ALFONSO PUJOL CALVET, UN HÉROE ESPAÑOL BAJO CUATRO BANDERAS (1936-1946)
El 15 de agosto de 2020 publiqué en este blog una
entrega de la serie dedicada a mi investigación sobre el asesinato de José
Suñol Garriga, diputado de ERC y presidente del FC Barcelona, fusilado el 6 de
agosto de 1936 por tropas sublevadas en una casilla de peones camineros de la
carretera de Guadarrama (Madrid) al puerto del Alto del León. https://pcorralcorral.blogspot.com/2020/08/sunol-garriga-y-pujol-calvet-historia.html
En aquella publicación rescaté el nombre de un soldado,
desertor de las filas “nacionales” en la misma sierra de Guadarrama que, junto
con su compañero de deserción Jaime Puigjaner, confirmó la ejecución de Suñol:
Alfonso Pujol Calvet, protagonista de una peripecia épica en defensa de sus
ideales.
Después de combatir en las fuerzas del Ejército
Popular de la República y exiliarse con la derrota, Alfonso Pujol Calvet se enroló
en la Legión Extranjera francesa, participó en la fuerza expedicionaria aliada que
desembarcó en Narvik (Noruega) para combatir contra las tropas de Hitler y
después formó parte de una unidad de comandos británica que actuó detrás de las
líneas alemanas con apoyo de la Resistencia francesa.
Hoy recojo en estas páginas el extraordinario testimonio del propio
Alfonso Pujol Calvet sobre sus apasionantes y trepidantes vivencias en la Guerra
Civil española y la Segunda Guerra Mundial, por cortesía del periodista Jaume
Casañas Mestre, miembro de la asociación cultural Grup d’Estudis Cunitencs
“Delmacio de Conito”, de Cunit (Tarragona), donde Alfonso Pujol pasaba los
veranos en casa de una de sus cuatro hermanas, Marina. Una hija de ésta, Conchita
Pozo Pujol, grabó varias conversaciones con su tío un año antes de su muerte, conversaciones
con las que Jaume Casañas, vecino de la familia, compuso este relato
autobiográfico que me ha autorizado a reproducir como continuación de mi entrega sobre este héroe español.
Vaya mi más cordial agradecimiento a Jaume Casañas Mestre por este valioso documento, en el que sus propias acotaciones van destacadas en negrita; a Conchita Pozo Pujol por legarnos el extraordinario testimonio de su tío Alfonso Pujol Calvet; y a Carme Vera, secretaria del Grup d’Estudis Cunitencs, por facilitarme las fotografías que acompañan el texto.
Desde finales del año 1938, el avance imparable de las tropas franquistas sobre Cataluña provocó la huida de numerosas personas hacia el país vecino, Francia. Se calcula que solo en el mes de enero de 1939 pasaron la frontera de los Pirineos más de medio millón de personas entre militares y civiles. De hecho, los principales pasos fronterizos fueron ocupados por las fuerzas de Franco entre el 9 y 13 de febrero, dejando casi por finiquitada la campaña de Cataluña.
Formando parte de las tropas republicanas en retirada hacia Francia estaba un leridano singular: Alfonso Pujol Calvet.
“Al estallar la guerra civil yo estaba haciendo el
servicio militar en Zaragoza. Nacido en 1914, tenía pues 22 años y era el mayor
de una familia numerosa, dos varones y cuatro mujeres, nacidos en el caserío de
Olp, hoy absorbido por el municipio de Sort.
Desde Zaragoza fui destinado a Zamora y posteriormente al frente de Madrid, al Alto de Los Leones y Somosierra. En el otoño de 1938 y a la menor oportunidad que se me presentó, aproveché para “pasarme” a los republicanos, al igual que muchos otros reclutas catalanes que como yo estaban cumpliendo sus deberes con la patria. Combatí con el ejército de la Republica hasta la retirada de Cataluña. Al pasar la frontera fui internado al igual que otros muchos en el Campo de Saint Cyprien, en una playa del Rosellòn. Era en febrero de 1939 y el campo de internamiento tenía capacidad para unas mil personas. Hacia noviembre del mismo año me enrolé en una compañía semimilitarizada de trabajadores, formada por refugiados españoles, si bien con mandos franceses. Nuestra compañía fue enviada a los Alpes, a la frontera italiana, para la construcción de carreteras y pistas de montaña para uso militar, pues la Segunda Guerra Mundial hacía pocos meses que había estallado.
Enrolarme en una compañía de trabajo era la
oportunidad para salir del hambre y la miseria que sufríamos en el campo de
Saint Cyprien. Ello representó el poder mejorar en la comida y sobre todo el
poder salir del campo en cuestión, sobrepoblado en exceso. No obstante, pocos meses
después decidí alistarme voluntario en la Legión Extranjera francesa siguiendo
el ejemplo de muchos otros compatriotas. Nos concentraron en Marsella y en
barco nos transportaron al puerto de Orán, Argelia. De allí nos condujeron en
tren hasta Sidi Bel Abbès, que era el campamento central y de instrucción de la
Legión. Nos dejaron una semana y después nos dirigieron a la localidad de
Seida, un gran campo de maniobras donde estuvimos tres semanas aprendiendo la
instrucción y diversos tipos de maniobras. En la Legión había de todo, de lo
mejor y también de lo peor.
El alistamiento se hacía de palabra y no te pedían
ningún tipo de documento. Solo te preguntaban nombre, nacionalidad y fecha de
nacimiento. Repito que todo se hace de palabra y los datos que declaras son los
que constan después en toda la documentación oficial.
Los españoles fuimos una gran mayoría de los
componentes de diversos regimientos de la Legión. De los 8.500 alistados durante
el año 1939 había más de 3.000 que éramos españoles, todos procedentes del ejército
republicano y la proporción se mantuvo muy similar en los alistados en 1940.
El 20 de febrero de 1940 se solicitaron voluntarios
para formar una unidad que iría a combatir casi en el Círculo Polar, en la
parte más septentrional de Noruega formando parte de un cuerpo expedicionario
aliado con fuerzas británicas y polacas, pues los alemanes habían invadido hacía
poco este país nórdico.
Fui encuadrado en el segundo batallón de la 13th
Demibrigade de la Legión Extranjera. El primer batallón se formó en Fez,
Marruecos. Y el segundo –que era el mío– en Sidi Bel Abbès. Entre los dos
batallones éramos casi 2.500 soldados, de los cuales 900 éramos españoles. El 6
de marzo de 1940 fuimos conducidos nuevamente al puerto de Orán con destino a
Marsella. Cuatro días más tarde nos concentraron en el campo de Larzac, un gran
terreno militar destinado a maniobras en una gran comarca casi desértica,
despoblada y montañosa entre las ciudades de Lodeve y Millao, en la región del
Haut Herault. A final de mes nos trasladaron a los Alpes para continuar con
nuevas maniobras y fuimos equipados con el vestuario de invierno y nuevas armas.
Estábamos obligados a familiarizarnos ya con el paisaje nevado y el ambiente
que nos encontraríamos en Noruega.
El cambio
fue brutal ya que en pocos días pasamos de los calurosos días del desierto
argelino a convivir ahora con la nieve y temperaturas bajo cero. A mediados de
abril atravesamos toda Francia y nos concentraron en el puerto bretón de Brest
adonde llegamos el día 20. Después de desfilar de la estación de tren por las
calles de la ciudad hasta el puerto y pasar la última revista en suelo francés,
mi batallón –el segundo– embarcó en el buque “General Metzinger” que partió con
destino a Glasgow, donde debíamos reunirnos con las demás fuerzas
expedicionarias. Nuestra nave, a causa de la espesa niebla, chocó con un
carguero británico antes de llegar a nuestro destino y fuimos transbordados al
buque “Ville d’Alger” con el cual ya hicimos el resto de la travesía marítima.
El 30 de abril dejamos las costas británicas para
hacer rumbo a Noruega, escoltados en todo el trayecto por buques de la armada
británica. Desembarcamos el 6 de mayo y fuimos acantonados en la localidad de
Tjebboten. Una semana después nuestro batallón embarcó ahora en buques de guerra
británicos y fue trasladado ya a la zona escogida para desembarcar situada
mucho más al norte, exactamente en Maby, al lado de Bjarkvik, al fondo de un
fiordo. Fue nuestro primer contacto con las fuerzas alemanas ya que fuimos
duramente bombardeados por los famosos Stukas, de ataque en picado y que
causaban una gran impresión. Aviones que ya conocíamos desgraciadamente de la
Guerra Civil española. El 20 de mayo, después de conquistar toda la comarca,
fuimos desplegados hacia el Sur con vistas a la principal operación del
proyecto aliado principal. La conquista de Narvik.
El 28 de mayo las tropas aliadas con los legionarios
en vanguardia desembarcaron en la costa cercana al puerto de Narvik, ocupado
pocos días antes por los alemanes. Los combates son durísismos y los
legionarios españoles se destacan por su coraje y valentía. Hicimos retroceder
a las fuerzas del Reich y en nuestro avance nos presentamos a tan solo 13 kilómetros
de la frontera con Suecia.
La derrota alemana, no obstante, no fue aprovechada
por el mando supremo aliado ya que pocos días después, el 7 de junio, nos llegó
la orden de retirada, abandonar todo el territorio ocupado y regresar cada
unidad a sus países de origen. La amenaza de los alemanes sobre Francia y Gran
Bretaña era ya una realidad.
En la retirada de Narvik fue designado junto con cinco
legionarios más para retrasar el avance alemán que así iban reconquistando el
terreno perdido días antes. Mi grupo fue situado en un paso de montaña con una
ametralladora. Bien pronto un certero tiro de mortero alemán acabó con la vida
de cuatro de mis compañeros, pero yo junto al otro superviviente seguí
disparando hasta que nos llegó la orden de retirada hacia el puerto de Narvik
donde el ultimo buque británico abandonaba el fiordo con los legionarios
supervivientes. Pocos días después leímos en los periódicos franceses que nos
trataban de héroes por nuestra resistencia. [Por esta acción Alfonso Pujol
fue mencionado en el orden del día y fue condecorado con una medalla del ejército
francés (¿Croix de Guerre?].
De Noruega el cuerpo expedicionario francés emprendió
regreso hacia Francia. Desembarcamos en Brest y continuamos los combates ahora
en suelo francés pues los alemanes ya habían invadido Francia.
La situación ya no era la misma de antes ya que, después
de días de marcha y contramarcha por la región, finalmente nos retiramos hacia
Brest, que las fuerzas alemanas estaban cercando. Yo como español tenía terror
a caer prisionero de los alemanes ya que, como desertor del ejército de Franco,
sería probablemente repatriado a España para ser sometido a consejo de guerra y
posteriormente fusilado.
El 17 de junio y ya en Brest, en la confusión derivada
de la gran retirada francesa y del cuerpo británico, cambié mi uniforme de
legionario francés por el de un soldado británico que yacía muerto en un portal
cerca ya del puerto.
Vestido con el uniforme británico, me situé en una de las largas colas de soldados formadas embarcando en buques británicos para regresar a las islas. En la travesía fue descubierta mi suplantación en el momento de pasar lista y preguntarme los datos de mi unidad. Fui fácilmente descubierto ya que no sabía ni una palabra de inglés. Desembarcamos en Plymouth y junto con soldados de otras nacionalidades –muchos españoles como yo– fuimos internados en un campo de prisioneros. Todos los españoles fuimos tratados de rojos y comunistas. Nos comentaron que nos embarcarían para mandarnos a México con varias expediciones de familias españolas, pero pasaban los días y de lo dicho nada.
Finalmente, un día solicitaron voluntarios para tareas de carga y
descarga en el mismo puerto. Una semana después y ante el anuncio de una
probable invasión alemana a Gran Bretaña se presentaron unos oficiales británicos
y solicitaron voluntarios para formar una compañía militarizada para tareas de
vigilancia nocturna en el mencionado puerto ya que se temía un desembarco alemán.
A la vista de mi buena disponibilidad, un día un oficial me preguntó si me
interesaba entrar a formar parte del Special Operations Executive (SOE).
El SOE era un cuerpo especial formado por personal de
diversas nacionalidades que actuaban en pequeños equipos de tres o cuatro
personas detrás de las líneas enemigas. La principal tarea eran acciones de
sabotaje, espionaje y también ataques de guerrilla. Una especie de comandos.
Durante la Segunda Guerra Mundial actuó en buen parte de los países ocupados
por los nazis, principalmente y por su proximidad Francia.
En principio me enviaron al aeródromo de Ringway, cerca de Manchester, donde seguimos un curso acelerado de paracaidismo. Era un pequeño campo de aviación con tres o cuatro barracones y poco más. Con un total de siete saltos ya conseguíamos el título oficial de paracaidista. Los dos primeros saltos los hacíamos desde un globo cautivo. Era una caja de mimbre donde nos acomodábamos cuatro personas: el instructor y tres alumnos. En medio de la caja había una trampilla y cuando nos elevábamos a la altura adecuada la abrían y saltábamos una tras otro. Los demás saltos ya los hacíamos desde aviones. Los dos últimos los hacíamos de noche. En uno de los saltos desde el avión hacia mucho viento y fuimos arrastrados hacia un bosque vecino, donde quedamos colgados de los árboles y tuvieron que venir a rescatarnos los bomberos de una localidad vecina.
En mi equipo de comandos éramos dos franceses, un
belga y yo. Una vez, y para probar nuestro grado de preparación, fuimos
lanzados de noche sobre suelo británico, pero nosotros no lo sabíamos, ya que
nos dijeron que seríamos lanzados sobre suelo francés, de la parte ocupada. Al
llegar al suelo fuimos cogidos prisioneros por soldados alemanes –realmente eran
tropas británicas disfrazadas con uniformes nazis– nos condujeron a una
edificación cercana y fuimos sometidos a duros interrogatorios, incluidas
torturas, hasta comprobar nuestro límite de resistencia. Tras esta prueba ya
pasamos a la definitiva selección final de los escogidos.
Después de estas aventuras nos hicieron seguir unos
cursillos de manejo de explosivos y espionaje. Era en un castillo en Hampshire,
concretamente el castillo de Beaulieu, que pertenecía al Barón de Montagu. A la
vista, desde el exterior, era una gran finca rural, pero era en realidad la
escuela de los agentes del SOE. Estaba rigurosamente prohibido acercarse a los
límites de la propiedad y había una estrecha vigilancia tanto de día como de
noche. Tardamos bastantes semanas en poder salir de este confinamiento.
Como yo hablaba francés, siempre me destinaron a
operaciones en el vecino país. Siempre actuábamos vestidos de civil y con toda
clase de documentos convenientemente falsificados y con el “rol” bien aprendido
por si caíamos prisioneros de los alemanes o de las fuerzas policiales
colaboracionistas de la gendarmería o la milicia. Nos lanzaban siempre de noche
y ya una vez en tierra éramos recogidos por agentes de la Resistencia que nos
escondían en granjas y casas de campo, bien a salvo de cualquier registro.
Una de las misiones más importantes que me tocó fue en
el País Vasco francés muy cerca de la frontera española. Tuve que colocar unas
cargas explosivas dentro de un túnel donde regularmente pasaba un convoy
especial procedente de Galicia y creo de Portugal. Iba cargado de mineral de wolframio
que era muy apreciado por la industria militar alemana. Cuando llegué a tierra
fui recogido por los “maquis” franceses y guiado hasta la misma boca del túnel
del ferrocarril. Mientras ellos vigilaban la zona, yo coloqué los explosivos de
“plástico” que lógicamente estallaron al paso del convoy ferroviario. La
represión alemana que se derivó de este sabotaje fue brutal en la comarca y
tuve que permanecer casi dos meses oculto en la región, hasta que finalmente fui
recogido una noche en la costa por un submarino británico y devuelto así a
nuestra base inglesa.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial aun permanecí nueve meses bajo el uniforme británico y llegué a alcanzar el grado de sargento, antes de ser desmovilizado y recibir además por mis méritos la nacionalidad británica.
Tuve la suerte de sobrevivir a tantos años de guerra y toda clase de penalidades. En el fondo siempre he pensado que fui muy afortunado”.
Acabada su vida militar y después de haber defendido
la bandera de cuatro ejércitos - franquista, republicano, francés y británico-,
Alfonso Pujol formó familia en Inglaterra y se dedicó más tarde al comercio con
una pequeña tienda de comestibles en la localidad de Rochdale, en el condado de
Lancashire, muy cerca de Manchester, donde falleció el 28 de octubre de 1998 a
los 84 años de edad. Posteriormente incinerado y cumpliendo sus últimas
voluntades sus cenizas fueron trasladadas a España donde recibieron finalmente
sepultura en el nicho familiar el 7 de agosto de 1999 en el pequeño cementerio
de Olp, donde todos los miembros de su numerosa familia le rindieron el último
adiós.
Este es el relato del propio Alfonso Pujol Calvet,
grabado en persona por su sobrina Conchita Pozo Pujol en el verano de 1997 y
que me fue permitido copiar en líneas generales. Como fiel testimonio de una
azarosa vida en defensa de sus ideales.
Jaume Casañas Mestre
Centre d’Estudis
Cunitencs “Delmacio de Conito”