EN DESCARGO DE MAX AUB Y LUIS QUINTANILLA: EL SUMARIO FRANQUISTA SOBRE EL COMPLOT DE GUERRA BACTERIOLÓGICA DE 1937
A
Elena Aub,estos
ojos azules,este
sol de la infancia, in
memoriam
Ha corrido mucha tinta acerca de un rocambolesco plan aparentemente financiado por el gobierno republicano durante la Guerra Civil para introducir en la España franquista a dos “cobayas humanos” portadores de virus y bacterias letales. Sin ninguna prueba documental, salvo un sospechoso testimonio de un supuesto espía “rojo”, llamado en clave X15Z, aparecido entonces en varios diarios de la zona nacional, se involucró en la morbosa trama al novelista y dramaturgo Max Aub (1903-1972) y al pintor Luis Quintanilla Isasi (1893-1978), ambos afiliados al PSOE y entonces al servicio de la Embajada republicana en París.
Gracias a la amable colaboración de Rebeca Martínez Guerrero, he podido estudiar una pieza documental clave para desentrañar cuanto de verdadero o falso rodea un caso que, a pesar de todo, seguirá siendo controvertido. Se trata del expediente del consejo de guerra sumarísimo 1.362-37 conservado en el Tribunal Territorial Militar Cuarto, en El Ferrol (La Coruña), contra los ciudadanos franceses Jean Paul Bouguennec y Witold Jedlinski, de 24 y 23 años, respectivamente, detenidos el 7 de abril de 1937 en las inmediaciones de Vera de Bidasoa (Navarra) por una pareja de falangistas de vigilancia en la frontera. Conducidos el día 9 a la prisión de San Sebastián, a ambos se les acusó de “penetrar en España sin haber observado las formalidades legales” y de prestarse “a servir de vehículo para el transporte del virus que había de producir una enfermedad contagiosa en el Ejército español”.
Las primeras diligencias en averiguación de los hechos sobre la participación de Bouguennec y Jedlinski en un plan de guerra bacteriológica se abren en la Comandancia Militar del Bidasoa, a cuyo mando se encuentra el comandante Julián Troncoso, quien estableció en el sur de Francia una red de contraespionaje para hacer frente a la que a su vez lideró el pintor Luis Quintanilla Isasi a las órdenes del socialista Luis Araquistaín, embajador republicano en la capital gala, y en la que colaboraron también el escritor Max Aub y el cineasta Luís Buñuel. Esta circunstancia es, a mi entender, clave para explicar el uso propagandístico que el bando franquista haría de la trama bacteriológica con el fin de comprometer a la “red Quintanilla” y a la diplomacia republicana ante las autoridades francesas.
Un paripé en la frontera
A estos dos últimos, el supuesto agente X15Z los sitúa en diversas reuniones con los confabulados ante su presencia. La primera, con Max Aub y Jean de Berne, a quien hemos visto que es reclutado por Bauguennec como una pieza más de la misión, pero que X15Z sitúa como uno de los cerebros del plan de guerra bacteriológica. A la segunda cita, en el cabaré “Le Romance”, se suman Luis Quintanilla y René Pavie, según X15Z. Llama la atención que Pavie y De Berne asistieran juntos a una reunión para convencer al unísono a Aub y a Quintanilla de la operación, cuando en ningún momento Bauguennec declara que Pavie y su amigo periodista se conocieran, ni siquiera durante los preparativos de la misión. De hecho, cuando Bauguennec contrata a De Berne, Pavie se encontraba en Londres, al igual que el día de la partida de la expedición hacia Bayona.
La supuesta conexión de Max Aub y de Luis Quintanilla con la trama se reproducirá en agosto siguiente, coincidiendo con la divulgación de la falsa noticia del fusilamiento de Bouguennec y Jedlinski por los franquistas, que aparece en medios españoles y franceses en los primeros días de ese mes. En el diario ultraderechista galo “La Liberté”, por ejemplo, se publica el 3 de agosto la nota del falso fusilamiento junto con un despacho de la agencia Prior procedente de Roma, capital de la Italia mussoliniana aliada de Franco, donde se cita a Aub y a Quintanilla como los agentes extranjeros que reclutaron a los “cobayas humanos”, junto con Edward Roland Carigan, as de la aviación británica que lideraba el complot, un periodista francés llamado Rene Parie (sic) y el cónsul español en Bayona, Pedro Lecuona.
La principal prueba de la supuesta implicación de Max Aub, Luis Quintanilla y Pedro Lecuona en este episodio es el testimonio del supuesto espía “rojo” X15Z. Sin embargo, a mi juicio, dicho testimonio pudo basarse en el contenido de las declaraciones de Bouguennec y Jedlinski, facilitadas desde la Comandancia Militar del Bidasoa a los servicios de propaganda franquistas para construir el fabuloso relato del agente. No hay duda razonable de que tan detallada información sobre los auténticos implicados en la operación solo podía proceder de dichas declaraciones, salvo por una cosa: en esas declaraciones no hay la más mínima mención a Aub, Quintanilla o Lecuona. Si hubieran intervenido en el complot bacteriológico, los dos franceses capturados por los franquistas no habrían tenido ningún problema en revelarlo.
Todo apuntaría, según mi hipótesis, a una utilización de las declaraciones de los dos franceses detenidos en la frontera por parte de los servicios de información franquistas para involucrar falsamente a Aub, Quintanilla y Lecuona. Al bando de Franco no le bastaba con la aparente certidumbre de que la operación de los “cobayas humanos” hubiera sido costeada por el gobierno republicano. La finalidad de su maniobra era poner nombres y caras a los agentes republicanos para comprometer ante las autoridades galas a los servicios diplomáticos y de espionaje del gobierno de Valencia en Francia, dentro de la guerra de propaganda y contrapropaganda que sostuvieron ambos contendientes durante el conflicto.
Excuso decir que si bien Max Aub, por haberse criado en Valencia y haber vivido en Barcelona, conocía el valenciano y el catalán, su figura en nada respondía físicamente a la descripción que se hacía de “El Catalán”: ni el autor de “La gallina ciega” tenía entonces 50 años, solo 33, ni era “fuerte”, sino más bien lo contrario.
No quiero dejar de reseñar tampoco el hecho de que en mayo de 1937, en la misma época en que estallaba el caso de la trama bacteriológica, Max Aub se encontraba negociando con Pablo Picasso el encargo y pago del “Guernica”, que sería presentado en el pabellón de la España republicana en la Exposición Internacional de París.
Los informes médicos
A pesar de que Bouguennec y Jedlinski minimizaron ante el juez militar español el procedimiento usado con ellos para simular la inoculación de un patógeno virulento, los informes médicos incorporados al sumario revelan que en la segunda ocasión fueron objeto de una práctica ciertamente morbosa, con su punto de crueldad, destinada a provocar un gran impacto en caso de ser descubierta, como así fue.
El primer informe médico está firmado el 21 de abril por el doctor Alberto Anguera Anglés, bacteriólogo, director de la Estación Sanitaria Fronteriza de Irún, quien el 13 de abril, a requerimiento de la Comandancia Militar de Irún, visitó a los dos prisioneros en las cárceles de Irún y Fuenterrabía para examinar “la erupción vexico-pustulosa” que ambos presentaban en la piel en distintas partes del cuerpo.
Bouguennec y Jedlinski padecían, según el informe médico, “un brote de pústulas en periodo de cicatrización implantadas sobre escarificaciones practicadas en parte anterosuperior del tórax, brazos, regiones escapulares, muslos y piernas, sumando un total de diez y seis a dieciocho escarificaciones en cada uno de estos individuos”. El número de escarificaciones sorprendía al facultativo, pues “si lo que se persigue es vacunar, con dos escarificaciones como máximum serían suficientes, una en cada brazo como corrientemente se efectúa”.
Dado que en las declaraciones no detallaron el modo en que les produjeron las escarificaciones, debe colegirse que la explicación contenida en el informe del doctor Anguera proviene del testimonio que los propios afectados le refirieron mientras los examinaba. Con una lanceta les hicieron las escarificaciones para después, con la misma lanceta, aplicarles “un liquido espeso que contenía una pequeña ampolla”.
La única reacción que tuvieron fue un ligero malestar a las 24-48 horas de la operación, “con probable reacción febril lo que no les impidió hacer su vida normal”. Asimismo, no padecieron más trastornos que “los correspondientes a la reacción local de la zona escarificada y picor alrededor de esta zona”.
Sin rastro de virus ni bacterias
El doctor Anguera estudió la posibilidad de que se pretendiera convertir a los dos franceses “en reservorios de virus o de bacterias, confiriéndoles antes una inmunidad pasiva con los sueros correspondientes, o bien vacunándoles con dosis pequeñas y repetidas de gérmenes”.
La deducción del doctor Anguera sobre la base de lo referido por Bouguennec y Jedlinski fue que “no se les ha practicado una inmunización pasiva, pues con un centímetro cúbico de liquido que se les inyectó, aunque hubiese sido de un suero inmunizante, no fue inyectado en cantidad suficiente para producir una inmunización”.
Asimismo, el médico español dedujo que “tampoco se empleó otro procedimiento que pudiese garantizar una defensa eficaz frente a un agente patógeno virulento que por vía dérmica se hubiese pretendido introducir en el organismo de estos sujetos a través de las escarificaciones practicadas”.
Según el doctor Anguera, “al no estar vacunados la introducción por vía dérmica de un agente microbiano vivo, o de virus activo, la reacción que hubiesen experimentado estos individuos, hubiese sido brutal ocasionándoles probablemente la muerte”.
“No hay que pensar por lo tanto -concluía el médico español- en la inoculación de ningún microorganismo de los actuales conocidos, de los que gozan de un gran poder patógeno, de una difusión extraordinaria y que además no presenten signos clínicos ostensibles en el sujeto inoculado”.
Anguera solo aventuraba la posibilidad de que se hubiera querido propagar el tifus exantemático, aunque juzgaba desacertado el modo de inoculación “tanto por lo inelegante del procedimiento como por lo escandaloso de la presentación, pues la finalidad que en estos casos se persigue requiere más cautela y sobre todo que ningún signo exterior pueda denunciar una criminal maniobra”.
A pesar de todo, el facultativo que examinó a Bouguennec y a Jedlinski no descartó que estuvieran “ante un caso de chantage (sic) o de un intento frustrado de transmisión de virus o de bacterias por un nuevo animal de laboratorio, el “COBAYA HUMANO””.
No obstante, para confirmarlo o descartarlo, el médico practicó una frotis con la sangre de los dos detenidos para descubrir parásitos hemáticos, pero sin resultados. Asimismo, inoculó su sangre a varias cobayas y con el exudado de las pústulas de Bouguennec frotó la piel de un conejo rasurado y escarificado. En todos los casos, Anguera comprobó que los franceses, que se encontraban sanos, “no contienen ni en su sangre circulante ni en las pústulas que asientan sobre las múltiples escarificaciones que en la piel les produjeron, gérmenes que sean patógenos, ni para el cobaya ni para el conejo”, según reza su segundo informe, fechado el 4 de mayo.
La conclusión del doctor Anguera fue que “si se pretendió inocular a estos nuevos animales de laboratorio un germen patógeno que pudiese ser inoculado por parásitos humanos o por parásitos de las ratas, del hombre enfermo al sano, o fracasaron en su intento, o se valieron del chantage (sic) microbiano como un nuevo procedimiento de estafa”.
Una estafa al gobierno republicano
El capitán Antonio Martín Montis, primer juez instructor, acabó asumiendo “claramente el chantage (sic) que la banda compuesta por las personas que se citan en estas actuaciones ha llevado a cabo con la víctima denominada El Catalán”. Dada la cantidad de dinero ofrecida a la banda, 150.000 mil francos según informó Pavie a Bouguennec, el juez estimó que “es inadmisible pensar que el hecho sea personal o particular”.
“El caso -dictaminaba el juez instructor- hay que adjudicarlo por completo con todo el carácter oficial al adversario del campo donde se pretendía introducir la enfermedad contagiosa, y este adversario no es que otro que el Gobierno Rojo de Valencia, quien ha encargado a un individuo X que se conoce por el Catalán para abonar la cuenta y presenciar los trabajos necesarios para conseguir el fin propuesto”.
Que la finalidad última era estafar al que presumían representante del gobierno republicano, lo refuerza, según el juez militar, el hecho de que a Bouguennec y Jedlinski se “les produjo costras en abundancia y de manifestación aparatosa” con objeto de que “llegado a conocimiento de las Autoridades Españolas tomaran medidas radicales con ellos, pues para la banda terminado su negocio constituían un estorbo”.
Aun así, el capitán Martín juzgaba que los dos franceses que se habían ofrecido a convertirse en “cobayas humanos” eran “acreedores al castigo que hubieran merecido si los resultados del análisis hubieran sido positivos”.
Bouguennec y Jedlinski fueron trasladados el 24 de agosto de 1937 a la prisión de San Sebastián, donde se les notificó su procesamiento por penetrar en España “con intención de propagar enfermedades contagiosas al Ejército y población civil”, por lo que debían responder de la acusación de un delito de rebelión militar con la agravante de atentado a la salud pública.
El auto de procesamiento, firmado por el coronel Gregorio Esteban de la Reguera, enmendaba la plana a las deducciones científicas del doctor Anguera, considerándolas “sin fundamento”, ya que los dos franceses “pudieron ser inoculados de peste bubónica o enfermedad del sueño después de inmunizados”. La prueba, según el auto, es que al ponerles la segunda inyección Pavie les dijera que era un antídoto para debilitar los efectos de la primera vacuna.
Por tanto, para el coronel Gregorio Esteban quedaba claro que con la primera vacuna se trató de inmunizarles y que la segunda se les aplicó para inocularles el virus. “Si no consiguieron su propósito fue porque la Ciencia bacteriológica no está lo suficiente adelantada para que una persona, previamente inmunizada, pueda luego propagar sus virus porque estos mueran al inocularlos de nuevo a los inmunizados”, rezaba el auto.
El consejo de guerra sumarísimo contra Bouguennec y Jedlinski, presidido por el coronel Felipe Gómez Acebo y Torre, se celebró el 9 de octubre siguiente en la capital guipuzcoana. Los dos franceses tuvieron como defensor a Ignacio Aguinaga Tellería, teniente de complemento de artillería, quien pidió la libertad de sus patrocinados por considerar que se trataba de un simple delito de estafa que debía juzgarse en Francia. La prueba de que no se les inoculó ningún germen, según el defensor, es que convivieron tres semanas con sus compinches en Hendaya después de la primera vacunación.
Por tal delito, Bouguennec y Jedlinski fueron condenados a la pena de veinte años de reclusión menor, que cumplieron en la prisión de la isla de San Simón (Pontevedra) hasta que el 3 de marzo de 1939, un mes antes de acabar la guerra, volvieron a la de San Sebastián para su conducción a la frontera de Irún, cinco días después, para un canje de prisioneros.
El heroico final de Bouguennec
Termino esta historia con el relato del heroico final de la vida de Jean Paul Bouguennec, que he encontrado en el diccionario biográfico francés https://maitron.fr/, que transcribo literalmente a continuación:
“En agosto de 1941, desmovilizado y residente en Marsella, Jean Bouguennec se incorporó al servicio secreto británico SOE (Special Operations Executive). Después de participar en varias operaciones, fue detenido el 9 de octubre de 1941 en Châteauroux e internado en el campo de Mauzac del que escapó el 16 de julio de 1942 con diez compañeros. Partió hacia Inglaterra, vía Pirineos y España. Allí, fue acogido por la SOE y entrenado para convertirse en agente secreto en Francia. Su misión era establecer y dirigir la red “Butler” en Sarthe.
El 7 de septiembre de 1943, Jean Bouguennec fue arrestado por la Gestapo en París con todo un grupo de camaradas.
Enviado a Ravitsch (Polonia) en abril de 1944 con su radio Marcel Rousset, luego fue llevado a Berlín, al cuartel general de la Gestapo y de la RSHA (Reichssicherheitshauptamt; Oficina Central de Seguridad del Reich). En mayo de 1944 fueron repatriados a París, porque los alemanes pensaron que podían obtener de ellos los elementos necesarios para responder a las preguntas planteadas por Londres, que aún no se había dado cuenta de que la red estaba en manos del enemigo.
El 8 de agosto, Jean Bouguennec fue deportado a Buchenwald, donde fue colgado en un gancho de carnicero.
Sus condecoraciones póstumas son numerosas: Miembro de la Orden del Imperio Británico; Caballero de la Legión de Honor; Insignia de los Heridos; Medalla de la Resistencia; Cruz de Guerra 1939-1945; Medalla conmemorativa de la guerra de 1939-1945”.
FUENTES CONSULTADAS
-Barruso Barés, Pedro. “La guerra del comandante Troncoso. Terrorismo y espionaje en Francia durante la Guerra Civil Española”. Diacronie, Studi di Storia Contemporánea, n.º 28, 4/ 2016.
-Jiménez de Aberasturi, Juan Carlos, y Moreno Izquierdo, Rafael. “Al servicio del extranjero: Historia del servicio vasco de información (1936-1943)”. Antonio Machado Libros. Madrid, 2009.
-López Sobrado, Esther. “Luis Quintanilla, testigo de guerra”. Catálogo de la exposición en el Paraninfo de la Universidad de Cantabria, 2009/2010.
-Manrique, José María, y Molina, Lucas. "España y la guerra bacteriológica". El Correo de España, 19 de abril de 2020.
-Rocafort, Guillermo. “El Frente Popular intentó provocar una pandemia en España durante la Guerra Civil”. El Confidencial Digital. 2 de abril de 2020.
-Zabala, José María. “Franco con franqueza”. Plaza&Janés. Barcelona, 2015.