a Franco, como jefe de los traidores, y éste ordenó que con toda rapidez se instruyese proceso a Unamuno, «fusilándole si había lugar». Iniciáronse, en efecto, las diligencias procesales; pero intervenciones posteriores, cuyo origen se desconoce, parecen haber aplacado las iras primeras, dando carpetazo al sumario. Unamuno sigue en su casa, detenido; pero, según voces oficiosas, en atención a su renombre en el Extranjero, no se le impondrá más sanción que la ya conocida de haberle destituido del rectorado salmantino.

¡Final triste, pero merecido final, a una vida de paradojas y cabriolas, coronada con una traición irreparable!”.

 A partir de entonces, la prensa republicana envuelve en el silencio a Unamuno, salvo por dos notas menores. Una de ellas es la entrega por el subsecretario de Presidencia al Ministerio de Hacienda de varias medallas de oro “para que de ellas se haga el uso que mejor convenga en estos momentos”, una de las cuales es la medalla de Ciudadano de Honor que el Presidente de la República había concedido a Unamuno en 1935, según publica “El Sol” el 27 de noviembre. La otra nota es la que recoge el diario “La Voz” el día 1 de enero de 1937, cuando aún no se conoce el fallecimiento del escrito el día anterior, festividad de San Silvestre. Se trata de una crónica sobre la carta que publica el obispo metodista norteamericano Francis J. McConnell, presidente del Comité de Ayuda a la Democracia Española, en respuesta al manifiesto a favor de la sublevación firmado por Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca. McConnell llegará a acusar a Unamuno de “desvergonzada prostitución” por “la dudosa recompensa de Hitler, Mussolini y Franco”.

La noticia del fallecimiento de Unamuno en su casa de la calle de Bordadores el último día del fatídico año 1936, salta a las portadas de los diarios republicanos a partir del 2 de enero. El denominador común de las gacetillas es que Unamuno ya había “muerto” desde que se pronunció a favor de la sublevación militar.

Así lo recogía el “ABC” republicano el 3 de enero, en su primera página:

Don Miguel de Unamuno ha muerto. No ha muerto ahora. Estaba muerto. Murió el mismo día que se pronunció por lo que más había combatido, por los militares, los banqueros y los obispos, al servicio del III Reich y de Italia, es decir, por lo que él llamaba civilización occidental. Desde ese día era un cadáver.

El féretro de Unamuno es llevado a hombros por falangistas por las calles de Salamanca el 1 de enero de 1937. (Fotografía: B. Almaraz. Archivo de la Universidad de Salamanca)

 Ese mismo día, “El liberal”, bajo el título “Unamuno, el forjador de traiciones”, se despachaba así contra el viejo rector:

Unamuno hace tiempo que había muerto para nosotros. Ese maestrón de la paradoja, tergiversador de los nobles sentimientos y eterno provocador, ya no tenía sitio en nuestras preocupaciones. (…) Unamuno para la España, para la verdadera España, hacía de fantasmón en barba y en chalina revestido (…). Pero la paradoja, hecha pregón entre sus barbas, no supo —no podía la falsedad— interpretar las trayectorias firmes de la masa, y un día se pasó al fascio con su zarabanda de pensamientos maravillosos para los frontispicios de las casas de locos. El dictador fracasado dicen que ha muerto en Salamanca. (…) Para cerrar su esquela, sólo estas palabras: “Ha desaparecido un traidor más”.

La despedida del diario “Ahora”, del mismo 3 de enero, no es menos dura que las anteriores:

Don Miguel de Unamuno, una de las principales figuras literarias de su generación, ha muerto tarde, demasiado tarde, cuando ya su inteligencia había perdido su fuerza rebelde y creadora, cuando su persona era un "substractum" decrépito de todas sus pequeñas vanidades y miserias propias de un escritor burgués falto de orientación y de moral. Solamente de esta manera puede explicarse la traición que contra las ideas que ha venido defendiendo siempre ha cometido en estos últimos años, traición miserable y tacaña, que ha culminado en su conducta frente a la sublevación. (…) Naturalmente, los facciosos españoles, hediondo resumen de la estupidez militar y de la barbarie fascista, no han sabido apreciar en lo que valía la adhesión del ilustre traidor, no han sabido comprenderle -ni respetarle- con sus vulgaridades de cuarto de banderas le han hecho la vida imposible. Hasta que Unamuno saltó con ocasión de un discurso—si puede calificarse de tal—de la cotorra epiléptica Millán Astray. Desde entonces vivió arrinconado y despreciado. A su entierro no ha asistido ni una sola representación oficial. (…) Unamuno es una víctima, aunque voluntaria y culpable, de la brutalidad uniformada del fascismo, de su odio a todo lo inteligente y lo vivo.

 A pesar de todo, algún diario no se resiste a expresar una muestra de respeto hacia el autor de “Niebla”, como hace “La Voz” en su edición del 2 de enero:

 Ni una corona del fascio -ya se ve- sobre el ataúd donde el zigzagueante Unamuno se estará ya quieto para siempre. La lección es dura y cruel. Para nosotros, por supuesto, dista mucho de ser una sorpresa. Las derechas nunca han pagado bien a sus hombres. Ahora no podían hacer una excepción, y no la han hecho. Nosotros, sí; nosotros hemos pagado al autor de "La agonía del Cristianismo" bastante mejor de lo que, sin duda, se merecía. Hasta última hora, a pesar de todo; es decir, a pesar de su gran defección -¡qué gran brinco desde Fuerteventura hasta la Junta de Burgos!-, hasta última hora tuvimos un compasivo respeto para el filósofo que fue ilustre. Y más hoy, en que la idea de la muerte nos frena discretamente la pluma...

En fin, se acabó. Paz a los hombres que mueren. El fascio se queda sin sus glorias. Unamuno, por un lado... Algabeño, por otro... Ahora sí que se puede decir muy bien que la afición está de luto.

 En esta línea de respeto a la figura de Unamuno destaca sobremanera la revista “Hora de España”, que reunió a escritores e intelectuales y artistas como Antonio Machado, María Zambrano, Juan Gil-Albert, Manuel Altolaguirre, Rafael Alberti o Ramón Gaya. En su primer número, el de enero de 1937, “Hora de España” dedicaba al escritor esta sobria y sentida nota, titulada “La muerte de Unamuno”:  

 Miguel de Unamuno ha muerto aislado, en su casa de Salamanca. Ha muerto en la tarde de ese primer día del año 1937, que el pueblo español designa con el nombre de «El año de la Victoria».

La muerte de Unamuno, como los rumores atroces alrededor de otros nombres, traducen al campo de la intelectualidad española la pavorosa tragedia popular de una nación conmovida hasta sus cimientos. Unamuno, a quien todos hemos amado y combatido, muere como era fatal que muriese, en flagrante contradicción con todos y con todo.

Miguel de Unamuno no tenía un desemboque real. Su fuego no era, quizá, de este tiempo; pero era fuego, y, como tal, era vida. El, como nadie, se habrá llevado a la tumba el frío de una España triste, paseada por mercenarios.

 Más conmovedor es aún si cabe el artículo que José Fernández-Montesinos, cuñado de Concha García Lorca, hermana de Federico, publica en el número de abril de “Hora de España” con el título “Muerte y vida de Unamuno” y dedicado al yerno y secretario del escritor vasco, José Quiroga Pla, miembro del comité de redacción de la revista, que había enviudado de su mujer, Salomé de Unamuno Lizárraga, en el año 1933. De este largo artículo que ocupa varias páginas no me resisto a citar su emotivo final:

 Actor literario ha sido Unamuno hasta la muerte, trágico actor; o, con más exactitud, puesto que no sería justa la imputación de propósitos histriónicos, trágico papel, el mejor representado en esta tragedia de España. Trágico hasta la muerte. ¡Respeto a la muerte de Unamuno, españoles!

  Como hemos visto en el caso del diario “Ahora”, en algunas de las gacetillas sobre la muerte de Unamuno aflora el recuerdo del acto del 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad salmantina. Será a partir de su fallecimiento cuando comiencen a surgir precisamente distintas versiones de lo sucedido en aquel acto solemne con motivo del Día de la Raza en el que Unamuno asistió en representación del general Franco. 

Así lo recogió, por ejemplo, el “ABC” republicano el día 5 de enero de 1937, con el título “Cómo se peleó Unamuno con Millán Astray”:

 El hispanista holandés doctor J. Brouwer se refiere en algunos escritos publicados recientemente a la actitud de Unamuno en el movimiento insurreccional.

"Yo le oí—dice—exclamar: "No hay cultura que nazca, crezca o prospere bajo un régimen absolutamente militarista. Es imposible. Es imposible. Con las militares, nada. Nada puedo prosperar. Son unos botarates."

Se burlaba Unamuno de la indolente ostentación de religiosidad que se hacía en Salamanca y en todas las zonas dominadas por los facciosos. Refiere la escena ya conocida del día 12 de octubre, en la que Unamuno dice:

"Vosotros podréis vencer; pero no convencer."

En aquel acto, en el que se hallaba presente Millán Astray, éste pronunció unas palabras de censura para toda España, diciendo que la cultura únicamente procedía de Castilla. Unamuno se dirigió al ex general y le dijo despectivamente:

"Si usted tuviera razón en .la afirmación de la exclusiva para Castilla de las glorias pasadas y' de las posibles bienandanzas futuras, España sería como usted. Le faltaría un brazo, un pie y un ojo. Sería un cuerpo horriblemente mutilado."

Página de la revista "Estampa" del 30 de enero de 1937 que afirma que Unamuno fue asesinado por "una cuadrilla de falangistas uniformados" en su casa de Salamanca (Biblioteca Nacional de España)

La muerte de Unamuno y las sospechas de que pudiera haber sido asesinado por los franquistas reaparecerán en varias publicaciones de la zona republicana. El 30 de enero, la revista "Estampa", en una crónica firmada por José Antonio Balbontin, afirma:

Dos compañeros de Salamanca—cuyas señas personales no podemos publicar, porque dejaron parientes en su tierra, y ya sabéis cómo las gastan los adoradores de la sagrada institución de la familia con los familiares de sus adversarios— nos aseguran que, según es público y notorio en toda la región salmantina, Unamuno murió asesinado de noche, en su propio hogar, por una cuadrilla de falangistas uniformados. Hay gente que lo vio y que podrá acreditarlo en su día. Este inmundo asesinato viene a probar, una vez más, que el fascismo no admite la menor discrepancia y castiga con la pena de muerte la más leve hostilidad, siquiera sea tan inofensiva como la de una paradoja unamunesca.

En el periódico valenciano “El pueblo”, fundado por Blasco Ibáñez, R. Díaz-Alejo publica el 3 de marzo de 1937 un artículo en el que deja abierta la posibilidad del asesinato de manera fantasiosa, a raíz precisamente del acto del 12 de octubre:

 Terminamos la transcripción del presente relato, diciendo algo en torno a la muerte de don Miguel de Unamuno. Sabido es que el sabio de Salamanca fue depuesto de todos sus cargos y honores por las autoridades rebeldes, cuando avergonzado de tanta miseria y de tanto dolor les dijo: “Venceréis pero no convenceréis, y yo prefiero convencer a vencer”. Aquel día quisieron fusilarle los fascistas. Fue preciso que la propia mujer de Franco se interpusiera y escoltase personalmente al viejo profesor hasta su casa donde quedó como preso. El profesor salmantino gozaba de excelente salud. El sumario que se le instruyó tocaba a su fin. En estas condiciones don Miguel fue visitado por un individuo...

Poco después llegaba a la casa del profesor uno de sus amigos. En la puerta de la casa encontró a la persona que entrara primero, quien dijo, a preguntas del que llegaba: “Unamuno ha muerto”.

Y el primer visitante volvió la espalda, desapareciendo rápidamente.

Nuestro amigo, el hombre de ciencia y laboratorio que nos ha hecho el relato, amigo de don Miguel de Unamuno, como éste, hombre de rebeldías espirituales, se formula esta pregunta con la más angustiosa inquietud: ¿Fue asesinado Unamuno?

Unamuno en la Plaza Mayor de Salamanca en un acto con militares el 19 de abril de 1932. (Fotografía: B. Almaraz. Archivo de la Universidad de Salamanca)

 Durante los meses que siguieron a la muerte de Unamuno, la prensa de la zona republicana siguió ofreciendo noticias y crónicas sobre el acto del 12 de octubre, basándose sobre todo en la versión de los hechos que publicó el diario francés “L’Humanité” el 7 de enero de 1937. Esa información sin duda fue conocida por Luis Portillo, que había sido profesor de Derecho de la Universidad de Salamanca y se desempeñó durante la guerra como funcionario del gobierno de la República. Portillo evocaría en 1941 aquella escena en la revista británica “Horizon”, a modo de relato dramatizado, sin haber sido testigo de ella. Hugh Thomas canonizó la versión de Portillo en su clásico “La Guerra Civil española” y así nos ha llegado hasta hoy.

Aquella pieza de Portillo, “Unamuno´s Last Lecture”, forma parte de una cadena de versiones, interpretaciones y variaciones cuya única pieza incontestable siguen siendo las notas manuscritas que pergeñó en el transcurso del acto del 12 de octubre el viejo rector en el reverso de una carta que le había escrito la mujer de su amigo Atilano Coco, el pastor anglicano, solicitándole que intercediera ante Franco por la liberación de su marido, detenido por masón. Atilano Coco fue fusilado el 6 de diciembre, apenas un mes antes de que Unamuno, "deshecho del duro bregar", reposara para siempre en tierra de nadie, entre los “hunos” y los “hotros”, convertida su agonía en Salamanca en un legado de todos.

 P.D. El lector puede profundizar en el modo en que una narración a caballo entre la realidad y la ficción se convirtió en una verdad incontrovertible gracias al trabajo de Severiano Delgado Cruz, bibliotecario de la Universidad de Salamanca, autor de “Arqueología de un mito: el acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca”,  que pueden consultar en este enlace: https://gredos.usal.es/bitstream/handle/10366/137592/Arqueolog%EDadeunmito.pdf?sequence=1

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