¿CADÁVERES OCULTOS EN EL PALACIO DE LIRIA? (UN ANTICIPO DE "VECINOS DE SANGRE")
El próximo miércoles 18 de mayo estará en librerías mi nuevo libro "Vecinos de sangre. Historias de héroes, villanos y víctimas en el Madrid de la Guerra Civil 1936-1939" (https://www.esferalibros.com/libros/vecinos-de-sangre/). Me hace especial ilusión incluir a modo de anticipo para los lectores de este blog dos de esas historias, relativas a la incautación en el Madrid revolucionario de dos conocidos palacios: el de Liria y el de Cavalcanti ya desaparecido, con alguna sorprendente revelación respecto al supuesto enterramiento en los jardines de los duques de Alba de varias víctimas de los "paseos" que se sucedían en la ciudad por parte de las fuerzas leales al gobierno.
Otro episodio muy singular fue la
incautación por las milicias del PCE, en los primeros días de la guerra, del
palacio de Liria, propiedad del décimo séptimo duque de Alba, Jacobo Fitz-James
Stuart y Falcó, que sería nombrado embajador en Londres de la España de Franco
en plena contienda.
La
Junta de Incautación y Conservación del Patrimonio Artístico llegó a difundir
una nota a principios de agosto de 1936 alabando el cuidado con que los
comunistas estaban manteniendo el palacio, donde organizaban visitas
culturales.[1] Al propio palacio
volvieron las obras más notables de la colección de arte de los Alba, como el
retrato de la duquesa pintado por Goya, que la Junta requisó en los sótanos del
Banco de España, donde su propietario las había guardado con lógica cautela, al
igual que había hecho con otra parte de su colección en otras instituciones,
incluida la embajada británica.[2]
Ironías del destino, la aviación franquista destruyó el palacio con bombas incendiarias el 17 de noviembre, aunque lograron salvarse la mayoría de las obras en él expuestas, no así muchos documentos y grabados que ardieron con la biblioteca. La destrucción por los sublevados del palacio de Liria fue una baza propagandística bien aprovechada por el gobierno republicano. Incluso se organizó una exposición de la colección de arte del duque de Alba, inaugurada en Valencia en diciembre siguiente, como parte de esa campaña de propaganda.[3]
Uno de los
milicianos comunistas encargados de la vigilancia del palacio del duque de Alba
fue Guillermo Atienza Herranz, alicantino de 45 años, portero de la calle del
Acuerdo 8. Afiliado en agosto y septiembre de 1936 al PCE y a la CNT “con el
fin de tener más seguridad personal”, fue destinado con el 5.º Regimiento al
frente del Tajo hasta noviembre, en que volvió a Madrid.[4] En
diciembre, después del incendio del palacio de Liria, le encargaron formar
parte del retén que lo custodiaba, por lo que se trasladó a vivir en él. Pero
su estancia no pudo estar más llena de sobresaltos.
A los tres días
de haberse acomodado en el palacio, Guillermo Atienza descubrió un bulto bajo
una lona en la parte posterior del edificio, junto al jardín. Según su
declaración a los vencedores en la posguerra, preguntó qué era aquel bulto al
responsable de la custodia del palacio, el comunista Manuel Ramos Jiménez, de
38 años, natural de Auñón (Guadalajara), alias “el Bombero”. Ramos le contestó
riendo que era un individuo que había entrado por la noche a robar y que había
tenido que matarlo. Dicho lo cual le pidió que le ayudara a sacarlo a la calle
cuando fuera de noche. Atienza se negó, por lo que Ramos llamó al partido, que
le mandó a un responsable apellidado González con un policía, “los cuales
procedieron a descubrir el cadáver diciendo que lo enterrasen por allí,
haciendo un hoyo en cualquier sitio del jardín”, según Atienza. A éste le
entraron náuseas y tuvo que retirarse, pero más tarde Ramos le enseñó el sitio
donde había enterrado el cadáver con ayuda de un empleado del palacio llamado
“El Calefato”. Según le dijo el propio Ramos, la víctima era un cura.
Quince días
después, Atienza descubrió otro cadáver “próximo a la verja o mejor dicho a la
tapia del edificio que separa a este del jardín”. “La masa encefálica de aquel
desgraciado se hallaba a un metro de distancia y ante aquel espectáculo el que
depone empezó a vomitar, viéndose obligado a retirarse de aquel sitio”, según
su declaración. Volvió a los tres días al palacio y Ramos le dijo que también
habían enterrado el cadáver en el jardín.
Atienza estaba
seguro de que ese segundo cadáver también era una víctima de Ramos, y así se lo
dijo. La respuesta de Ramos fue ordenarle que se marchara del palacio, pero no
contento con ello sacó su pistola y le disparó un tiro, que no alcanzó a
Atienza. Esto le llevó a denunciarle en comisaría, por lo que Ramos fue juzgado
y condenado por las autoridades republicanas, según Atienza, no saliendo de la
cárcel hasta la entrada de los franquistas en la capital.
Después de que el
ayuntamiento se hiciera con el control del palacio de Liria, en mayo de 1937,
Atienza estuvo empleado en los comedores de las JSU y de “Mundo Obrero” y
después fue cobrador del sindicato de la construcción de CNT.
A pesar de su
historial, Atienza alegó ante los vencedores que había protegido durante la
guerra a José Escobar Sánchez, capitán de FE destinado en la Auditoría de
Guerra, y al cuñado de éste, un capitán del Tercio, Antonio Lerdo de Tejada, y
a su mujer, a quienes proveyó de alimentos en sus domicilios, hasta que
viéndolos en peligro los acogió en su propia casa, en la calle Francisco Ricci
14. Sus protegidos declararían a su favor en las diligencias abiertas contra él
por los vencedores, aunque en su contra se esgrimieron pruebas como la
instancia del PCE que cumplimentó solicitando destino como portero en los
Ministerios, en la cual aseguraba que había asaltado al Cuartel de la Montaña.
Atienza negó haber participado en dicho asalto y argumentó que la instancia se
la rellenó un amigo que le dijo que, poniendo lo del Cuartel de la Montaña,
tenía “mérito suficiente para que le dieran el destino”. Finalmente, la causa
contra Atienza resultó sobreseída provisionalmente en julio de 1939 y fue
puesto en libertad.
Más incierto se
le presentaba el destino a Manuel Ramos Jiménez, “el Bombero”, supuesto autor
de los crímenes del palacio de Liria según la declaración de Atienza. Fue
denunciado en mayo de 1939 por un policía, Manuel Murillo, que coincidió con él
en la peluquería de Prisiones Militares, junto a San Francisco el Grande.[5] Según
Murillo, “El Bombero” se jactaba de haber sido el responsable del palacio de
Liria, aunque en su testimonio lo llamó erróneamente “de Heredia”. El policía
añadió que en el palacio se cometieron varios asesinatos, de los cuales
especulaba con que “Ramos sea uno de los principales autores”.
Aunque en una
ficha policial incluida en el expediente constaba que había pertenecido a la
checa de los Salesianos de Atocha y que era responsable del palacio de Liria,
Ramos lo negó diciendo que se limitaba a enseñar las obras de arte de los Alba
a las personas que iban a visitarlo. Negó también que allí se cometieran
asesinatos, y que solo sabía que se intentó “pasear” al administrador del duque
de Alba, Manuel Castells García, y que él mismo lo evitó. Dijo que tampoco
perteneció a la checa de los Salesianos, sino que estuvo allí detenido por no
afiliarse al PCE, “ya que por este motivo tenía toda la antipatía de todos los
del Palacio”, pero que al día siguiente le mandaron de nuevo a Liria a hacer de
portero. Y que no le tuvieron preso en San Antón hasta el final de la guerra
por intento de asesinato, como había asegurado Atienza, sino por una grave
trifulca con un compañero, con el que se pegó el 19 de marzo de 1937.
A pesar de que
Ramos dijo haberle salvado la vida, el administrador Manuel Castells García
hizo una declaración contundente contra él: lo llamó “perfecto bandido”, que en
unión de otros se incautó del palacio de Liria, “donde se hicieron toda clase
de estragos y atrocidades, destrozando obras de arte de cuantivalencia (sic)
incalculable; así mismo ha oído el declarante a infinidad de vecinos que en el
referido palacio cometió tres asesinatos, siendo encontrados sus cadáveres por
sus compañeros”. “Todo el mundo tiene la convicción de que es uno de los
sujetos más peligrosos e indeseables que puedan existir”, remató Castells.
Un vecino
confirmó que Ramos fue detenido por los “rojos” por “haber sido acusado de tres
asesinatos, cuyos cuerpos fueron enterrados en el túnel del mismo Palacio de
Liria”. Otro vecino señaló que “el Bombero” asesinó a un jesuita y a un
policía.
El consejo de
guerra dictó sentencia el 19 de enero de 1940, considerando como hechos
probados que Ramos “perteneció al Ateneo Comunista que se incautó del Palacio
de Liria, interviniendo en la destrucción del mismo”, a pesar de que “el
Bombero” aseguró que solamente había servido de guía para los visitantes y de
portero. Fue condenado a treinta años de prisión por adhesión a la rebelión,
una pena que evidencia la pretensión de los vencedores de hacerle pagar la
ruina de un palacio que ellos mismos habían destruido.
Un palacete para la infancia
Otra peculiar historia sobre las
incautaciones recogida en estas declaraciones juradas es la referida al
palacete del marqués de Cavalcanti, el general José de Cavalcanti y
Alburquerque y Padierna de Villapadierna, en la calle Tutor 35, en Argüelles,
ya desaparecido, en cuyo solar se levanta hoy un centro educativo.
El general Cavalcanti, que ganó la Cruz
Laureada de San Fernando en la guerra de África, con una épica carga de
caballería en 1909, se sumó a la sublevación como antes lo había hecho a la
“sanjurjada” en 1932. Es famosa su imagen en la contienda civil con los
generales Franco y Mola recorriendo entre un gentío las calles de Burgos. Era
yerno de la escritora Emilia Pardo Bazán, la cual perdió a su único hijo varón,
Jaime Quiroga y Pardo Bazán, y al hijo de éste, Jaime Quiroga y Esteban
Collantes, víctimas del Madrid frentepopulista, asesinados en la Pradera de San
Isidro en agosto de 1936.
El palacete del marqués de Cavalcanti se
encontraba vacío en julio de 1936 y su custodia había quedado a cargo del
portero, Faustino Murcia Fernández, de 60 años, guardia civil retirado, natural
de Torralba de Calatrava (Ciudad Real), y de su mujer. Un día de finales de
aquel mes julio se presentaron en dos coches varios milicianos armados de
fusiles y pistolas, acompañados de dos mujeres, todos ellos vestidos con monos,
que amenazaron a Faustino Murcia con fusilarle si no les franqueaba la entrada.
El portero no tenía las llaves, por lo que los milicianos se introdujeron en el
palacio después de romper los cristales de una ventana y lo registraron
violentamente, destruyendo todos los muebles que encontraban a su paso.
“Transcurridos unos momentos -continúa
el relato del portero Faustino Murcia en su declaración jurada- se
presentaron en los salones una pareja de la Policía Gubernativa, y una pareja
de seguridad, los cuales dirigiéndose a los que procedían de este modo les
preguntaron si tenían autorización para efectuar los desmanes que estaban
haciendo, contestando negativamente; suspendiendo en aquel momento aquellos
trabajos destructores y de saqueo, marchándose el que parecía jefe de los rojos
con uno de los agentes más caracterizados de la Policía Gubernativa a la
Delegación [Comisaría] de Leganitos, de donde regresaron al poco rato
dedicándose otra vez al saqueo y destrucción sin que los agentes y guardias de
seguridad pudieran poner coto a este acto criminal.
Uno de los Agentes (el más caracterizado)
me preguntó por un teléfono y me ordenó le acompañase al Gabinete de los Sres.
Marqueses y en el trayecto y a solas me dijo en voz baja: No tenga cuidado,
entraran muy pronto las tropas, refiriéndose a los Nacionalistas, y mataremos a
todos estos criminales y ladrones. La conferencia que sostuvo era en solicitud
de relevo no debiendo hacerle caso toda vez que no se presentaron a efectuar
este”.
Cuando terminaron de desvalijar el
palacete, los milicianos y los policías se marcharon juntos, llevándose los
primeros “papeles y todas cuantas condecoraciones, fajines, armas y otros
objetos estimaron oportunos”. Los policías le dijeron al portero que se
presentara por la tarde en la comisaría de Leganitos para firmar un acta con
todo lo incautado. Al llegar a las dependencias policiales, se encontró con los
agentes presentes en el registro y le dijeron que ya no hacía falta su firma y
“que dejaban a los ladrones en prisión, pero que seguro que los soltarían
después de venirse ellos de la prisión en que los dejaron”. Se ofrecieron
incluso a hablar de lo sucedido “con los Sres. Marqueses cuando vinieran estos
a Madrid”, según la declaración del portero.
Al día siguiente aparecieron otros
milicianos con la intención de incautarse del edificio. La discusión de los
recién llegados con los porteros fue escuchada por una vecina que volvió a
llamar a la policía, presentándose unos agentes acompañados de guardias de
seguridad que asumieron la custodia del palacete hasta bien entrada la noche.
Sin embargo, en medio de la noche, los agentes consultaron con sus superiores
si tenían que entregar el edificio a las milicias o no y les ordenaron que lo
hicieran.
Después de que las milicias se hicieron
cargo de la residencia de los marqueses de Cavalcanti, mantuvieron al portero y
a su mujer en condición casi de prisioneros, según denunciaron éstos. Solo
dejaban salir de la casa a la mujer para hacer la compra, bajo custodia de un
miliciano, “obligándome a mí -declaró el portero- a la limpieza de patio y
portales sin sueldo, pues habían metido en el edificio a más de sesenta chicos
todos ellos de rojos”.
En efecto, el palacio de los marqueses de
Cavalcanti fue una de las diez guarderías infantiles que en agosto de 1936 puso
en marcha la Federación de Pioneros de las JSU en edificios incautados. Allí se
cuidaba a los hijos de los combatientes que habían caído en la lucha o que se
encontraban en el frente. En la prensa madrileña de aquellos días aparecieron
varios llamamientos para que se donaran víveres, vestidos, libros y juguetes a
estas guarderías de las juventudes comunistas.[6]
La guardería funcionó hasta que el barrio
de Argüelles fue declarado zona de guerra y evacuado ante la proximidad de las
avanzadillas de los “nacionales” que atacaban Madrid. Un día cayó una bomba
cerca del palacete, destrozando la casa de los porteros, lo que motivó que a
Faustino Murcia y a su mujer les dejaran marchar a casa de un hijo en la calle
Martín de los Heros. De allí, pasaron a otra casa en Joaquín María López, que
dejaron en noviembre, en plena batalla a las puertas de Madrid, para refugiarse
en Puertollano (Ciudad Real) hasta el final de la guerra. Cuando regresó a la
capital, Faustino Murcia se instaló de nuevo en el palacete de Tutor 35, pero
ya no volvió a ver al marqués de Cavalcanti: el general había fallecido en San
Sebastián el 3 abril de 1937, con 65 años, casi exactamente dos años antes del
triunfo de su bando.
Es posible que
los niños que disfrutaron del palacete del general Cavalcanti aquellos tres
meses de 1936 nunca supieran la identidad de su propietario, pero seguramente
no olvidarían jamás sus salones y jardines, donde jugaron a ser felices en
medio de los desastres de la guerra.
[1]
“El Sol”, 6
de agosto de 1936, pág. 4.
[2]
“La
Libertad”, 28 de agosto de 1936, pág. 5.
[3]
“Ahora”, 29
de diciembre de 1936, págs. 1 y 5.
[4] Archivo General e Histórico de Defensa (AGHD),
Madrid, Sumario 109976, Legajo 4287.
[5] AGHD,
Madrid, Sumario 14687, Legajo 7617.
[6]
“El Sol”,
Madrid, 15 de agosto de 1936, pág. 2.