EN DESCARGO DE MAX AUB Y LUIS QUINTANILLA: EL SUMARIO FRANQUISTA SOBRE EL COMPLOT DE GUERRA BACTERIOLÓGICA DE 1937

Las impactantes imágenes con el cuerpo lleno de escarificaciones de Jean Paul Bouguennec y Witold Jedlinski, ciudadanos franceses detenidos en abril de 1937 por las autoridades franquistas al entrar en España como supuestos "cobayas humanos" en un plan de guerra bacteriológica aparentemente financiado por el gobierno republicano. (Le Petit Journal, 6 de agosto de 1937) 

A Elena Aub,
estos ojos azules,
este sol de la infancia,
  in memoriam

Ha corrido mucha tinta acerca de un rocambolesco plan aparentemente financiado por el gobierno republicano durante la Guerra Civil para introducir en la España franquista a dos “cobayas humanos” portadores de virus y bacterias letales. Sin ninguna prueba documental, salvo un sospechoso testimonio de un supuesto espía “rojo”, llamado en clave X15Z, aparecido entonces en varios diarios de la zona nacional, se involucró en la morbosa trama al novelista y dramaturgo Max Aub (1903-1972) y al pintor Luis Quintanilla Isasi (1893-1978), ambos afiliados al PSOE y entonces al servicio de la Embajada republicana en París. 

Gracias a la amable colaboración de Rebeca Martínez Guerrero, he podido estudiar una pieza documental clave para desentrañar cuanto de verdadero o falso rodea un caso que, a pesar de todo, seguirá siendo controvertido. Se trata del expediente del consejo de guerra sumarísimo 1.362-37 conservado en el Tribunal Territorial Militar Cuarto, en El Ferrol (La Coruña), contra los ciudadanos franceses Jean Paul Bouguennec y Witold Jedlinski, de 24 y 23 años, respectivamente, detenidos el 7 de abril de 1937 en las inmediaciones de Vera de Bidasoa (Navarra) por una pareja de falangistas de vigilancia en la frontera. Conducidos el día 9 a la prisión de San Sebastián, a ambos se les acusó de “penetrar en España sin haber observado las formalidades legales” y de prestarse “a servir de vehículo para el transporte del virus que había de producir una enfermedad contagiosa en el Ejército español”.

Portada del sumarísimo de urgencia 1.362-37 instruido en San Sebastián contra Bouguennec y Jedlinski (Tribunal Territorial Militar Cuarto. Ministerio de Defensa de España).

Las primeras diligencias en averiguación de los hechos sobre la participación de Bouguennec y Jedlinski en un plan de guerra bacteriológica se abren en la Comandancia Militar del Bidasoa, a cuyo mando se encuentra el comandante Julián Troncoso, quien estableció en el sur de Francia una red de contraespionaje para hacer frente a la que a su vez lideró el pintor Luis Quintanilla Isasi a las órdenes del socialista Luis Araquistaín, embajador republicano en la capital gala, y en la que colaboraron también el escritor Max Aub y el cineasta Luís Buñuel. Esta circunstancia es, a mi entender, clave para explicar el uso propagandístico que el bando franquista haría de la trama bacteriológica con el fin de comprometer a la “red Quintanilla” y a la diplomacia republicana ante las autoridades francesas. 

La firma del jefe de la Comandancia Militar del Bidasoa, Julián Troncoso, en el oficio de nombramiento del juez instructor del sumario contra los supuestos "cobayas humanos". (Sumario 1362-37. Tribunal Territorial Militar Cuarto. Ministerio de Defensa de España)

 A primeros de mayo, el capitán de caballería Antonio Martín Montis, nombrado por el comandante Troncoso como juez instructor, toma declaración a los dos franceses detenidos. A Jean Paul Bouguennec lo interroga en Irún el 4 de mayo de 1937, aunque añadirá a este testimonio una nueva declaración escrita el 7 de mayo. Nacido en Saint-Eloy, en el departamento de Finisterre, en la Bretaña, de padre militar y oficial de la Legión de Honor, Bouguennec dijo ser periodista de los semanarios “Detective” y “Choc” y de los diarios “Caliban” y “La Press”, sin afiliación a ningún partido pero simpatizante de los partidos Social y Popular franceses. Había sido además reportero en la guerra de España en los primeros meses de la contienda, en la zona sublevada, firmando artículos junto con su amigo Jean de Berne para los medios izquierdistas “Vendredi”, “Regards” y “L’Intransigeant”.

“Se trata de un timo”

En febrero de 1937, Bouguennec estaba tratando de volver a España para hacer un reportaje para “Paris Soir”, pero no tenía dinero, por lo que un amigo íntimo, Paul Lemonier, del periódico “L’homme libre”, le ofreció ganar mucho por “una historia extraordinaria en España”. Lemonier le dijo que todos los detalles los sabía otro colega, Charles Maurice Ferré, de “Le Journal”, con quien se reunieron en el café Marivaux de París. Ferré le dijo “casi textualmente lo siguiente: Se trata de ir a España. Se les hará una picadura inofensiva a Ud. y a dos compañeros que llevará Ud. Es una historia complicada que está montada por un amigo mío. Se trata de un timo”.

Bouguennec le pidió ver a ese amigo, con quien se encontraron unas horas después en el bar Liberty. El amigo era René Pavie, un joven piloto de pruebas de aviación que no tenía reparos en presentarse también como traficante de armas, “un pequeño Basil Zaharoff”, según decía. Pavie le explicó a Bouguennec el propósito de la aventura: “Se trataba de ir a España después de haberse hecho una picadura con agua de jabón”.

Después de cerrar el trato acerca del dinero que percibiría por participar en la misión, entre 70.000 y 75.000 francos, Bouguennec pidió una mayor aclaración sobre la picadura y su finalidad, a lo que Pavie le respondió que trabajaba para un antiguo as de la aviación inglesa, Carigan, que había abatido cuarenta y siete aviones en la Gran Guerra. Según Pavie, hacía algunos años que Carigan “fue timado por un médico que le vendió un producto que debía contaminar un Ejército entero y que era perfectamente inofensivo”. “Tenemos hoy ocasión de hacer la misma jugada a los españoles de Barcelona que querrían hacer la guerra bacteriológica”, le remarcó Pavie a Bouguennec en referencia a las autoridades republicanas.

Pavie le insistió a Bouguennec en que el producto que se le inyectaría era “completamente inofensivo” y le aclaró que si le habían elegido para la misión era por ser redactor de un periódico afín a los sublevados, lo que podría facilitarle la entrada en España. También le prometió hacerle un seguro de vida con la casa Lloyds por valor de medio millón de francos, aunque según Bouguennec nunca cumplió este compromiso.

Pavie le pagó a Bouguennec aquella misma tarde 50.000 francos y le compró por otros 20.000 un coche a su nombre, un Ford V-8, si bien le pidió que se lo devolviera al regresar de España, lo que hizo que Bouguennec se confiara aún más en que volvería de la misión sin riesgo alguno.  “Acepté y debo decir que el hecho de entregarme el coche me confirmó en la idea de que esta historia de la picadura no era ciertamente, según la frase de Pavie, más que “una máquina de hacer dinero””.

Antes de salir hacia España, Bouguennec consiguió reclutar a otros dos socios: Jean de Berne, el periodista con el que había estado en España informando de la guerra para diarios y semanarios izquierdistas desde la zona sublevada, y René Caillol, que se desempeñaría también como conductor, a los que pagó 5.000 y 6.000 francos respectivamente por embarcarse en la trama.

Una inyección de agua y jabón

El día de la salida, De Berne cambió de idea y renunció a cruzar a España, aunque Bauguennec le convenció de que saliera con ellos, confiando en que al final accedería a pasar la frontera. Por si acaso, encargó por 1.000 francos a un tal Jak Menachen, alias “capitán Jak”, que le buscara sustituto. Así fue como reclutaron a Witolds Jedlinski, alias “Louis Chabrat”, actor de cine y teatro y delincuente habitual que, viéndose perseguido por sus cuentas con la justicia francesa, aceptó hacer el viaje a España por 5.000 francos. Asimismo, Bauguennec convenció a un amigo de sus cuñados, Charles de Pellacot, para que les acompañara y les ayudara a sacar los visados para entrar en España.

La singular expedición salió de París en dos coches, el Ford V-8, de Jean Paul Bouguennec, y el Citroën 7CV, de un tal Jacques Bouillaud, un hombre de confianza de René Pavie a quien había ordenado dirigir el viaje y contactar en Bayona “con un doctor para la picadura y un misterioso personaje encargado de controlar la operación”, según Bouguennec. Al llegar a Bayona, donde se hospedaron en Le Grand Hotel, De Berne decidió volverse a París.

El hall de Le Grand Hotel de Bayona, establecimiento donde se produjo por dos veces la esperpéntica escena de la inoculación a Bouguennec y Jedlinski entre risas de los compinchados y ante la mirada seria del supuesto agente del gobierno republicano español. (Archivo Histórico Provincial de Álava - Portal Pares) 

Según la declaración de Bouguennec, Bouillaud se entrevistó en aquellos días, en el hotel que había frente al suyo, con un doctor alemán y con “el personaje misterioso”, identificado en su declaración como “El Catalán”, un hombre “que tendrá unos cincuenta años, es fuerte y muy moreno”. Unos días después se instalaron en el Hotel Britania de San Juan de Luz, si bien volvieron a Le Grand Hotel de Bayona una tarde para que el doctor alemán les inyectara agua jabonosa. Primero se la puso a Bouguennec y después a Caillol y Jedlinski, siempre en presencia de “El Catalán” y de Bouillaud.

La escena de la inyección no pudo ser más estrámbotica, según la describe Bouguennec en su declaración:

“El líquido a inocular se encontraba en un frasco bastante grande y cuando el Doctor lo agitó se formó una espuma exactamente como de agua de jabón. Noté entonces que el Doctor y Bouillaud apenas si podían retener la risa. El Catalán estaba muy serio y me estrechó la mano con emoción cuando se hizo la picadura (medio centímetro cúbico aproximadamente subcutánea en el brazo derecho)”.

Un paripé en la frontera

Inmediatamente después, todos se dirigieron a San Juan de Luz. Al llegar, Pellacot les informó de que no disponían de los visados. A pesar de ello, Bouillaud, furioso, le dio instrucciones a Bougennec para que hicieran el paripé de pasar la frontera: “No tiene importancia que paséis o no, lo esencial es que hagamos creer que habéis pasado”, le dijo.

Dicho y hecho, los inyectados con agua de jabón se dirigieron a cruzar el puente de Behobia sobre el río Bidasoa con el Ford V-8, mientras Bouillaud partía a toda velocidad en su coche de regreso a Bayona con “El Catalán” y el doctor alemán. Como afirma Bouguennec en su declaración, “hicieron la comedia de su paso por Behobia”, haciendo creer a sus acompañantes “que lo habían logrado, porque al terminar de pasar el puente, se ocultaron de la vista de ellos, mientras mostraban la documentación”.

La realidad es que la Guardia Civil les impidió pasar a España por carecer de la documentación precisa, por lo que los compinchados se instalaron en Hendaya, en el Hotel Regina, donde permanecieron tres semanas a todo tren sin advertir de ello a Bouillaud para hacerle creer que habían pasado a España. Sin embargo, se les ocurrió hacer una excursión a Pau, lo que hizo que Bouillaud descubriera que estaban en Hendaya. Con un enorme enfado, en el que llegó a amenazar de muerte a Bouguennec, les reprochó que no le hubieran tenido al corriente y que pusieran en peligro el engaño a “El Catalán”.

Pavie les dijo “que aquello no era serio y que era preciso salir enseguida para España” con el fin de “justificar el dinero gastado”, por lo que debían vacunarse nuevamente. “El asunto continúa, me dijo riéndose. Tratad de llegar hasta Burgos, esto será más serio y volved a los quince días”, relata la declaración de Bouguennec ante el juez instructor del caso.

La segunda inoculación

Al día siguiente, miércoles 7 de abril, hacia las tres de la tarde, el propio Pavie suministró en Le Grand Hotel de Bayona a Bouguennec y a Jedlinski “un producto análogo al de la picadura pero contenido en una ampollita”. La víspera se había personado en Hendaya, junto con Pavie, un inglés llamado Teddy Graham, al que consideraban el superior de Pavie. Seguidamente marcharon a la frontera española por Vera de Bidasoa en compañía de unos desconocidos de Toulouse que eran los encargados de ponerles en contacto con el contrabandista que les había de pasar por las montañas, llamado Alix Lartigaud, a quien pagaron 400 francos.

Según la declaración de Witold Jedlinski, le dio la impresión de que Lartigaud tenía la misión de introducirlos en nuestro país “costara lo que costara”. “Una vez dentro de España se entregaron al primer falangista que vieron”, remachó Jedlinski.

En su declaración al juez instructor, realizada el 6 de mayo,  Jedlinski confirma que la idea de la estafa a los representantes republicanos procedía del as de la aviación británica Corigan, al que habían timado con el mismo procedimiento y “quería vengarse montando una organización para recuperar su dinero”.

El actor y delincuente, nacido en París de padres inmigrantes húngaros, confirmó también que la primera vacunación se la suministró un doctor alemán en Le Grand Hotel de Bayona, “sacando el líquido de un frasco bastante grande que tenía todas las apariencias de ser agua de jabón (…) por hacer espuma en cuanto se agitaba un poco”. Dijo que primero vacunaron a Bouguennec, “quien no hizo ninguna resistencia y se lo tomaba a guasa”.

También confirmó que se vacunaron “delante de un personaje que no sabe de qué nacionalidad sería, porque en su presencia no pronunció palabra alguna”, en referencia al misterioso “El Catalán”. Acerca de la segunda vacunación, Jedlinski explicó que Pavie les dijo que era un antídoto para “debilitar los efectos de la primera vacuna”.

Personajes en busca de autor

Hago una pausa en el examen del sumario franquista contra Bauguennec y Jedlinski para hacer notar al lector cómo, en sus declaraciones ante el juez instructor, éstos dieron todo tipo de detalles de las personas involucradas más o menos directamente en la trama. De sus declaraciones se concluye que la banda de René Pavie logró convencer a un supuesto agente del gobierno republicano español para que costeara una misión entre rocambolesca y esperpéntica, donde los supuestos “cobayas humanos” y sus cómplices se partían literalmente de risa mientras les era inoculado el virus exterminador ante el gesto serio del presunto agente gubernamental español. 

Llama poderosamente la atención que este desfile de personajes del periodismo, el hampa, el tráfico de armas y la “bonne vie” salten, solo un mes después, de las páginas de un sumario instruido por la Comandancia Militar del Bidasoa al relato por entregas publicado sobre el asunto por el supuesto espía “rojo” X15Z en diarios de la zona sublevada como “Arriba España” o “Diario de Burgos”.

Su publicación coincide también en ese mismo mes de junio con un extenso reportaje de cuatro páginas sobre el caso en la revista falangista “Vértice”. Pero con una notable diferencia en ambos despliegues: que a todos los personajes citados en el sumario por Bauguennec y Jedlinski se suman otros personajes nunca referidos por los anteriores en sus declaraciones ante el juez instructor en San Sebastián. 
 
A la izquierda, el escritor Max Aub, agregado cultural en la Embajada de España en París, donde gestionó el encargo y pago del "Guernica" a Pablo Picasso. A la derecha, el pintor Luis Quintanilla Isasi, jefe de la red de espionaje republicana en el sur de Francia. 


Ni en los trece folios que ocupan las dos declaraciones de Bouguennec ni en los cinco que componen la de Jedlinski aparecen nombrados el aviador y diputado radical-socialista francés Lucien Bossoutrot, ni el escritor Max Aub ni el pintor Luis Quintanilla, que brotan como por ensalmo como protagonistas en los reportajes aparecidos en la prensa franquista. Ni siquiera en las diligencias de los dos jueces instructores del caso se cita a estas personas, como tampoco en el auto de procesamiento, ni en el informe del fiscal ni en el acta del consejo de guerra ni en la sentencia, que se dicta varios meses después de publicarse en la prensa franquista la supuesta participación de Aub y Quintanilla en la trama.

A estos dos últimos, el supuesto agente X15Z los sitúa en diversas reuniones con los confabulados ante su presencia. La primera, con Max Aub y Jean de Berne, a quien hemos visto que es reclutado por Bauguennec como una pieza más de la misión, pero que X15Z sitúa como uno de los cerebros del plan de guerra bacteriológica. A la segunda cita, en el cabaré “Le Romance”, se suman Luis Quintanilla y René Pavie, según X15Z. Llama la atención que Pavie y De Berne asistieran juntos a una reunión para convencer al unísono a Aub y a Quintanilla de la operación, cuando en ningún momento Bauguennec declara que Pavie y su amigo periodista se conocieran, ni siquiera durante los preparativos de la misión. De hecho, cuando Bauguennec contrata a De Berne, Pavie se encontraba en Londres, al igual que el día de la partida de la expedición hacia Bayona.  


La relación de los implicados en la trama según aparece en la instrucción del sumario por la justicia militar franquista, donde en ningún momento se cita el nombre de Max Aub o Luis Quintanilla. (Sumario 1362-37. Tribunal Territorial Militar Cuarto. Ministerio de Defensa de España)

La supuesta conexión de Max Aub y de Luis Quintanilla con la trama se reproducirá en agosto siguiente, coincidiendo con la divulgación de la falsa noticia del fusilamiento de Bouguennec y Jedlinski por los franquistas, que aparece en medios españoles y franceses en los primeros días de ese mes. En el diario ultraderechista galo “La Liberté”, por ejemplo, se publica el 3 de agosto la nota del falso fusilamiento junto con un despacho de la agencia Prior procedente de Roma, capital de la Italia mussoliniana aliada de Franco, donde se cita a Aub y a Quintanilla como los agentes extranjeros que reclutaron a los “cobayas humanos”, junto con Edward Roland Carigan, as de la aviación británica que lideraba el complot, un periodista francés llamado Rene Parie (sic) y el cónsul español en Bayona, Pedro Lecuona. 

La principal prueba de la supuesta implicación de Max Aub, Luis Quintanilla y Pedro Lecuona en este episodio es el testimonio del supuesto espía “rojo” X15Z. Sin embargo, a mi juicio, dicho testimonio pudo basarse en el contenido de las declaraciones de Bouguennec y Jedlinski, facilitadas desde la Comandancia Militar del Bidasoa a los servicios de propaganda franquistas para construir el fabuloso relato del agente. No hay duda razonable de que tan detallada información sobre los auténticos implicados en la operación solo podía proceder de dichas declaraciones, salvo por una cosa: en esas declaraciones no hay la más mínima mención a Aub, Quintanilla o Lecuona. Si hubieran intervenido en el complot bacteriológico, los dos franceses capturados por los franquistas no habrían tenido ningún problema en revelarlo.

Aparición en Francia de la noticia del fusilamiento de Bouguennec y Jedlinski por los franquistas en Pamplona, desmentida por el propio Bouguennec en una carta hecha pública en el país vecino. En la columna de la derecha, abajo, aparecen Max Aub, Luis Quintanilla y Pedro Lecuona como los agentes que dieron instrucciones a los dos "cobayas humanos". (La Liberté, 3 de agosto de 1937)  

Todo apuntaría, según mi hipótesis, a una utilización de las declaraciones de los dos franceses detenidos en la frontera por parte de los servicios de información franquistas para involucrar falsamente a Aub, Quintanilla y Lecuona. Al bando de Franco no le bastaba con la aparente certidumbre de que la operación de los “cobayas humanos” hubiera sido costeada por el gobierno republicano. La finalidad de su maniobra era poner nombres y caras a los agentes republicanos para comprometer ante las autoridades galas a los servicios diplomáticos y de espionaje del gobierno de Valencia en Francia, dentro de la guerra de propaganda y contrapropaganda que sostuvieron ambos contendientes durante el conflicto.

Excuso decir que si bien Max Aub, por haberse criado en Valencia y haber vivido en Barcelona, conocía el valenciano y el catalán, su figura en nada respondía físicamente a la descripción que se hacía de “El Catalán”: ni el autor de “La gallina ciega” tenía entonces 50 años, solo 33, ni era “fuerte”, sino más bien lo contrario.

No quiero dejar de reseñar tampoco el hecho de que en mayo de 1937, en la misma época en que estallaba el caso de la trama bacteriológica, Max Aub se encontraba negociando con Pablo Picasso el encargo y pago del “Guernica”, que sería presentado en el pabellón de la España republicana en la Exposición Internacional de París.  

Los informes médicos

A pesar de que Bouguennec y Jedlinski minimizaron ante el juez militar español el procedimiento usado con ellos para simular la inoculación de un patógeno virulento, los informes médicos incorporados al sumario revelan que en la segunda ocasión fueron objeto de una práctica ciertamente morbosa, con su punto de crueldad, destinada a provocar un gran impacto en caso de ser descubierta, como así fue.

El primer informe médico está firmado el 21 de abril por el doctor Alberto Anguera Anglés, bacteriólogo, director de la Estación Sanitaria Fronteriza de Irún, quien el 13 de abril, a requerimiento de la Comandancia Militar de Irún, visitó a los dos prisioneros en las cárceles de Irún y Fuenterrabía para examinar “la erupción vexico-pustulosa” que ambos presentaban en la piel en distintas partes del cuerpo.

Los protagonistas del rocambolesco complot bacteriológico, Jean Paul Bouguennec y Witold Jedlinski, tercero y quinto por la izquierda de pie, junto al comandante Julián Troncoso, sentado en el centro, y el doctor Alberto Anguera Anglés, segundo por la izquierda de pie. 

Bouguennec y Jedlinski padecían, según el informe médico, “un brote de pústulas en periodo de cicatrización implantadas sobre escarificaciones practicadas en parte anterosuperior del tórax, brazos, regiones escapulares, muslos y piernas, sumando un total de diez y seis a dieciocho escarificaciones en cada uno de estos individuos”. El número de escarificaciones sorprendía al facultativo, pues “si lo que se persigue es vacunar, con dos escarificaciones como máximum serían suficientes, una en cada brazo como corrientemente se efectúa”.

Dado que en las declaraciones no detallaron el modo en que les produjeron las escarificaciones, debe colegirse que la explicación contenida en el informe del doctor Anguera proviene del testimonio que los propios afectados le refirieron mientras los examinaba. Con una lanceta les hicieron las escarificaciones para después, con la misma lanceta, aplicarles “un liquido espeso que contenía una pequeña ampolla”.

La única reacción que tuvieron fue un ligero malestar a las 24-48 horas de la operación, “con probable reacción febril lo que no les impidió hacer su vida normal”. Asimismo, no padecieron más trastornos que “los correspondientes a la reacción local de la zona escarificada y picor alrededor de esta zona”.   

Sin rastro de virus ni bacterias

El doctor Anguera estudió la posibilidad de que se pretendiera convertir a los dos franceses “en reservorios de virus o de bacterias, confiriéndoles antes una inmunidad pasiva con los sueros correspondientes, o bien vacunándoles con dosis pequeñas y repetidas de gérmenes”.

La deducción del doctor Anguera sobre la base de lo referido por Bouguennec y Jedlinski fue que “no se les ha practicado una inmunización pasiva, pues con un centímetro cúbico de liquido que se les inyectó, aunque hubiese sido de un suero inmunizante, no fue inyectado en cantidad suficiente para producir una inmunización”.

Asimismo, el médico español dedujo que “tampoco se empleó otro procedimiento que pudiese garantizar una defensa eficaz frente a un agente patógeno virulento que por vía dérmica se hubiese pretendido introducir en el organismo de estos sujetos a través de las escarificaciones practicadas”.

Según el doctor Anguera, “al no estar vacunados la introducción por vía dérmica de un agente microbiano vivo, o de virus activo, la reacción que hubiesen experimentado estos individuos, hubiese sido brutal ocasionándoles probablemente la muerte”.

“No hay que pensar por lo tanto -concluía el médico español- en la inoculación de ningún microorganismo de los actuales conocidos, de los que gozan de un gran poder patógeno, de una difusión extraordinaria y que además no presenten signos clínicos ostensibles en el sujeto inoculado”.

Anguera solo aventuraba la posibilidad de que se hubiera querido propagar el tifus exantemático, aunque juzgaba desacertado el modo de inoculación “tanto por lo inelegante del procedimiento como por lo escandaloso de la presentación, pues la finalidad que en estos casos se persigue requiere más cautela y sobre todo que ningún signo exterior pueda denunciar una criminal maniobra”.

A pesar de todo, el facultativo que examinó a Bouguennec y a Jedlinski no descartó que estuvieran “ante un caso de chantage (sic) o de un intento frustrado de transmisión de virus o de bacterias por un nuevo animal de laboratorio, el “COBAYA HUMANO””.

La firma del segundo informe médico del doctor Alberto Anguera, donde apunta que el complot pudo ser un fracasado intento de ataque bacteriológico o simplemente una estafa. (Sumario 1362-37. Tribunal Territorial Militar Cuarto. Ministerio de Defensa de España)

No obstante, para confirmarlo o descartarlo, el médico practicó una frotis con la sangre de los dos detenidos para descubrir parásitos hemáticos, pero sin resultados. Asimismo, inoculó su sangre a varias cobayas y con el exudado de las pústulas de Bouguennec frotó la piel de un conejo rasurado y escarificado. En todos los casos, Anguera comprobó que los franceses, que se encontraban sanos, “no contienen ni en su sangre circulante ni en las pústulas que asientan sobre las múltiples escarificaciones que en la piel les produjeron, gérmenes que sean patógenos, ni para el cobaya ni para el conejo”, según reza su segundo informe, fechado el 4 de mayo.

La conclusión del doctor Anguera fue que “si se pretendió inocular a estos nuevos animales de laboratorio un germen patógeno que pudiese ser inoculado por parásitos humanos o por parásitos de las ratas, del hombre enfermo al sano, o fracasaron en su intento, o se valieron del chantage (sic) microbiano como un nuevo procedimiento de estafa”.

Una estafa al gobierno republicano

El capitán Antonio Martín Montis, primer juez instructor, acabó asumiendo “claramente el chantage (sic) que la banda compuesta por las personas que se citan en estas actuaciones ha llevado a cabo con la víctima denominada El Catalán”. Dada la cantidad de dinero ofrecida a la banda, 150.000 mil francos según informó Pavie a Bouguennec, el juez estimó que “es inadmisible pensar que el hecho sea personal o particular”.

“El caso -dictaminaba el juez instructor- hay que adjudicarlo por completo con todo el carácter oficial al adversario del campo donde se pretendía introducir la enfermedad contagiosa, y este adversario no es que otro que el Gobierno Rojo de Valencia, quien ha encargado a un individuo X que se conoce por el Catalán para abonar la cuenta y presenciar los trabajos necesarios para conseguir el fin propuesto”.

Que la finalidad última era estafar al que presumían representante del gobierno republicano, lo refuerza, según el juez militar, el hecho de que a Bouguennec y Jedlinski se “les produjo costras en abundancia y de manifestación aparatosa” con objeto de que “llegado a conocimiento de las Autoridades Españolas tomaran medidas radicales con ellos, pues para la banda terminado su negocio constituían un estorbo”.

Aun así, el capitán Martín juzgaba que los dos franceses que se habían ofrecido a convertirse en “cobayas humanos” eran “acreedores al castigo que hubieran merecido si los resultados del análisis hubieran sido positivos”.

Bouguennec y Jedlinski fueron trasladados el 24 de agosto de 1937 a la prisión de San Sebastián, donde se les notificó su procesamiento por penetrar en España “con intención de propagar enfermedades contagiosas al Ejército y población civil”, por lo que debían responder de la acusación de un delito de rebelión militar con la agravante de atentado a la salud pública.

El auto de procesamiento, firmado por el coronel Gregorio Esteban de la Reguera, enmendaba la plana a las deducciones científicas del doctor Anguera, considerándolas “sin fundamento”, ya que los dos franceses “pudieron ser inoculados de peste bubónica o enfermedad del sueño después de inmunizados”. La prueba, según el auto, es que al ponerles la segunda inyección Pavie les dijera que era un antídoto para debilitar los efectos de la primera vacuna.

Por tanto, para el coronel Gregorio Esteban quedaba claro que con la primera vacuna se trató de inmunizarles y que la segunda se les aplicó para inocularles el virus. “Si no consiguieron su propósito fue porque la Ciencia bacteriológica no está lo suficiente adelantada para que una persona, previamente inmunizada, pueda luego propagar sus virus porque estos mueran al inocularlos de nuevo a los inmunizados”, rezaba el auto.

El consejo de guerra sumarísimo contra Bouguennec y Jedlinski, presidido por el coronel Felipe Gómez Acebo y Torre, se celebró el 9 de octubre siguiente en la capital guipuzcoana. Los dos franceses tuvieron como defensor a Ignacio Aguinaga Tellería, teniente de complemento de artillería, quien pidió la libertad de sus patrocinados por considerar que se trataba de un simple delito de estafa que debía juzgarse en Francia. La prueba de que no se les inoculó ningún germen, según el defensor, es que convivieron tres semanas con sus compinches en Hendaya después de la primera vacunación.

Acta del consejo de guerra contra Jean Paul Bouguennec y Witold Jedlinski celebrado el 9 de octubre de 1937 en San Sebastián. (Sumario 1362-37. Tribunal Territorial Militar Cuarto. Ministerio de Defensa de España)

La sentencia, pronunciada dos días después, reconoció que "un individuo catalán que no ha sido detenido, de acuerdo probablemente con el gobierno rebelde de Valencia trató con una banda especializada en la comisión de delitos contra la salud pública la forma de propagar entre nuestro glorioso Ejército y la población civil de la España nacional una enfermedad contagiosa". 

Asimismo, la sentencia consideró que “independientemente de que el adelanto actual de la bacteriología permita o no tal atentado al derecho de gentes, el hecho de prestarse a esta confabulación, cualesquiera que fuesen los móviles que guiaran a los procesados, pudo producir grave alarma entre nuestras Fuerzas al ser conocidos por ellas”, por lo que los dos ciudadanos franceses habían incurrido en un delito de auxilio a la rebelión.

Por tal delito, Bouguennec y Jedlinski fueron condenados a la pena de veinte años de reclusión menor, que cumplieron en la prisión de la isla de San Simón (Pontevedra) hasta que el 3 de marzo de 1939, un mes antes de acabar la guerra, volvieron a la de San Sebastián para su conducción a la frontera de Irún, cinco días después, para un canje de prisioneros.

El heroico final de Bouguennec

Termino esta historia con el relato del heroico final de la vida de Jean Paul Bouguennec, que he encontrado en el diccionario biográfico francés https://maitron.fr/, que transcribo literalmente a continuación:

“En agosto de 1941, desmovilizado y residente en Marsella, Jean Bouguennec se incorporó al servicio secreto británico SOE (Special Operations Executive). Después de participar en varias operaciones, fue detenido el 9 de octubre de 1941 en Châteauroux e internado en el campo de Mauzac del que escapó el 16 de julio de 1942 con diez compañeros. Partió hacia Inglaterra, vía Pirineos y España. Allí, fue acogido por la SOE y entrenado para convertirse en agente secreto en Francia. Su misión era establecer y dirigir la red “Butler” en Sarthe.

El 7 de septiembre de 1943, Jean Bouguennec fue arrestado por la Gestapo en París con todo un grupo de camaradas.

Fotografía de Jean Paul Bouguennec con el uniforme del SOE británico, una unidad especial dedicada al sabotaje contra las fuerzas alemanas de ocupación durante la Segunda Guerra Mundial en colaboración con la Resistencia. (Fuente: https://maitron.fr/) 

Enviado a Ravitsch (Polonia) en abril de 1944 con su radio Marcel Rousset, luego fue llevado a Berlín, al cuartel general de la Gestapo y de la RSHA (Reichssicherheitshauptamt; Oficina Central de Seguridad del Reich). En mayo de 1944 fueron repatriados a París, porque los alemanes pensaron que podían obtener de ellos los elementos necesarios para responder a las preguntas planteadas por Londres, que aún no se había dado cuenta de que la red estaba en manos del enemigo.

El 8 de agosto, Jean Bouguennec fue deportado a Buchenwald, donde fue colgado en un gancho de carnicero.

Sus condecoraciones póstumas son numerosas: Miembro de la Orden del Imperio Británico; Caballero de la Legión de Honor; Insignia de los Heridos; Medalla de la Resistencia; Cruz de Guerra 1939-1945; Medalla conmemorativa de la guerra de 1939-1945”.


FUENTES CONSULTADAS

-Barruso Barés, Pedro. “La guerra del comandante Troncoso. Terrorismo y espionaje en Francia durante la Guerra Civil Española”. Diacronie, Studi di Storia Contemporánea, n.º 28, 4/ 2016.

-Jiménez de Aberasturi, Juan Carlos, y Moreno Izquierdo, Rafael. “Al servicio del extranjero: Historia del servicio vasco de información (1936-1943)”. Antonio Machado Libros. Madrid, 2009.

-López Sobrado, Esther. “Luis Quintanilla, testigo de guerra”. Catálogo de la exposición en el Paraninfo de la Universidad de Cantabria, 2009/2010.

-Manrique, José María, y Molina, Lucas. "España y la guerra bacteriológica". El Correo de España, 19 de abril de 2020. 

-Rocafort, Guillermo. “El Frente Popular intentó provocar una pandemia en España durante la Guerra Civil”. El Confidencial Digital. 2 de abril de 2020.

-Zabala, José María. “Franco con franqueza”. Plaza&Janés. Barcelona, 2015.

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